A quienes comparten conmigo el dulce exceso
I
El azúcar se eleva
—presencia invisible—,
adhiriéndose a lenguas
hija de generaciones
que murmuran en el aire.
Los cuerpos aprenden,
el golpe suave;
marca la piel,
la caricia amarga,
máquina sin gritos.
Es fuga de sed,
páncreas que no atrapa
la eternidad frágil.
En cada rutina,
un pinchazo sutil
calcula el equilibrio.
Cuidado con la negligencia,
—dicen—,
Los síntomas, callados a simple vista,
hilan su peso en el cuerpo.
Lo habitual se forma
con la sombra y la luz.
La claridad
—cada vez más tenue—,
perfila los gestos,
ondulaciones del tiempo.
II
En algún rincón
se esconde la memoria;
en lugar de derribar puertas,
rompe líneas invisibles
que trazan los días.
La memoria no es un archivo:
un río se desliza entre piedras de omisión.
Cada recuerdo,
un esbozo de lo que fuimos,
—y al mismo tiempo—
lo que seremos,
tallados por el desgaste.
¿Qué es la vida cuando el páncreas falla?
Una urgencia de cacao,
menta. Y las venas,
recuerdos delgados
que no alcanzan la orilla.
Nos quedan los caminos nublados,
el amor por el cuerpo
—¡pruébalo!—,
arde en su desmoronamiento.
Como el murmullo del mar
en las horas solitarias del regreso.
III
La sangre fluye despacio,
arrastrando recuerdos
que no alcanzan a ser memoria.
El cuerpo camina sobre ruinas,
cada paso, su huella
desvanece el instante.
El corazón, naufrago de emociones,
aunque no lo busque,
carga el peso de batallas vividas.
Quizás no nacimos
para desentrañar el dolor,
sino para andar a su lado,
aunque el dulce exceso permanezca.
¿Los cuerpos
aprenden otro lenguaje?
El de la comida simple,
el del movimiento,
el de la lucha callada.
A pesar de todo, avanzamos.
El ciclo regresa, los pasos se suman,
verdad etérea
en la inmensidad
de lo que ya no nos abraza.
En esta sección de poesía titulada Donde las sombras hablan con la luz, busco explorar la conexión profunda entre la poesía, la naturaleza y el cuerpo humano, entendiendo que tanto nuestro entorno como nuestro cuerpo son vulnerables al deterioro y requieren de un cuidado constante. Cada verso puede ser un reflejo de los paisajes que nos rodean, pero también de las huellas que el paso del tiempo deja en nosotros. Mi propósito, al compartir estos poemas de forma constante, es concienciar sobre la delicadeza del entorno y el cuerpo, fomentando una mayor responsabilidad ambiental y personal. Este proyecto resalta cómo la poesía puede ser una herramienta poderosa para promover el respeto por el medio ambiente, por nuestro cuerpo y por la vida en todas sus formas.
Fotografía de Pexels.
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