Poesía sin artificios. Un apunte en torno al libro Falacias para un autorretrato, de Saúl Rosales

Fotografía de Enrique Castruita/ El Siglo de Torreón)

Saúl Rosales es de los escritores que se mantienen fiel a la palabra y fiel a sus principios. No lo digo como sinónimo de ego o soberbia, sino como quien se mantiene firme, siempre y cuando frente a él, haya una argumentación sólida. De este modo, Saúl Rosales, no cambia sólo para coincidir con la moda reinante o para sacar ventaja sin ética y sin preceptos. Si lo pensamos en términos metafóricos, diremos que Saúl Rosales, nunca vendería el alma al diablo. Sabemos: los principios no se negocian. Es así la poesía que conforma Falacias para un autorretrato, libro publicado en la Colección Viento y Arena, del Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón y que, como parte de la colección, está acompañado con otros grandes escritores: Rafael del Río, Fernando Martínez Sánchez y Salvador Vizcaíno, entre otros. Para el cierre del 2023 se agregaron seis libros más en el programa editorial, para dar como resultado 14 publicaciones en total del 2022 al año en curso. El libro de Saúl está conformado por 75 poemas, dividido en tres capítulos: “Falacias para un autorretrato”, “Instante de la foto” y “Oficio del alcohol”. Y que continúan su transitar poético reflejado en sus libros anteriores: Dialéctica de la pasión, Transparencia cotidiana, Floración del sueño, Esquilas domésticas.

Voy a hablar de manera general sobre el libro, no tanto por apartados, sino de aquellos poemas que me hicieron reflexionar, mirarme a mí misma y mirarme en los otros. El primer poema, que da el título del libro, lo considero una consigna en el sentido que representa una sublevación personal, y por ello, colectiva. El poeta y la poesía arrancan la máscara de aquello que nos hipnotiza, y que una vez mirado, alcanzamos a dimensionar la monstruosidad, la fealdad, lo perecedero. Lo primero, nos dice Rosales, es deshacernos de las capas que nos cubren hasta lograr la desnudes del alma, su intimidad. Leamos: “Decirme para mi / es decime lo más-o-menos conocido / muchos defectos y un pasado tan poco enriquecido / -enriquecido piénselo en sentido crematístico- / que, para qué volver a decírmelo: / perdón por la obviedad / es como escribir falacias para un autorretrato”. El final del poema me hace pensar en la visión de Jorge Luis Borges y la poesía que se renueva, acaso no la esencia, pero sí en la búsqueda del anhelo y el hombre mismo. El poeta de Falacias para un autorretrato, expresará entonces: “Decirme para que me leas / es exhibir al hombre / al último de los hombres / desde donde es deber humano / rescatar al hombre”.

Encuentro en estos poemas, la presencia y el eco de Pablo Neruda, sobre todo en su décimo poemario Canto general, publicado por primera vez en México, en los Talleres Gráficos de la Nación, en 1950. La poesía como memoria, el desarrollo de las ciudades, la imposición o el actuar de los gobiernos como sinónimo de barbarie. Aquí también podemos hablar de Blas Otero, poeta español, representante de la poesía social e intimista de los años cincuenta. Recomiendo leer Pido la paz y la palabra (1952). Saúl Rosales cree, así lo considero, en una poesía que mira de frente las injusticias marcadas por una ciudad que crece sin freno, dejando fuera de foco a los débiles, a los desamparados. El desapego, el desarraigo, la falta de empatía, la represión, abren una brecha infinita entre la élite y la clase trabajadora y ¿quién más para conocer a la perfección las insuficiencias del mundo?: “Los trabajadores hicieron este papel / esta tinta / hacen que fluya esta electricidad / fabricaron esta computadora / hicieron esta silla y este escritorio / ellos (la clase trabajadora) / hicieron esta ropa, estos zapatos / ellos (la clase trabajadora) / dan clases, sirven en los restaurantes / la clase trabajadora / alza casas / produce alimentos / produce medicinas / hace todo / hace aviones / conduce barcos / fabrica automóviles / la clase trabajadora hace todo…”.

La poesía de Saúl es un espejo que, sin artificios, devela nuestra propia cara, muchas veces marcada, por el conformismo. Hay otro poema que me mueve y que está relacionado con el valor de los libros, ese valor que tanto al autor, al lector reconoce y, por qué no decirlo, transforma: “todos los libros que se posan en mis manos con entrega dulce / y son tantos que mis visitas se deslumbran / se asombran con lo absurdo de acumular los libros / no es como acumular dinero, bienes. / Mas yo los acumulo porque son mis bienes / son mi auxilio, mi recurso, mi salvavidas”.

Los libros como escudos (creo que es mi caso), los libros como salvavidas. Comparto una cita de Irene Vallejo en la que deja muy en claro esta postura sobre el poder de los libros y, más aún, el poder de la escritura: “Viví en la infancia un episodio de acoso escolar, me sentía incomprendida y el salvavidas fueron los libros porque en ellos encontré esperanza. Leí a Stevenson y a Jack London y sentí que esos autores me hubieran comprendido. Aquellos libros me mantuvieron aferrada a la vida”. Vuelvo al libro del maestro Saúl… No importa que el poeta en oposición a Ramón López Velarde, se minimice: “Sin embargo dentro de mí / sé que soy gloria de pacotilla / un deslumbrón de mundo capitalista…”. El poeta afirma: “Mis libros son lo que yo soy ahora”.

Falacias… hace referencia al cine, a las ciudades visitadas o no; a las ciudades, acaso, imaginadas. Hace referencia a otras obras, por ejemplo, a dos libros de Carlos Montemayor: Las armas del alba y Las mujeres del alba. En el poema, Saúl hace referencia al impacto que le causó su lectura, su argumento que se centra en las condiciones sociales y económicas de Chihuahua, dando como resultado el surgimiento de la guerrilla en la entidad durante los años setenta: “Sufrí muchos estremecimientos por las madres / las esposas, las hijas, las hermanas, las primas / las recónditas serranas / todas del alba de Madera…”.

Fotografía de Enrique Castruita/ El Siglo de Torreón)

Me apropio del poema “Canción de Grieg” y, por supuesto, de Edvard Grieg, su sentido poético a la hora de escribir el Concierto en La menor Op. 16, para piano y orquesta, escrito durante el verano de 1868, cuando el autor contaba tan sólo 25 años de edad, y según su biografía, acaba de casarse. La escucho y coincido con el poeta en la hondura de la pieza, pero sobre todo, la libertad, esa libertad que se abraza como se abraza un espejo limpio, o el color del mar, o el rumor en la perfección de lo invisible. Me gusta cuando el poeta escribe: “Me decía, me recordaba, me recuerda, eres libre / la vida tiene invaluables transparencias / para que el hombre las descubra y las disfrute / mira, escucha, sígueme estas notas / valora lo que entregan estas teclas / es El Infinito, La Luz, La Perfección / los compases, las cuerdas, los alientos, los metales / la escala hasta lo más alto de tu yo / de tu felicidad que escondes dentro / muy adentro de tu corazón y de tu laberinto”. El remate del poema, como dice la chaviza ahora, no tiene pierde: “Vuelvo a la felicidad que Grieg inventó”.

Voy a referirme a otro poema que me acercó a múltiples referencias. Lleva como título “Árbol proletario”. Lo comparto: “Debí tener un automóvil / una camioneta / uno de esos muebles que rebasan a los ómnibus / en la carretera felizmente trazada / campos verdes / línea argentina sobre horizontes salitrosos / y llevar a mis hijos al mar / y a la montaña. / Pero soy un árbol / en medio de la producción / y sólo tengo / ramas, hojas, frutos”. El final es lo que detona. Y tal vez porque la palabra “árbol” es muy poderosa y en el reconocimiento, el poeta le otorga un aliento mayúsculo. Finalmente, somos ramaje, nerviosidades, estructura, hojas como ideas, inmersos en la sinuosidad del bosque o su transparencia. Las redes neuronales también son un árbol y también lo es el universo y sus estrellas, sus galaxias, sus engarces eternos. Saúl reconoce de la poesía su arborescencia y, por ello, la del hombre mismo. Otros poetas también hacen referencia a los árboles: Octavio Paz, Esthela Calderón (“El sonido de la primera palabra fue la de un árbol”), Yolanda de la Torre (“pone árboles en el trayecto de los distraídos y a escondidas”), por mencionar sólo a algunos.

El amor y el desamor son también temas presentes en el poemario de Saúl Rosales. Y en ellos, la presencia de la luna; la luna de Federico García Lorca: “Huye luna, luna, luna. / Si vinieran los gitanos, / harían con tu corazón / collares y anillos blancos”. ¡Cómo no recordar estos versos! ¡Cómo no mencionar a Lorca, el gran Lorca y su Romancero gitano! Comparto con ustedes algunos de los adjetivos que Saúl Rosales le atribuye a la luna: “luna diosa de luz”, “luna de miel” (que hace referencia a la canción del mismo nombre de Gloria Lasso, un mítico éxito, dicen, pero que yo escuché por primera vez en la voz de Paloma San Basilio), “luna llena”, “lunas plenas”, “inmensa la luna”, “profunda la luna”, etc. La luna como referencia a la mujer, su majestuosidad, su belleza, sus brillos, y sus claroscuros. Me hizo recordar la poesía de Lunario sentimental de Lugones, y esa ruptura con las formas del romanticismo. Lugones apostaba por un libro a manera de juego, de experimento. Saúl nos propone esa visión a través de la expansión de imágenes, de emociones, de sensaciones. También habla de su adoración por la luna, pero también de su pequeñez: “Yo me lanzaría a su albura que ilumina el cosmos / me hundiría en su profundidad de horizonte promisorio / si la luna respondiera a mi pregunta / qué estatura tengo yo para poner mi pequeñez en ella”.

Finalmente, hago referencia a un poema que es una joya en cuanto al uso de la metáfora. Lleva como título: “Avenida Morelos”, donde como dice el poeta, “privilegia su fila de gallardas palmeras”, no voy a leerlo, voy a dejar que ustedes lo descubran. Les adelanto algo: “Las palmeras son esbeltos cuerpos de oasis y desiertos / coronados con melenas verdes de rayitos rubios, unas / melenas rubias víctimas del sol / pero con rayitos verdes, otras...”. ¿En verdad, se refiere a las palmeras, esas científicamente llamadas “Arecáceas”? Creo que ya con esto dije mucho. José Juan Tablada se refería a estas “palmeras” como “Ángeles de la Guarda / de las tímidas vírgenes; / ellas detienen la embestida / de los demonios”.

En un poemario, donde además se asoma el clima extremo de nuestra ciudad (los 39 grados Celsius que “clavan sus garras en la intemperie”); el ambiente, acaso sórdido de las cantinas; el insomnio; la ilusión en donde se ordena la casa, se prepara el cuerpo para lo que será el éxtasis sin conseguirlo porque nunca se atreve a llamarle; el corazón que debería tener un mejor destino… y un largo etcétera, los textos propone no una lectura superficial, la que se realiza por mero compromiso o para agrandar la lista de los libros leídos que solemos presumir en nuestras redes sociales al cierre del año. Falacias para un autorretrato nos invita a una lectura inagotable, incluso, una lectura que nos lleve no sólo a la reflexión (mirando más allá del brillo superficial de las cosas del mundo), sino a la escritura, sí, a la escritura misma. Muchas felicidades maestro Saúl Rosales por este libro, testimonio de vida, de obra, de esta huella imborrable que deja en cada uno de nosotros.

Fotografía tomada de la nota que, haciendo referencia al evento, publicó el periódico El siglo de Torreón

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