Comentarios compartidos durante la presentación de mi libro Otras claridades (Poesía, Buenos Aires Poetry, 2025)

Nadia Contreras y Julio Pérez Rodríguez

Buenas tardes. Antes que nada, muchas gracias por estar aquí. Gracias a Julio Prez, al grupo de A-rimados, a Sinfonía Café, a Héctor, su capitán, y a todas las personas que hacen posible este espacio tan especial. Gracias por acompañarme en la presentación de este libro que me atravesó —literal— en muchos sentidos: Otras claridades.
 
Quiero contarles un poco sobre él. No para explicarlo, sino para que su lectura sea un poco más ligera, más cercana. Para darles algunas claves, o pistas, o simplemente para abrir conversación. Porque Otras claridades, escrito con el apoyo del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA Coahuila 2021–2022, en la categoría de Creadores con Trayectoria, no es un libro cómodo ni busca serlo. Pero sí quiere tocar fibras.
 
Lo primero que quiero decirles es que este libro es un recorrido poético por el universo de la locura. Y sí, ya sé que “locura” es una palabra fuerte. Pero a ver, ¿quién no está un poco loco hoy en día? ¿Quién puede decir “yo soy completamente normal”? ¿Y qué es ser normal, de todos modos? Hablo de la locura, pero también del cuerpo, de la percepción, de la enfermedad mental. Es un intento por mirar desde otros ángulos, desde las grietas, desde los lugares vulnerables del cuerpo y la mente. Observarme, pero también observar a los otros.





Otras claridades no cuenta una historia tradicional. Lo que hay son voces. Fragmentos. Ambigüedades. Hay una sala psiquiátrica, terapias electroconvulsivas —electroshocks, dicho más directo—. Jugué con las voces. Se van a encontrar con una mujer que ha sido madre, hermana, hija, paciente. Es Ava, pero a veces se confunde con Liam. ¿Es su hijo? ¿Su hermano? ¿Una proyección? Yo sí sé quién es quién cada quién, pero decidí que esa ambigüedad estuviera presente, se sostuviera. Porque así es la locura: difumina los bordes, revuelve los rostros, trastoca las intenciones. Nada es fijo, nada permanece.
 
Nil aparece como el médico. Tal vez psiquiatra. Pero incluso él tiene su propia inestabilidad. En este territorio movedizo, la identidad se vuelve líquida. El yo y el otro se mezclan, se desdibujan. Como si estuviéramos dentro de una mente en crisis. El libro habla de lo que me ha pasado en términos de salud. Soy depresiva, con ansiedad —de la buena, la intensa—, estoy medicada, claro, porque si no, sinceramente, no estaría aquí hoy. Y agreguemos las enfermedades de la edad, ya saben, diabetes, hipertensión… y un largo etc.
 
También he pasado por delirios, alucinaciones, desorientación, pérdida de memoria, esa sensación de muerte inminente, trastornos emocionales. Agrego esa cosa que tuve en el hígado, septicemia, que por poco me manda al otro mundo. Entonces, el libro está atravesado por esta experiencia. Pero no lo abordo desde la queja ni desde el drama, sino desde la poesía. 
 
Los temas centrales son varios. El primero, claro, es la locura. Pero no desde lo clínico, sino como experiencia humana radical. Estar al margen del lenguaje común, de la percepción estable. Delirar como una forma de conocimiento. Como mencioné, el cuerpo aparece todo el tiempo: el hígado que se pudre, el útero extirpado, la piel que guarda memoria. El cuerpo como mapa donde se escriben violencias, memorias, ausencias. La escritura aparece como la única forma de poner orden. En algún momento se dice: “la locura es más uniforme si escribes”. Escribir es trazar un límite entre el caos y lo posible. Es nombrar lo que no se puede decir.
 
Hay también amor, maternidad, pérdida. Pero no desde la idealización. No hay ternura edulcorada. Hay heridas, traumas, duelos. Ava representa mucho de eso: tal vez una hija muerta, tal vez una parte de mí que ya no está. El sujeto está fragmentado. No hay una conciencia unificada. Y eso se nota en las voces que se cruzan, en la identidad que se borra, en frases como “borra mi nombre y dibuja en su lugar otra máscara”.
 
La percepción también está alterada: imágenes que cambian, objetos que se transforman, rostros que ya no son lo que eran. Eso remite a trastornos reales: despersonalización, alucinaciones, confusión de identidad. Pero también nos lleva a una gran pregunta: ¿qué es real? ¿Podemos confiar en lo que perciben nuestros sentidos? Detrás de esta poesía hay un trabajo de investigación que incluye lenguaje psiquiátrico y referencias artísticas —como Paul Klee, Newton y la fotografía entendida como imagen mental—, además de figuras como Marie Curie, quien, aunque no inventó las placas de rayos X, fue fundamental para que su aplicación médica ayudara a salvar vidas, especialmente durante la Primera Guerra Mundial. Y también la pregunta constante: ¿cómo se narra el cuerpo enfermo desde adentro? ¿Cómo se habla de lo que no se puede explicar? Los delirios que aquí aparecen son poéticos, no errores. Son verdaderas estructuras narrativas. El pantano se convierte en lienzo, el hígado en perro muerto —una imagen que, en realidad, tomo prestada de mi internista, quien me salvó la vida… metáforas que buscan traducir el dolor. Si me preguntan por el título, les diré que la claridad no siempre es lo que parece; a veces sana, y otras veces puede cegar.
 
Gracias por acompañarme y por escuchar. Y si se animan a leer el libro, háganlo con paciencia y sin miedo, porque esas otras claridades a menudo nos muestran justo aquello que preferíamos no mirar.

Si deseas adquirir la publicación, escríbeme o márcame por WhatsApp al 871 119 3706.

 
Texto leído durante la presentación de esta obra el 12 de julio a las 6:30 de la tarde en Sinfonía Café & Cultura, ubicado en avenida Matamoros 521, justo frente al Teatro Isauro Martínez.

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