Viajar hacia lo que somos


Me gusta viajar sobre todo por carretera. La antesala de los preparativos, el día en que uno parte con suficientes maletas, con víveres esenciales para acortar el tiempo mientras el horizonte se amplía, a veces benévolo, delante de nuestros ojos. Otro de los momentos favoritos es llegar al lugar en que pasaremos la noche o, bien, los tantos días. Habitaciones de hoteles, por ejemplo, que al abrir la puerta te ofrecen una luz tibia sobre los objetos: la cama amplia, la mesita de noche o escritorio, el armario con perchas, la pequeña sala. Me gustan las habitaciones bien acondicionadas y de cortinas que permitan entrar la luz si uno quiere, abrirlas acaso, cuando haya finalizado el encuentro amoroso. Cualquier cosa puede ocurrir a puerta cerrada en una habitación de hotel. Me refiero a la complicidad, al acto de redescubriese lentamente. “En todos los momentos donde mi ser estuvo, / en todo esto que cambia, en todo esto que muda, / en toda la sustancia que el espejo retuvo, / sin ropajes, el alma está limpia y desnuda”, escribe Alfonsina Storni. 

En la novela La paz de los sepulcros, de Jorge Volpi, por ejemplo, en un hotel a las afueras de la Ciudad de México, dos cuerpos sin vida son encontrados: el de Alberto Navarro, importante político y posible candidato a la presidencia, y el de un joven desconocido. Dicen: los hoteles están llenos de historias, de romances, de misterios. Y de crímenes. ¿Qué pueden decirnos sus pasillos, sus rincones, las habitaciones mismas? Si hay un hotel en Los Ángeles que es mejor no pisar, leí hace algún tiempo en una de las páginas de El confidencial, ese es el antiguo hotel Cecil. Apodado como el lugar más embrujado de la ciudad, cuenta con una larga historia de suicidios, asesinatos, desapariciones y reportes de actividad paranormal. Un lugar para no dormir, literalmente. Construido en 1927, se dice que sirvió de inspiración para una de las temporadas de la serie American Horror Story. Cuenta con 600 habitaciones y algunos de sus huéspedes son tristemente famosos, como Elizabeth Short, apodada La Dalia Negra, que fue vista por última vez en sus inmediaciones antes de ser terriblemente descuartizada en 1947, los asesinos en serie Jack Unterweger y Richard Ramírez 'El acosador nocturno', y Elisa Lam.

La historia de los hoteles se remonta a la antigüedad, donde el servicio de alojamiento era considerado una obligación social. Si uno busca en la internet, se encontrará con datos relevantes en torno a estos sitios en donde lo que importa es quedarse a solas, “cuando estuvieran solos él y ella en la habitación del hotel, entonces estarían juntos y a solas”, escribe Joyce en Dublineses (1914). Durante el Imperio Romano, las posadas estaban designadas para alojar a los altos funcionarios y también a los viajeros de paso. Sin embargo, estos centros no eran exclusivos para el alojamiento, sino que también eran centros de diferentes actividades o negocios. Hacia los siglos X y XI tras la caída del Imperio Romano los monasterios se apropiaron del servicio de hospedaje. Lo prestaban de forma voluntaria y además estaba protegido por ley. A partir del siglo XII y XIII las cruzadas dieron un fuerte impulso al comercio y la hospitalidad dio paso a locales que comenzaron a cobrar a cambio de alojamiento. De los siglos XV al XVIII se desarrolla un servicio de posadas no solo destinadas al alojamiento de viajeros sino también como centros de actividades, negocios o para elegir a miembros del consejo eclesiástico o del parlamento.

El primer hotel de concepción moderna fue el “Badische Hof” construido en Alemania, con algunos aspectos novedosos para la época como sala de lectura o biblioteca. Con la aparición del ferrocarril también surgen los hoteles “término” para dar alojamiento a los viajeros al lado de las estaciones. A mediados de 1800 aparecen los hoteles de propiedad corporativa. El famoso Ritz y su cadena de hoteles se inaugura en 1880 y el modelo de negocio se extiende de Europa a Estados Unidos tras 1900. Francia fue el gran referente en la industria hotelera desde mediados del siglo XIX hasta que a finales del siglo XX Estados Unidos tomó el relevo con sus grandes cadenas hoteleras y gigantes establecimientos.

Tal vez para finalizar el año visitemos alguna ciudad extranjera. Posiblemente, él elija la ciudad y yo el sitio para pernoctar cuando la urbe nos haya agotado con su ajetreo constante. Tal vez, también, un día decida vivir en una ciudad así, inmensa, para abrazar a la ciudad eternamente y que la ciudad me corresponda. El viaje que se decida realizar es un viaje hacia lo que somos, hacia nuestras particularidades y hacia a aquellas otras, que revelamos sin querer día a día. Soy todos los viajes que he realizado, puede ser una frase válida. Y lo vivido en cada destino, en cada hotel y las experiencias de amar profundamente, una fórmula más para ser felices.  

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