A la infancia se le arrancan las alas


La única patria que tiene el hombre es su infancia. 
Rainer María Rilke

Fuimos a Monterrey. El marido y yo teníamos cita para el trámite de la renovación de la Visa. Primero entraría yo y luego Alfredo y, aunque es un trámite que resulta rápido, estando ahí, no deja de ser un tanto incómodo. Es como entrar al mundo donde todo parece tambalearse (es lo que nos hacen sentir las personas encargadas de la seguridad que para nada gozan de una postura y de un gesto amable) y si algo se infringe, posiblemente, te despachen del lugar sin haber concluido la travesía. Y digo travesía porque fueron meses de larga espera para llegar finalmente al Centro de Atención a Solicitantes (CAS).

Mientras hacía fila para llegar a la primera ventanilla en donde alguien revisa los pocos papeles que se llevan en mano y te pide seguir las flechas amarillas hacia el sótano donde se toman las huellas y la foto, me concentré en el barullo de una familia: el padre, la madre y los dos hijos, de quizá cuatro y seis años. El padre risueño y la madre, inventando todo tipo de juegos que le permitieran, supongo, aligerar la impaciencia de los niños, además, el calor era insoportable. Estábamos bajo una plancha de lámina.

Los niños, aunque discretos, reían, rodeaban las piernas del padre, estiraban los brazos para ser alzados por la madre. Esos momentos me hicieron pensar muchas cosas. Me hubiera gustado ser la madre de esos niños y que Alfredo fuera el padre. ¿Qué se siente que alguien brinde un amor tan grande como esos niños a sus padres? ¿Qué se siente ser abrazado de tal modo, con esa fuerza, con esa alegría? Me hubiera gustado preguntarles, pero también, tener a alguien enfrente que me garantizara que esa sonrisa, esa alegría, esa entrega, nada ni nadie, podrá borrarla.

Salí del lugar un poco frustrada. Sí, me da miedo que la vida se descontrole, que todo lo que tengo, que todo lo que soy, se vaya al caño. ¿Qué me puede pasar? ¿Comenzar de nuevo? Sí, en definitiva. Pero las infancias, ¡qué fácil es arrancarle las alas! Mientras se avanza en la carretera, a unos kilómetros de Torreón, hay un balneario que, en los últimos años, ha permanecido cerrado. Tengo la idea que en algún momento lo vi abierto, rebosante de familias, las albercas llenas, toboganes arrojando a la aventura del agua. Tal vez me equivoque y las imágenes que evoco en este instante sean de aquellos balnearios de mi estado natal. ¿Qué o quién decide la algazara? De un día para otro, las puertas cerradas, de un día para otro, los destinos perturbados. Porque sabemos, que aquí en México (y en el mundo), no se trata sólo de cerrar las puertas de un centro recreativo, sino de niños que son despojados de sus primeros años. Infobae publicó en enero de 2023, lo siguiente: “De acuerdo con cifras oficiales, en el 2022 se reportaron 497 casos de secuestro, de los cuales 99 se realizaron con fines sexuales y 13 al tráfico de menores” [http://bit.ly/3DwCX9b]. Sin olvidar, claro está, aquellos casos que no se reportan o que, incluso, no llegan a los medios.

El diario El economista reportó en agosto de 2022, que según el informe de La Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) fueron 1,896 las niñas, niños y adolescentes desaparecidos en México durante el año 2021. “Es decir, las y los desaparecidos llenarían casi cuatro veces el Palacio Legislativo de San Lázaro — con capacidad para 500 curules — o casi completarían la Sala Nezahualcóyotl con aforo para 2,177 personas y no entrarían dentro de la sala principal del Palacio de Bellas Artes, que tiene 1,396 butacas”. Y agrega: “Desde que empezó el sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador (del 1 de enero de 2019 al 29 de agosto de 2022) 23,859 niñas, niños y adolescentes han sido reportadas como desaparecidas, no localizadas o localizadas en México… De ellos, 6,337 continúan desaparecidas o no localizadas a la fecha (el 26.6%): 3,586 mujeres y 2,741 hombres. Las mujeres, por tanto, representan el 56.6% de estos casos. Las restantes 17,522 personas de 0 a 17 años fueron localizadas, aunque el 1% de estas desapariciones (175 casos) correspondió a niñas, niños y adolescentes halladas sin vida” [https://bit.ly/47bigxl].

Hace falta mirar también a aquellos niños que tienen vínculo con los grupos delictivos, no porque quieran (¿cuántos de estos casos son resultado de secuestros?) sino porque son llevados como carne de cañón. Leo en la Internet diversos reportes, pero no hay cifras precisas. Hay quien dice que en México se estima que los niños y adolescentes con vínculos con el crimen organizado oscilan entre los 35.000 y 460.000 y que además de ponerlos en la primera fila de la disputa, finalmente ¿qué importan?, si son capturados, por el hecho de ser menores, sus condenas con más cortas. Aquí el gran interés por ellos. Y no pasemos por alto a aquellas niñas y niños que sufren de violencia física, emocional al interior de sus hogares, así como el abandono y la explotación sexual.

Son los números de esa otra realidad que no queremos ver o, que si la vemos, lo hacemos de ladito, porque incomoda, porque aparentemente nos duele. Quiero pensar que los niños que tuve a unos cuantos metros en el CAS, les depara una vida plena, feliz, siempre protegidos en el amor y la buenaventura, y que eso pudiera replicarse en cada una de las infancias, y en cada uno de nosotros porque también tenemos derecho a vivir sintiéndonos seguros; también tenemos derecho a caminar libremente por las calles. ¿Acaso debemos de mirar siempre a un lado y otro antes de salir de casa? ¿Comprobar si alguien camina muy pegado a nosotros y más si se camina de noche? ¿Evitar pasar por tal o cual barrio? ¿Dejar de portar algún anillo, aretes o collar que consideremos valioso o llamativo? ¿Dejar de portar la ropa que deseamos y nos hace sentir bien? Ojalá podamos borrar de manera definitiva la frase (ese destino) que reiteran, una y otra vez, los medios de comunicación: “Muchos niños y niñas pasan su infancia en medio del terror y la violencia”.

Artículo publicado originalmente en Medium

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