La etapa de los corazones rotos


Tenía la edad de la adolescencia cuando escuchaba esa música, era la que ponía yo, o mis vecinos. Luego, el novio en turno. Eran baladas, principalmente, de letras desgarradoras porque el amor, parecía imposible. La app, de pronto, me internó en ese viaje al pasado. ¡Qué sencillo resulta viajar en el tiempo! Tal vez la idea del Túnel del tiempo siga siendo hasta el día de hoy un tema especulativo, teórico (para muchos expertos, viajar en el tiempo plantea desafíos fundamentales, y sobre todo, la transgresión de las leyes conocidas de la física) pero para la imaginación, no hay límites. Tenemos un gran clásico: La máquina del tiempo, de H.G. Wells.

Al principio no le encuentro sentido escuchar aquello que ahora está fuera de mis gustos. No obstante, las vivencias se vuelven nítidas. Ahora, puedo reírme una y otra vez de las preocupaciones de entonces. Porque sí, una vive preocupada por el qué dirán, o por gustarle o no, a tal o cual chico. Me preocupaba no saber bailar, por ejemplo, mis pies siempre han sido torpes y los movimientos se me ven sin gracia alguna. Eso comparto ahora con el marido, dos pies izquierdos, y la voz de fondo de mi suegro: “muevan la cadera”. Prefiero pensar en el baile desde la literatura como esa metáfora que representa la vida, las relaciones humanas y, claro, los estados de ánimo. Sean buenos o no, siempre hay una invitación a bailar. Eleonora, otra amiga de años, insiste en que tomemos clases de baile. Será, otra forma de descubrirse, de superar los obstáculos emocionales, de liberarse, afirma, pero no. No nos atrevemos y, cuando vuelve sobre la misma idea, mi mente se ha ido a otra parte.

En la adolescencia nunca me sentí segura y puedo considerarla, junto con la infancia, una etapa cruel, de desmoronamientos. Somos un cuerpo demasiado vulnerable y los papás, a veces no se hacen presentes, o si lo hacen, es para juzgar, regañar, castigar. Hay padres de todos tipos. Nos empezamos a desarrollar y todo eso se acentúa ante la percepción de los demás. Quienes no desarrollamos senos estamos en desventaja con aquellas que sí, o cuando menos, esa es la sensación, la de estar siempre un paso atrás. Peor aún si somos de rasgos toscos, un tanto sin gracia. Y este es un tema que sigue generando polémicas. La discusión sobre el dominio del factor físico está presente desde el siglo IV a. C., cuando el filósofo griego Aristóteles enunció su famoso apotegma “la belleza física es una presentación mejor que cualquier carta de recomendación”, hasta el día de hoy. Quizá esté mal yo, o haya vivido otra realidad, pero claro que entre los jóvenes, principalmente varones, hay preferencia por un tipo de mujer: simetría, piel sin imperfecciones, curvas femeninas. Hace poco, alguien me decía que a la mujer se elige tomando en cuenta el componente “salud”, si está sana, será una buena apuesta a la hora de mezclar los genes. ¡Qué horror!, pensé para mis adentros. Lo bueno que este tipo de personas, en mi vida, están siempre de paso.

El amor adolescente, y todo lo que lo rodea, es una constante tormenta. No puedo describirlo de otra manera. Hay mucho dolor, mucha soledad y canciones como esas que lo devastan todo. La adolescencia, bien dicen, es la etapa de los corazones rotos. Y por supuesto, el mío lo estaba. El amor se convertía en un mundo, pero también el desengaño. ¿Cómo se puede sobrevivir a eso? Tuve un novio que me cambió de una semana a otra. Salimos un sábado y para el siguiente, se cruzó en mi camino mientras otra chica lo abrazaba y besaba. Con los años, entendí que quizá uno de mis errores, era idealizar a la pareja y me olvidaba de algo: imposible que resulte en una elección de pareja satisfactoria y estable. ¿Qué se sabe de la vida a los 17, a los 19…? ¡Nada!

Me gusta esta cita de Tristana Suárez, psicóloga y terapeuta Gestalt, tomada del diario El país: “[El enamoramiento] supone una gran exposición; el corazón se abre al amor y al mismo tiempo al dolor. No es algo que se pueda controlar a voluntad. La tendencia a la idealización del otro es notable, casi se puede decir que nos inventamos a la otra persona como necesitamos que sea. En realidad, el enamoramiento es más una proyección de las propias necesidades que un encuentro real entre dos personas. Por ello, cuando acaba es tan doloroso, porque se cae desde muy alto y las carencias propias vuelven a quedar en el vacío” (19 de noviembre 2020).

El otro extremo, son las pasiones intensas, las obsesiones enfermizas o relaciones tóxicas que han terminado en tragedia. Justo el 14 de febrero de este 2023, en el periódico El Heraldo de México, leía el siguiente titular: “Adolescente citó a su novia y la mató el Día del Amor en Huehuetoca: ya fue vinculado a proceso. Lo que sería una cita romántica terminó como una pesadilla y con la vida de una menor de 16 años”. La nota es estremecedora. Ese es el otro extremo que me deja fría. Y todo por el amor. ¡Imposible que sea así!

Tomo el celular y redirecciono la app hacia la música que me gusta ahora. Simplemente, esa época la deje ir y qué bueno. Esta es la edad para mí más segura. No me siento vulnerable; no me siento examinada para probar que seré una buena mujer a la hora de “mezclar los genes”; no me siento desplazada, aunque mis pasos en el baile, sigan siendo torpes. Tal vez, la mejor manera de referirme al presente, sea con dos versos del poeta español Ángel González: “Cobrar la plenitud, guardar el canto / como trofeo y ¡a volar las alas!”

Texto publicado originalmente en Medium

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