Si se han escrito historias maravillosas sobre mujeres, hombres, ciudades, viajes, descubrimientos… ¿por qué no escribir la historia de los michis?


Mi experiencia de compartir la vida con gatitos, como les digo de cariño, aunque sean grandes y ocupen la mitad de la cama, comenzó en la juventud. A mi padre le fascinaban; a mi madre, no. Más que un sentimiento, era una actitud de aversión o de odio. Con el tiempo, el estudio y el trabajo lejos de la casa paterna, la vida se llenó de ronroneos, maullidos, siseos. Parte de la felicidad se la debo a los michis. ¿Qué haría sin Tomasa? ¿Qué haría sin Piri? ¿Qué haríamos sin Rayitas o sin Abu? ¿Qué haríamos sin…?

En algún momento he escrito sobre los gatos; textos que ahora son desafortunadamente muy pocos. Queda, por ejemplo, escribir la vida de Micha, Sasha, Freddy, Chano y si me voy al pasado, escribir la vida de Abeja, Ámbar, Balthus... Sobre Balthus sí escribí un poema: “Balthus llena la casa de un gris / sin medida. / Con su cola de angora, devora la tarde, / los gestos del verano, el olor / inconforme de los territorios. / Nada lo contiene…”. El texto completo lo pueden leer aquí: https://bit.ly/3rRpR1s  La de Balthus, es una historia triste, de mucho dolor, de mucha angustia.

Si se han escrito historias maravillosas sobre mujeres, hombres, ciudades, viajes, descubrimientos… ¿por qué no escribir la historia de los michis? Un poema de Wislawa Szymborska habla sobre un gato al que, por razones de trabajo, se deja solo. La humana o el humano (no hablemos de dueños, de amos) debe cumplir con las obligaciones del día, quizá un viaje, y deja al gato en un piso vacío. Lo ideal es que quien se marche, regrese y exista una vez más el milagro del abrazo, del ronroneo, del plato rebosante de comida. Es un texto maravilloso; hay en todo esto, el amor y la vitalidad que ofrece el tiempo sin tiempo, el azar, sus contorciones.

Iniciemos la historia: Piri es silencio. Era pequeña cuando la encontramos en el interior de la cochera de la casa. No sabemos quién la dejó o quién la tiró, basta con agacharse y abrir una de las puertas para gatos colocadas estratégicamente en el portón; tampoco sabemos por qué decidió quedarse cuando pudo escapar fácilmente. Es una gata de color negro y de ojos muy redondos. Son como dos lunas llenas, pero también de color negro. No habla. Su voz es el piar de un pollo; un pollo pequeño. Desde que llegó sigue nuestros pasos, no se cansa de hacerlo. “Oye, no tenemos ojos en los pies, le dice mi marido, te voy a pisar”. Nos hemos acostumbrado a llevar la mirada atenta a sus movimientos, pero aún así, a veces ocurre.

Su piar no cambia de intensidad, sea por una pisada o por alimento, es el mismo, casi imperceptible. Muerde los zapatos; se esconde para atacarnos; se oculta, también peligrosamente, debajo de las cobijas. “¡Piri! ¡Sabes lo peligroso que es esconderse así, imagina que me siento o me acuesto! No maúlla, no gruñe. Es una bola de pelos con ojos que dicen más cualquier maullido, más que cualquier grito. Avanza, siempre pagadita a nuestros pasos y nos mira. Sus ojos los lleva siempre a nuestro rostro; nos busca, nos dice no sé que tantas cosas, en silencio. Un silencio que para mí resulta doloroso, me arranca el alma.

Nunca, con ella, he sentido la mirada perturbadora de algunos gatos. Tomasa, otra gata también de color negro, tiene repentinamente arranques de gata malvada, se enfurece, gruñe. “Nuestros gatos no son animales; son personitas no humanas”, insisto, aunque con esta idea, no convenzo a nadie y no elimino el riesgo de un rasguño o una mordida, por decirlo de algún modo. Tomasa no tiene dientes, sólo colmillos en su maxilar o mandíbula inferior. Conforme ha crecido (ahora es una gata mayor), hemos tenido el cuidado de buscar el alimento adecuado; lo debe consumir sin problema y mantenerla fuerte.

“Las distintas formas de comunicación en los gatos, empiezan desde su nacimiento, al igual que un ser humano bebé que usa la risa o el llanto para comunicarle algo a un adulto, de la misma manera ellos, maúllan, ronronean, sisean o gruñen, para demostrar hambre, miedo o frío a su madre”, dicen los expertos. Pero la sola mirada de Piri, dice más que esto. Con la mirada basta (o acaso es lo que imagino) pero entiendo que necesita de mi tiempo para jugar, para abrazarla, para llevarla de paseo a lo largo y ancho de la casa, por supuesto, en una casa que ni es larga ni es ancha. 

¿Qué quieres decirme, Piri? ¿Qué puedo hacer para darle voz a tus momentos de enojo, a tus momentos de felicidad? ¿Cómo darle voz a tus hazañas, a tus aventuras, a tus días? ¿Qué más debo de entender del movimiento del pequeño látigo de la cola? ¿Qué más debo entender de esta mirada de lunas negras con la que insistes en mi rostro, en mis manos, frente a la pantalla de la computadora donde un ratón virtual va y viene y nunca atrapas?

Piri, yo seré tu voz de aquí en adelante. Yo seré tu voz. Y quedémonos así, abrazadas fuertemente. Mi respiración, tu ronroneo.

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