Hay sueños que no deberían llamarse sueños. No llegan a pesadillas, aunque se escuche el grito, aunque se dé cuenta del rostro despavorido, del corazón a punto de colapsar. Las historias enterradas, porque para sobrevivir, se deben enterrar muchas historias, o mínimo, ahogarlas en páginas y páginas de libros nunca escritos, salen a flote. ¿Quién les autoriza sacudirnos en el juego de la noche? ¿Cuánto tiempo se retrocede para situarse frente al espejo donde la mujer que soy lleva entre las manos un corazón tiznado? Los rostros viejos recuperan la voz; mira, el hilo de la historia estaba roto, estaba torcido. El hombre hielo toma mis cuadernos, limpia los tachones, continúa las frases inconclusas con un nuevo discurso. ¿Les conté que el hombre hielo estuvo a punto de matarme? Nada verdaderamente está enterrado; mentira es decir que no se vuelve a las páginas viejas de los libros; mentira decir que no se buscan las antiguas palabras para comprender, por enésima vez, por qué las paredes (habíamos comprado la casa) se derrumban una a una. Mira la casa, mira la ventana. El hombre hielo no me mira; su espalda es ancha y hay un bloque sobre mi pecho. Me hunde, me hunde, me hunde. Reiniciaremos la historia, me dice; donde nos quedamos existe un hijo que queremos adoptar, existen dos gatos: Ámbar, Balthus y las plantas, los dibujos, la lluvia cayendo en el patio de las infancias. El hombre hielo habla y debo escucharlo. ¿Se puede soñar a ciegas? Abierta la puerta, una puerta de tantas, sólo una mesa, una silla, para cortar de tajo el antiguo polvo, el antiguo perfume, el antiguo cuerpo convertido en tumba. Suficiente. Que los cuadernos, los antiguos cuadernos ardan. Podríamos incluso, dentro del sueño, hablar de otras fisuras o de otra solidez para la nueva historia. El hombre hielo no está, se ha evaporado. El antiguo golpe, el antiguo dolor (se muere si no hay caricias, si no hay sexo como una brújula, si los sentidos no se encienden hasta convertirlos en bugambilias o pájaros), alcanza la sangre. Su residuo, es memoria.
Imagen de Annick Vanblaere en Pixabay
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