La poeta Wioletta Grzegorzewska escribe en su poema Orinoko (2008) "la vida era directamente proporcional a la muerte". Otra dirección: la vida es... Nacer es empezar a morir, lo dicta así la paradoja. Hay razón en esto y más, cuando la edad, nos permite mirar el pasado y ver cómo algunas de sus partes se han oscurecido y otras persisten luminosas. La muerte, si nos sujetamos al poema, no es física, la muerte es de olvidos. Es decir, ¿en dónde están los recuerdos de la persona que fui hace veinte o treinta años? Muchos de ellos, permanecen intactos, pero otros, en algún momento comenzaron a desteñirse y se han ido por completo. Nos transformamos en otra persona o en otras personas y, en ese proceso, definitivamente perdemos algo.
En definitiva, no poseemos esa memoria total de "Funes, el memorioso", cuento de Jorge Luis Borges; ignoro qué sucedería si nos acordáramos de todo, con detalles precisos. Pudiéramos pensar que la “memoria total” nos ayudaría a relacionarnos mejor con las personas, con el mundo, con la naturaleza; tal vez no cometeríamos los mismos errores, sin embargo, no sé si el mundo estaría preparado para dominar tal cantidad de información. Hay una teoría, por ejemplo, que sostiene el filósofo Colin McGinn en la que se refiere al “cierre cognitivo” en relación con determinados problemas; el cerebro no será capaz de entender muchas de las cosas que suceden y por ello, así como el universo, resultará imposible explorar, e incluso, resolver.
Lo que me perturba aquí y retomando el tema, es que hay una parte de nosotros que diariamente olvidamos, que muere (entiéndase la metáfora). No me preocupa realmente cómo envejece la piel, incluso, tengo curiosidad en conocer como seré en cinco, diez o veinte años. Mis referentes no son mi familia, imposible pensar que me pareceré a mi padre, a mi madre. En la carpeta de adopción no había nada que arrojara luz sobre cómo eran las personas que decidieron no quedarse conmigo. No hay nada. Es como caminar a tientas, ciega a los rasgos y líneas de expresión que comienzan a formarse, ciega a las enfermedades que en el futuro (ya presente), se adueñarán de mi cuerpo. En síntesis, me preocupa la muerte de la memoria. No sólo de la mía, sino la memoria de aquellas personas que, en el futuro, dejarán de nombrarme, de buscarme en los libros, en estas palabras. Esa es la verdadera muerte. Ahí comienza mi terror y no ante las tumbas de mármoles como dice Grzegorzewska en otro poema.
Con el paso de los años pierden color aquellas vivencias que a manera de fotografías viven en la memoria; o incluso se modifican. Mi memoria me parece limitada y las cosas a mi alrededor se mueven demasiado rápido; en la rapidez algunas partes de esa vida se borran, se convierten en nada. Muchas veces me he preguntado qué nos sostiene en el ahora si de aquellas raíces queda poco, aunque se remueva con fuerza, en la profundidad de la tierra. Una parte de nosotros muere día a día, los recuerdos como una película negra. Así comienza todo, a veces ni siquiera tenemos la oportunidad de sentarnos delante o atrás del telón.
Imagen: Pixabay
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