Los sueños, la mayoría de las ocasiones, se presentan en fragmentos y esos son los fragmentos que escribo

 
En los últimos años he puesto más atención a los sueños, insisto en programar lo que quiero soñar. No sé si haya técnicas definidas, estudios comprobados bajo la lupa de la ciencia; sigo pensando que los sueños son azar (azar y entorno) y que el cerebro es una maquinaria que bien puede funcionar en armonía, o bien, presentarse como un aparato traicionero.

Rememorar lo vivido, es de una o de otra manera, arrojarnos a un sinfín de circunstancias y variables. Por ejemplo, mis sueños son claros, hay luminosidad, hay sombras y el volumen y la dimensión hablan de los objetos sobre la mesa, la precisión de las paredes que conforman la casa, la ciudad, el mundo. Miento, me permito la mentira: mi vista tiene sus propias fallas, acercamientos y dobleces frente a la realidad, la mayoría de las veces, distorsionada.

Los sueños de mi padre se quedaron en el pasado y la luz, en ese pasado, se apaga. Entiendo que la edad nos lleva al pasado, a mirar ese pasado con una claridad inusitada, pero los sueños lo colocan siempre allá, en la fábrica en que trabajaba. Dentro de sus sueños, no hay colores, no hay formas, no está la edad que tengo ahora. Siempre me sueña a la edad de los cinco años, eso dice. Si le pregunto por el sol del desierto, dirá que es muy oscuro, que es como tener las cortinas cerradas; en los sueños, la casa es oscura y fría.

Más allá de los elementos que entran en juego y más allá de aquellos motivos que distraen el sueño o lo suprimen (ciertos medicamentos o el alcohol), me dispongo a despertar y capturar la idea difusa, esa isla. Los sueños, la mayoría de las ocasiones, se presentan en fragmentos y esos son los fragmentos que escribo, piezas sueltas que a lo largo del día toman forma dentro del rompecabezas. Ignoro cuánto agrega la imaginación, pero el sueño, palabra a palabra, se vuelve indiscutible. Basta tener el celular a la mano para escribir las primeras ideas. No obstante, hay noches vacías. Dentro del sueño, no hay imágenes, no hay sonidos, no hay sabores, no hay sensaciones. El cerebro, es una cámara apagada. Lo sé, incurro en error garrafal; el cerebro no se apaga y la mejor señal de su funcionamiento es cuando despertamos de manera súbita al escuchar el golpe de una puerta, o un ruido, allá afuera. El cerebro está alerta, nos mantiene a salvo.

De domingo a miércoles, intento por todos los medios, programarme para soñar. La mayoría de las veces funciona, pero no siempre con buenos resultados. La semana pasada, sin razón alguna (¿qué pudo generar el episodio? ¿alguna situación de estrés? ¿el cartel; la imagen; el nombre, visto de soslayo?), soñé que era parte de los miembros de la tripulación, viajaba en estado de sueño criogénico para, una vez despierta, junto con Ripley exterminar, sobre cualquier evento, a el Alien, ese despiadado y sanguinario monstruo. Viví el cuerpo herido, rasgado, quemado. El final, no lo sé. La película del sueño se cortó. Esa misma noche, tuve otro develamiento: hacíamos fila. ¿Qué conseguiríamos formados ahí? ¿hacia dónde nos dirigíamos? ¿por qué era tan largo el recorrido? El agua comenzó a crecer bajo nuestros pies. Nadie decía nada, era el agua elevándose hasta las rodillas, el cuerpo, los edificios. No había terror, ni gritos, ni rostros ni emociones alteradas intentando escapar. Sentí placer y felicidad cuando cerré los ojos, cuando comencé a flotar.

De jueves a sábado dejo que el sueño tome su curso, no me interesa soñar y, si lo hago, guardo registro únicamente cuando el sueño, por su impacto, lo amerita. Las alarmas se encienden cuando ha llegado el miércoles y mi cuaderno digital permanece en blanco. Mi esfuerzo es en vano si pretendo rescatar lo que el cerebro guardó para sí. Otro mecanismo es evocar las palabras, las escritas o las usadas en cualquier conversación trivial. Esas palabras ayudan a atraer lo oculto, lo velado. Por supuesto, también fracaso. Mañana es jueves, mi último día de la semana en mi labor de atrapar sueños. Tal vez sólo quede sacudir la cámara, fijarla como un pájaro en mitad del cielo, su resplandor. 

Fotografía de Pixabay

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2 Comentarios

  1. Los sueños también nos conectan con algo o alguien, que puede estar invocándonos. Yo he tenido varias experiencias de ese tipo que se resuelven con el paso de los días. Muchas de esas veces me habría gustado poder programarlos o desprogramarlos.

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