Y luego, si las cosas no salen bien ¿de quién es la culpa? O de cómo caen los naipes del alma



Dije que nunca escribiría con la inconformidad pegada al hueso. Y la frustración. El asunto es que se nos exige responder de una manera ante los avatares de la vida. Uno es adulto y tiene que encontrar el lado tierno a todo y seguir adelante. 

No digo que a la menor dificultad tiremos la toalla. No, no se trata de eso. Pongo, por ejemplo, una situación en el ámbito escolar. El tema socio-emocional se centra en los alumnos; el tema de la salud mental y, claro, está bien. Los alumnos son lo más importante. Por ellos y sus familias se sostiene el organigrama de toda la institución. Pero ¿qué sucede con los maestros? Cuando el ambiente se enrarece por cualquier motivo, ¿qué sucede con el docente o facilitador? Nadie realmente habla de ello y a estas alturas, el estado de angustia, el abatimiento, los dolores de cabeza, los dolores musculares, la falta de motivación son realmente una alarma.

Como dije, no es que invite a tirar la toalla. Creo que nadie está en contra de trabajar con alumnos felices, sanos, bien equilibrados. Sin embargo, al docente se le ha condenado al rincón del salón porque de otro modo, podemos romper la burbuja que los protege de situaciones difíciles, complejas y frustrantes. Julia, quien trabaja en el departamento de psicología en la universidad donde imparto clase, comenta que las nuevas generaciones ha recibido de sobra la ayuda de los padres, y herramientas también de más, para satisfacer sus necesidades. Incluyan aquí la tecnología y sus dispositivos. Y este, déjame decirte, estimada Nadia, es un recipiente muy frágil. 

Y luego, si las cosas no salen bien, la culpa es del profesorado. Las escuelas no son centros exclusivamente para el desarrollo del conocimiento; ahora también asumen el futuro de los alumnos y, por supuesto, del profesor depende el éxito o el fracaso inmediato o a largo plazo. Así lo siento, mientras la organización sin control, también representa un riesgo. 

¿Cómo te sientes, maestro, maestra?, es una pregunta que no se hace o si se hace, la respuesta no se escucha. En este juego, la vida se torna así al interior de las aulas de clase: en un clima pandémico, alumnos desmotivados, indisciplinados, alumnos con otros intereses que, definitivamente, no se pueden trabajar en clase porque no corresponden a ésta. 

Han escuchado sobre el Síndrome de burnout. Este síndrome lo describió por primera vez H. B. Bradley en 1960, como metáfora de un fenómeno psicosocial presente en oficiales de policía de libertad condicional, utilizando el término "staff burnout". 

Aunque la bibliografía no es muy precisa en este punto, se dice que posteriormente, en 1974, Freudenberger propuso un concepto centrado en un estudio netamente organizacional. Propuso que son sentimientos de agotamiento y frustración, además de cansancio, que se generan por una sobrecarga de trabajo, e incluyó, en su explicación, el término de adicción al trabajo, y fue también el primero en proponer este tipo de relación asociada a un desequilibrio productivo. 

Posteriormente, en 1980, amplió su teoría y conceptualización, y agregó que estos sentimientos se deben a cargas irracionales de trabajo que se imponen a sí mismos o que les imponen quienes los rodean. 

Sin más digresión, diremos que el Síndrome de burnout, es un padecimiento que se caracteriza por una respuesta prolongada de estrés ante los factores estresantes emocionales e interpersonales en el trabajo, que incluye fatiga crónica, ineficacia y negación de lo ocurrido.

Pero esto que aquí ocurre no es exclusivo; la mayoría de los profesionistas lo viven en el campo laboral. ¿Qué tanto los jefes, dueños, etc., de las empresas se preocupan por la salud de sus empleados? No sólo se trata de lo que entra en el cuadro de lo biológico y lo psicológico de nuestra conducta, como me dice Julia, seamos profesores, amas de casa, empleados de oficina, jefes, directivos... también hablamos de implicaciones bioquímicas y neurológicas. Pero insisto, cada vez son menos quienes nos preguntan por nuestra salud física y mental, quienes nos orientan para evitar estos riesgos. Sí, la vida es un campo de batalla, nuestro cuerpo es un campo de batalla y no debería ser así. 

Ahora que he vaciado aquí las circunstancias de mi enojo, de mi frustración, revelo sin ninguna ambición que el trabajo docente es uno de los pilares más fuertes de mi vida como también lo es la escritura, los libros, la edición, mi familia, mis gatos. Si tienen curiosidad, confieso que tienen el mismo valor y es un valor perfecto. Hay, sin embargo, en este trabajo como todos, conjeturas incontables. Algunas de estas nos sacuden, nos encierran como dentro del castigo, y en la desilusión, caen los naipes del alma. 

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