La poesía
de Flor Cecilia Reyes recuerda inmediatamente la poesía de Ramón López Velarde.
Hay, en sus versos, ecos de la poesía de Jaime Sabines, Pablo Neruda, Gabriela
Mistral, sin embargo, el poeta de La suave patria se encuentra desde el
primer poema que abre la antología Casa propia. Antología poética 1985-2010
(Fondo editorial del estado de México, 2013), hasta el poema Delicatessen, con
el que se cierra el libro.
Los motivos o unidades recurrentes están
relacionados con la palabra (ese puente), el amor, la sal y las ciudades de
provincia. Otros temas que la poeta abordará, y que Eduardo Casar destaca en el
prólogo, son el embarazo, la lactancia, el paisaje. Y agrega: “Desde la
perspectiva temática parece que los poemas de Flor Cecilia abarcan todo: en
esta poesía benditamente reunida tiene poemas de ciudades: Oaxaca, Teotitlán,
Toluca, Metepec; y va desde la arquitectura pública hasta la más íntima de la
casa propia y la causa reservada”. Dichos motivos se refieren al alma del poeta,
su espíritu, y que una vez plasmados en la página (ahora también electrónica), se
prolongarán en las vivencias del lector, concretando así sus resonancias.
Flor
Cecilia Reyes, nació en Oaxaca, Oaxaca, el 14 de junio de 1964. Estudió Letras
Españolas en la UAEM y es egresada de la SOGEM. Ha trabajado como locutora y
promotora cultural. Colaboradora de Artes de México, Castálida, El Cocodrilo
Poeta, y Tierra Adentro. Becaria del Centro Toluqueño de Escritores
en dos ocasiones; del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de
México y de Oaxaca en la modalidad de creador con trayectoria. Premio Nacional
de Poesía del CREA 1986. Premio Bicentenario de Poesía del Ayuntamiento de
Toluca. Ha publicado los libros de poemas Átopos (1987), Cerro de los
magueyes (1993), Derrumbes (1998), Como una luz callada (2000),
Cántaro sonoro (2004) y Péndulo (2010).
Reyes abre su antología con un poema que aborda
a la palabra como sinónimo de fuerza, de canto, de morada (tal como la concibe
Alejandra Pizarnik). La palabra como red; se teje, se transforma, se transfigura.
La palabra —la gran mentira— permite a la poeta indagar en su interior, es
decir, en el cuerpo universal: “Voy formando un puente de palabras / Fortalezco
la mentira, / hago creer que creo / en palabras como en dioses. // Voy negando naufragios.
/ Soy un fantasma apenas / errando bajo un traje de palabras. // Mi puente
todopoderoso / decidirá los límites / y me llevará acaso /hasta el infierno
mismo. // Mi puente, / contundente en esta nada”.
La palabra da sentido a la vida. Su poder, quizá
no inmediato porque dependerá de quien la advierta, su disposición, su ímpetu renunciando
a la banalidad, es reflejo, resonancia entre la maravilla y la convulsión,
entre la felicidad y el sufrimiento. La palabra convertida en poesía es amparo
frente a la perturbación de la existencia. Hay, sin embargo, por parte del
poeta, un sacrificio; pequeño, sí, en comparación con la libertad que ofrece.
Reyes, es consciente de ello y lo manifiesta en los siguientes dos poemas: 1).
“Sacrificar mis brujas ha costado / esta complicidad con la palabra. // Reconocerme aquí, /
trastabillando sobre géminis el dual. // Dictando
el inútil testimonio de esta espiral de
vértigo que soy. [Auto de fe]; 2). “Ni arrancando los días a jirones / me ha
sido dado el signo. / Y a falta de señales / voy a estrellar en pedazos la
palabra: // para hartar al tiempo irremisible, / para aliviar mi orfandad
encarnizada”. [El signo]
Otro momento importante en la poesía de Flor Cecilia Reyes, es el
ejercicio de contemplación centrado en las ciudades de provincia, uno más de
sus motivos. Como espacio geográfico y espacio poético, estos sitios resultan
sumamente enriquecedores. Reyes, recupera de estos pequeños paraísos
delimitados, el tiempo, la familia, el paisaje, la religión (con sus
implicaciones ideológicas y espirituales). La memoria juega un papel
fundamental, la atmósfera íntima, la felicidad o el duelo. Leamos: “Con santa devoción
/ tu cuerpo se prepara a abandonarte, / hay una flor maligna que te invade / para
darle argumentos a la muerte. // Me heredas tus historias / en tejidos
barrocos, / los mágicos rituales de cocina / la certidumbre plena / de un Dios que nunca
muere. // Has de partir, abuela, / con tu paso menudo / aromando a
tomillo y hierba santa. // Los hijos que te aguardan / allá en la otra orilla /
varones que pariste / y que marcharon / ya preparan fandango con marimba. // No
he de guardar el luto en tus exequias; / voy a decirte adiós / con un pañuelo
blanco, / bebiendo mezcal, / bailando la cadencia / de una chilena alegre y
zapateada”. [Fandango]
Aquí los sentidos se agudizan y el ritmo
del alma, de la palabra, de la poesía, corresponden. La poesía que nos ofrece
Reyes a partir de estos momentos de contemplación es potente tanto en la
imagen, el ritmo, la sonoridad. Así como en la poesía de Velarde, la vista, el
oído, el olfato (básicos, por cierto), están en constante creación. Veamos: “Qué
diminuta luz / la del sol que se pierde anaranjado / breve carro de fuego /
chisporroteando ocres / para encender los frutos de la tarde”. [Cenit]; “El sueño
se despeña de los ojos; / el agua condensada / engarza los cerrojos. // Emergen
los vapores / de tierra humedecida / en su afán de imitar / al cielo y sus
caprichos. // Y es todo un hondo hueco / como una luz callada / en las manos
del viento”. [Niebla]
Para Hugo
Gutiérrez Vega, Velarde es un poeta importante porque trasciende la provincia y
va más allá de todo lo
anecdótico. Se puede decir lo mismo de la poesía de Reyes. Sin embargo,
cabe decir que el concepto de provincia ha cambiado en las últimas décadas. La
provincia ha dejado de ser espacio cerrado, alejado, abandonado. La provincia,
a raíz de la tecnología, deja de tener fronteras y se abre a la vida no solo
del país, sino de la vida global. Los poetas, desde sus trincheras, con nombre
y apellido, se animan a ofrecer al mundo sus creaciones. Hay, en medio de la comunicación
enmascarada, mentirosa, fallida, espacios para la afirmación del espíritu.
La poesía habita
todos los campos de la dimensión humada y la tecnología ha permitido este nuevo
auge, esta nueva forma de co-crear, co-escribir, co-publicar. No obstante, no
se debe pasar por alto, que la tecnología, independientemente de su horizontalidad,
en este justo momento no llega a todos los confines del mundo y aún, tanto
lector como escritor, viven el tránsito entre lo aprendido y lo que se debe
aprender, los nuevos hábitos.
La sal es otro motivo transcendental en la
poesía de Flor Cecilia Reyes. En contraste con la tradición literaria que junto
con el pan es “metáfora de buen gusto”, la poeta de Casa propia, asocia la
sal con lo amargo. Si para los antiguos la sal era considerada el producto más
grato de los dioses, para ella, un ingrediente que aleja, amputa, ciega. No es
la sal que simboliza amistad, hospitalidad como lo será para los griegos;
tampoco la “palabra” de sabor indestructible. La sal de Reyes va a contracorriente
de aquella sal de José Gorostiza: “El mar, el mar, dentro de mí lo siento. Ya
sólo de pensar en él, tan mío, tiene un sabor de sal mi pensamiento”. Veamos:
1. La sal, en la
voluntad propia o ajena, como mal designio: “No hay más lunas de sangre / deambulando en
las venas / sino savias amargas / de áspera raíz: / carcomiendo muros interiores.
/ Y ese clamor perverso / Presagiando / los adversos designios / de la sal”; Es
este el mar / te dije / y al llamado del agua / tus ojos se embarcaron /
dejándole a los míos / sólo dunas de sal”.
2. La sal, aún
frente al tiempo inamovible, hiende, engendra dolor, sombra: “Si deambulas los
días / con el aire doliendo, /como daga. //Ensombrecida el alma / desollados
los dedos / sobre la sal que tocas”.
3. La sal como
un peso (acaso culpa, obligación, dolencia, molestia, cansancio…) que se lleva
sobre los hombros: “No soples el rehilete / de días amarillos / ni te afanes en
lluvias interiores. // Urdiendo el alfeñique de las horas / a qué virar do nada
permanece. // Ya cubriste tu adeudo / en sal y tiempo / es otro tu quehacer / otro
el camino”.
En el libro Fogones,
la sal deberá traspasar las fronteras del ser para transfigurarse, metafóricamente,
en un sabor gustoso. Sin embargo, es un sabor medido, un sabor por el que se va
a tientas y se permite silenciosamente, evocar, amar. Hay, en el arrebato, por
parte de la voz poética, una disposición por constreñir. Leamos: “Batallas
legendarias / la pimienta. / Rituales silenciosos / de la sal. / Historias que
confluyen / en la mesa dispuesta / en donde al compartir / comenzará otra
historia” [Sal y pimienta]; “Ya sitiado en mi cerco de grimorio /no sé si
macerar o en crudo escabecharte. / Quizás a lento fuego desataría tus jugos /
con mar de sal y guerras de pimienta”. [Delicatessen]
La poesía de Reyes se nutre de la vida, su cotidianidad, sus
ciudades, sus pueblos y tradiciones. Es la mirada que se detiene en lo que
simplemente, otros dejan pasar, y la maravilla que hay en cada cosa, se
desvanece, se nulifica. Su poesía recuerda de manera íntegra el pensamiento de
Pedro Salinas: “Toda la poesía es una inmensa traslación, es un ir de un lado
para otro, de un lado, el que ven todos, al otro, al que sólo ven los poetas. Y
escribir poesía es trasladar las palabras que tienen un uso diario y fijo a una
tensión nueva donde valgan otra cosa y hasta signifiquen otra cosa”.
Texto completo. Se publicó de manera resumida en Siglo Nuevo, revista cultural del periódico El siglo de Torreón.
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