La reina de las aves | Johnny Palacios hidalgo |
I
Bajo la tormenta todo se pierde, la ruta, los pasos de esa ruta y el tiempo. No quiero agregar más detalles, pero ocurrió el encuentro. La calle en que ambos aguardaban el cese de la furia y la tienda de joyas en que por primera vez se tocaron, no bastaron. Tenían que irse a otra parte; tenían que, bajo las sábanas compartir el apetito de los cuerpos.
Ella piensa en todas aquellas cosas que se desataron: oleadas de besos, aromas, sonidos, la humedad, su movimiento. Y él, en esa imaginación encendida, la contempla y se deleita como quien mira el cielo o el fuego.
II
El hombre de pie o sentado, el teléfono puesto en la oreja, el timbre monótono de la espera. Laura lo imagina así cada vez que escucha el timbre; cada vez que se acerca o retrocede, porque en la locura se avanza, se retrocede.
Al principio, pequeños brotes, pequeños orificios en la delicada piel de la cordura; luego, el arrebato: soñar, soñar, soñar. O, dicho de otro modo, la ferocidad arriba o debajo de ese otro cuerpo.
Él le habla (su voz es más grave a través del teléfono) de la distancia, las muchas razones de la distancia.
—En verdad, te digo, me estoy muriendo de asfixia, de recuerdos dispersos que revoletean a mi alrededor, no como alas, sino como latigazos.
—Me haces temblar.
La única certeza, eso que escucha como una percusión mortal, es la distancia a través de la línea.
—Me dan ganas de abrazarte, apretarte.
—Quiero (la voz de él se ha vuelto murmullo) la temperatura de aquel cuarto, quiero mi lengua tejiendo estertores.
III
La locura es desmoronarse con la prisa de quien penetra un cuerpo y ese otro cuerpo, corresponde al instante eterno. Y la amplitud del miedo. Tengo miedo a convertir este murmullo, este amor-murmullo, en grito, en la luz del grito.
Las preguntas son fantasmas despiertos: ¿En dónde estás? ¿Existes? ¿La habitación se llenó de nosotros y mi cuerpo de tu existencia, más agitada que la mía? ¿La tormenta, en qué momento se marchó?
IV
[¿Y si las escenas anteriores fueran la escritura temblorosa de una mujer que se ha sentado a mirar el tiempo y sus baúles? ¿Si todo lo leído, fuese sólo el deseo de ella, inventando, recomponiendo su historia, el doble filo de su historia? Mírala, en su fracaso, apretando día a día los botones que la sumergen en su propio ahogamiento. Mira también su escritura, cómo llena los cuadernos de historias tristes, de personajes pulsantes pero enceguecidos bajo la niebla. ¿Respira, acaso? ¿Podrá respirar otro aire?]
V
El hombre y la mujer que miran de frente las olas altas, somos nosotros. Alguna vez soñé con una escena así. Así surcaría mi destino, porque el destino no me sostenía como tampoco los paisajes del pasado donde se cruzaban el abandono y el hombre invierno, aserrín, piedra; el hombre del que nunca sentí su reflejo.
Mira cómo se levanta el horizonte; cómo las olas, en caricias suaves, colmando las grietas. ¿Cuántas grietas puede contener un cuerpo? Frente al mar, la hora de marcharnos.
—¿A dónde me llevas?
—Indaguemos que hay más allá de la piel, más allá de la floración de la piel. ¿Qué dices?
Descubro nuevamente las palabras, me acarician también, en la prolongación de los intentos.
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