Ilustración de Cecilia León |
Los sueños son una realidad impuesta. En algún momento del día o de la noche, los ojos cerrados, los sueños se colocan sobre la frente (el cerebro hace su parte) y en esa otra realidad nos ponemos de pie y hablamos con personas nunca vistas o simple y sencillamente, miramos a través de la ventana. Sueños tranquilos, un giro o dos en la cama, su centro, su orilla. Hay otros, en cambio, su autor (¿existe el autor de los sueños?), precisa un episodio sangriento. Los pies avanzan, las manos se agitan y en lo que parece ser siempre el mismo sitio, los golpes, el disparo. ¿Qué puede reorientar el azar de la realidad impuesta? Entre aquello que altera el sueño y genera estas escenas, las versiones de unos y otros, antes de dormir, procuro pensar en el humo del cigarro; se esparce en la habitación, se extiende como un velo y todas las cosas son tocadas: los libros, las fotografías, el hombre que amo. En otra escena, el humo, el chasquido del teclado y las letras que aparecen en la pantalla. Es decir, cielo iluminado dentro de los ojos. Ya dentro de ese cielo, insisto en el mismo pensamiento: el humo, las cosas que son tocadas, las fotos... No hay sobresaltos.
La memoria, esa caprichosa
Memoria: 1. Capacidad mental que posibilita a un sujeto registrar, conservar y evocar las experiencias (ideas, imágenes, acontecimientos, sentimientos, etc.); 2. Potencia del alma, por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado; 3. Capricho que muestra lo que quiere o lo que puede. Memoria-capricho. Hay lugares a los que asisto, lugares de la infancia o de la primera juventud, y que son totalmente ajenos. Si me dicen aquí ocurrió tal cosa, o Mario dijo esto y Lourdes respondió aquello, la memoria, esa caprichosa, es página en blanco. He realizado viajes de los que tengo detalles, pero no la crónica completa del mar de Playa del Carmen, mis caminatas por ciertas calles de Ixtapan de la Sal, Toluca, Zamora, Tijuana, Chihuahua, Veracruz. Recorro nuevamente esos lugares, pero desde lo que no existe bajo la última capa de la memoria. Pregunto más de una vez la fecha en que murió mi abuelo, dónde velamos su cuerpo, dónde la misa y el lugar que guardan sus restos; pregunto, qué le sucedió a Víctor, a Leandro; a dónde se fueron mi abuela Juana, mi tía Rosa, mi tía Clotilde, mi tía Olivia. La memoria, esa caprichosa, acaso mi único contacto con el pasado, se borra o se resetea sin guardar los cambios. No obstante, en todo lo que se olvida, hay registros que permanecen intactos. Nombres, días, años, la persistencia de éstos, su cuchillo fatal. Y esta memoria-capricho ¿hará perdurable mi recuerdo en las personas que amo, los libros escritos, las fotografías alguna vez tomadas? La memoria, ¿me salvará?
Texto publicado en el suplemento El comentario del periódico El comentario de la Universidad de Colima.
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