
El libro de Fernando
López Rosas, Érase una vez en la revolución Mictlán (Instituto Municipal
de Cultura y Educación de Torreón, Colección Viento y Arena, 2024), pertenece a
esa categoría especial de obras que, una vez editadas, invitan a ser releídas
con verdadero gusto. Es de esos textos que no solo se trabajan: se disfrutan.
Lo digo con toda honestidad, porque hay libros que cuestan —ya sea por el tema,
el tono o las ideas—, pero el trabajo editorial debe ser siempre objetivo: leer
con rigor, con respeto al texto y con profesionalismo. Parte de esta admiración
ya la había señalado en una primera reseña que escribí sobre el libro, cuando
se presentó por primera vez en la Galería del IMCE. Quienes deseen leerla, la
encuentran AQUÍ.
Retomando el tema, como ya señalé, hay obras que logran más: conquistan al editor y al lector por igual. Érase una vez en la revolución Mictlán es una de ellas. Posee esa mezcla perfecta entre realidad y mito, entre historia y símbolo. Incluso se podría hablar de un realismo mágico fronterizo, donde el desierto, la muerte y el alma se confunden. Es un libro que invita al juego imaginativo, a la reflexión, a mirar nuestra identidad lagunera sin dejar de sentirse universal.
Retomando el tema, como ya señalé, hay obras que logran más: conquistan al editor y al lector por igual. Érase una vez en la revolución Mictlán es una de ellas. Posee esa mezcla perfecta entre realidad y mito, entre historia y símbolo. Incluso se podría hablar de un realismo mágico fronterizo, donde el desierto, la muerte y el alma se confunden. Es un libro que invita al juego imaginativo, a la reflexión, a mirar nuestra identidad lagunera sin dejar de sentirse universal.


En verdad, es una novela
que disfruté en cada etapa del proceso editorial, y que ahora vuelvo a gozar al
releerla para esta reseña. Además, hay algo que me emociona particularmente: el
autor comparte esa visión de la literatura como un territorio simbólico, humano
y espiritual, una visión que lo hermana con autores como Juan Rulfo, Carlos
Fuentes o José Revueltas, quienes también comprendieron que la Revolución —como
la muerte— no es sólo un hecho histórico, sino un estado del alma mexicana.
El libro que hoy nos
convoca no es simplemente una obra sobre la Revolución Mexicana; es un espejo
donde se refleja la identidad mexicana en toda su complejidad: con sus heridas,
sus raíces profundas y sus sombras. La trama se desarrolla en Torreón,
Coahuila, hacia 1911, en medio de la agitación revolucionaria, y nos presenta a
Yee Woo Bei, un joven de origen chino que trabaja en el restaurante familiar.
Su vida, a primera vista común, se ve sacudida por una serie de sucesos que lo
conducen a cruzar la frontera entre lo real y lo mítico.
El relato inicia con un
gesto de ternura: Yee observa a una violinista tocar en la estación del tren y
queda hipnotizado por ella. Ese instante, casi mágico, marca el comienzo de una
historia donde el amor, la violencia y lo sobrenatural se entrelazan. A medida
que la Revolución avanza, Yee se ve arrastrado por las pasiones humanas —la
lealtad, el deseo, la pérdida—, pero también por fuerzas más antiguas y
misteriosas: las del Mictlán, el inframundo mexica, donde las almas viajan en
busca de su purificación.
El autor reconstruye con
precisión un Torreón vivo, contradictorio, donde se cruzan las tensiones
raciales y sociales. La comunidad china, que realmente existió y fue
brutalmente perseguida durante la Revolución, adquiere aquí una voz y una
dignidad que la historia oficial negó. López Rosas no se limita a narrar una
tragedia; la convierte en un viaje espiritual.
El universo de la novela
se bifurca entre dos planos: el realista —de pólvora, sangre y ferrocarriles— y
el mítico, donde jade, lobos y espíritus antiguos revelan el destino oculto de
los personajes. Este entrelazamiento es lo que da al libro su fuerza poética:
el collar de jade, símbolo de la pureza y del alma; el León de la Laguna, que
encarna la fiereza y la fuerza ancestral; el violín de Xóchitl, un hilo sonoro
que une el mundo físico con el espiritual.
Y aquí es donde radica su
mayor hallazgo: el aspecto mítico. López Rosas logra un diálogo entre dos
tradiciones que parecen distantes —la china y la mexica—, pero que, en su
novela, se reflejan mutuamente. El título lo anuncia con sutileza: Érase una
vez..., el eco del cuento universal; en la revolución Mictlán, el
llamado al inframundo indígena. El Mictlán, en la cosmovisión nahua, es el
lugar al que van las almas después de la muerte, pero no es un infierno: es un
proceso. Son nueve niveles que deben atravesarse para alcanzar la paz. En la
novela, este tránsito se representa de manera simbólica: el Mictlán se
convierte en metáfora del México de entonces, un país desangrado, pero también
en búsqueda de una nueva conciencia.
Texto leído durante la presentación de este libro en el auditorio del CECyTEC Torreón, el 23 de octubre de 2025. Érase una vez en la Revolución Mictlán, de Fernando López Rosas, publicado por el Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón dentro de la colección Viento y Arena 2024.
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