
Un homenaje es un acto de presencia: se habla de alguien, sí, pero también se habla con ese alguien. Es detener el tiempo para reconocer una trayectoria, una manera de mirar, una forma particular de habitar el mundo. En un homenaje ponemos en palabras lo que una vida ha significado para otras vidas: celebramos la obra, pero también el vínculo, lo que se queda en nosotros después de leer, escuchar o convivir con quien es homenajeado.
Hoy, ese diálogo se abre para el poeta Saúl Rosales. Porque su escritura no solo se lee: se conversa. Desde que llegué a Torreón, su voz poética ha acompañado mi propia búsqueda. Lo leí por primera vez hace 22 años. En el 2003, el amor me trajo a estas tierras; hoy, el desamor me hace quedarme. Pero, lejos de la tragedia, celebro estar aquí. En aquella ocasión, alguien me regaló algunos libros de autores de Torreón, y entre ellos venía Floración del sueño, una colección exquisita de poesía amorosa.
Con el maestro he coincidido en un montón de actividades culturales, pero jamás imaginé estar aquí, compartiendo esta mesa con tanta gente valiosa y, además, celebrando un homenaje tan justo. Quiero decirle así de frente: estamos aquí porque usted ha sembrado en cada uno de nosotros algo que va más allá de la poesía: el amor por la palabra, la curiosidad por la vida y el respeto profundo por la creación. Su obra nos recuerda que la poesía es también un acto de cercanía, un puente que nos acerca a los otros, que nos permite sentir la humanidad compartida, comprender las alegrías y las penas que nos habitan, y reconocernos en la sensibilidad del otro.

En una celebración como esta, volvemos la mirada hacia aquello que un creador deja en quienes lo leen y lo escuchan: su huella, su impulso, su contribución al mundo. Hoy quiero hablar de la poesía del maestro Saúl, porque ahí es donde he encontrado su presencia más viva y cercana. Yo —como muchos aquí saben— habito la poesía desde siempre; es mi forma de mirar, de pensar y de sentir. Además, uno de los momentos que más me acercaron a su persona fue acompañarlo como editora del libro Falacias para un autorretrato, publicado en 2023 por el Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón, en nuestra colección Viento y Arena. Esa experiencia me permitió ver de cerca la precisión, la ética y la sensibilidad con las que el maestro trabaja, y comprender aún más el alcance de su poesía: un arte que no solo se lee, sino que se transmite, se vive y se experimenta.
Leerlo es entrar en un laboratorio donde cada poema es un experimento con la realidad, la emoción y la memoria. Esta reflexión nace del deseo de acercarme a los motivos que guían su escritura, de saber qué lo impulsa a detenerse en una piedra, en la lluvia que cae sobre un techo, en una avenida, en una camisera cualquiera, y convertirlo en verso. ¿Y quién no querría saber eso?
Hay infinidad de elementos que admiro en su poesía, pero para ser breve me concentraré en cuatro rutas poéticas, o caminos que nos ofrece su obra.
Primero, la materialidad de la experiencia: la capacidad de mirar lo cotidiano y convertirlo en campo de observación. La camiseta percudida, la piedra, la gota de lluvia… no son meros objetos; son signos cargados de tiempo, memoria y del desgaste del yo. Lean "Percudido de muerte", "Trinchera de la debilidad", "Nocturno de la soledad irredimible", "Antes del alba", "Punzada de futuro", "Laberintos internos": allí, lo cotidiano se cruza con la soledad, la memoria y la vida que pasa. ¿No es fascinante cómo algo tan simple se vuelve poéticamente enorme?
Segundo, la vena erótica, punzante y elegante, que recorre poemas como Avenida Morelos. Aquí el erotismo surge de la simetría entre las palmeras y los cuerpos humanos, verticales, esbeltos, visibles bajo el sol o el frío, cuerpos que se exhiben y se ofrecen. Las mujeres que esperan en la avenida se convierten en figuras de deseo urbano; la tensión sexual no depende de la perfección, sino de la cercanía, la necesidad y la mirada que las recorre. La ciudad misma, con su clima y su vegetación, se transforma en un escenario de erotismo social y visual.
Tercero, la tensión entre esperanza y desencanto, evidente en poemas como Fatalidad de la esperanza, donde la tradición literaria y filosófica, desde Sor Juana hasta la canción popular, dialoga con la experiencia humana. Y también la integración de lo clásico y la mitología, como en Ilusión helénica, donde erudición y sensibilidad contemporánea se encuentran y se potencian.
Finalmente, finitud y trascendencia, presente en poemas sobre soledad, insomnio y vejez. La escritura de Rosales se convierte en un acto de vigilancia: registrar, nombrar, confrontar, mediar. Cada poema es pensamiento, memoria y ética, no solo estética.
Me atrevo, maestro, a proponer una definición de su poesía: la obra de Saúl Rosales es un laboratorio de precisión donde lo real, lo íntimo y lo filosófico se cruzan para generar conocimiento sensible. Cada detalle —incluso el más doméstico— se vuelve un signo cargado de implicaciones; cada verso es un instrumento para auscultar la experiencia humana, para cuestionarla y sostenerla sin adornos. Su poesía ensaya con la vida misma: nombra lo innombrado, ilumina lo que estaba en penumbra y nos enfrenta a la verdad de existir con una belleza que no suaviza, sino que acompaña. Es una poética que registra, indaga y, al mismo tiempo, resiste.
Muchas felicidades, maestro. Que este reconocimiento sea un abrazo colectivo a su trayectoria, a su lucidez, a esa palabra que no se agota ni se detiene. Brindamos hoy por sus 85 años y por todo lo que su obra sigue provocando: preguntas, estremecimientos, compañía. Que la poesía continúe siendo ese puente que usted ha construido entre su mirada y la nuestra, y que juntos sigamos celebrando la fuerza de un verso que permanece y nos mantiene vivos.



Las fotografías que acompañan esta publicación fueron tomadas de la página de Facebook del periódico El Siglo de Torreón.
Texto comentado durante el homenaje al maestro Saúl Rosales, el 28 de octubre de 2025. Biblioteca Letona.
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