
En “Piececitos”, Gabriela
Mistral nos muestra algo tan simple y tan brutal: los pies de un niño pobre,
descalzos, azulosos de frío, heridos por piedras y lodo. Desde ahí —solo desde
ahí— se abre todo un mundo: la infancia desnuda frente a la dureza de la vida.
El diminutivo no alivia nada, lo
hace más fuerte. Piececitos suena a ternura y al mismo tiempo a golpe:
contrasta con la indiferencia de los que pasan de largo. Y ahí está el giro de
la poeta: no mira con lástima, sino con reverencia. Los convierte en “joyitas
sufrientes”, capaces de hacer florecer un nardo en medio del dolor. Esa es la
potencia de la poesía: darle brillo a lo que la sociedad desprecia.
Detrás está la ética del cuidado,
la denuncia, la obligación de mirar lo frágil sin huir. Y también está el aire
místico: esa capacidad de transformar el polvo y la herida en revelación.
Ejercicio
Toma la idea y llévala a tu terreno. Escoge un fragmento de fragilidad: puede ser una mano que tiembla, un cuaderno arrugado, un zapato gastado, una taza que ya se rajó. Escríbele como si hablaras con ella, en segunda persona, dándole cuerpo, olor, color. Haz que lo frágil también se vea digno, resistente. Y cierra con algo que lo nombre como fuente de fuerza o de luz.
2. Háblale directamente, tú a tú.
3. Ponle sensaciones (colores, frío, calor, texturas).
4. Muestra cómo en su debilidad hay belleza o fuerza.
5. Termina con una revelación, un brillo inesperado.
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