Hay una parte de mí que se niega a ver la historia de mis deseos. Lo que puedo decir es que anhelé jugar como cualquier niña o niño a esa edad y se me concedió muy poco. Cuando pude caminar, correr, saltar, importó más mantener el peinado, el vestido y los zapatos impecables. Quizá la infancia y la adolescencia de esto se trata, de cumplir los deseos de los otros. Mis quince, fueron un pequeño infierno hasta que ¡por fin! mis padres se dieron por vencidos: ¡no quería fiesta alguna! ¡menos los vestidos rimbombantes, los fingimientos, la desolación que queda al final! Ahí comenzaron los viajes, a veces cortos, a veces largos hacia un sinfín de destinos.
He tenido dos intervenciones quirúrgicas, complicadas sí, y en las que he palpado el límite de la vida. La última fue en febrero de este año. Si ya consideraba a la existencia demasiado corta y, por ello, debía vivirla siguiendo la pauta de “Un día a la vez”, ahora no me quedaba duda. Además, funciona. Este lema "Un día a la vez" es utilizado por los grupos de ayuda mutua, como Alcohólicos Anónimos (AA) y Al-Anon. Refleja la idea de vivir el presente y tomar las cosas paso a paso, sin preocuparse demasiado por el futuro. Algunas de mis amistades que enfrentaron la adicción del alcohol, no sólo por el lema sino por lo que es el plan, llevan ahora vidas ordenadas. Tocar los extremos, o los bordes, según se quiera, me conduce a aplicarme a esta idea, cada vez buscar la dicha, la plenitud, la alegría y el asombro sin ambicionar años y años por venir. Los deseos que sí quiero ver, en cambio, son aquellos que se dan en un periodo cercano en el tiempo.
Me pongo metas pequeñas, por ejemplo, hace unos días me levanté con la firme decisión de limpiar mi escritorio y colocar en los estantes, los libros que guardaba en cajas desde el verano pasado. Mi deseo era simple. Tener más espacio para mis cuadernos, mis agendas; más espacio para escribir. He intentado cambiar mil veces de escritorio por parecerme minúsculo, pero no lo es. Con el paso de las semanas y los meses, comienza a llenarse hasta reducir al máximo el espacio de la computadora y el teclado. ¡Qué horror! Era mi deseo y lo conseguí. Los deseos, como dije, son esos pequeños impulsos que puedo alcanzar en un día, dos, quizá una semana. He cambiado algunos de mis hábitos, por ejemplo, aunque prefiero estar en casa, leer, escribir, mirar una película, escuchar música, acompañar al marido, he optado por alterar un poco el curso de los días: salidas sorpresivas con la familia, las amigas; un concierto, el cine, el café en esos lugares que tanto me gustan mientras escucho las historias repetidas de mi madre y mi padre. Pese a las amistades con que cuento, socializar me cuesta mucho; confío en estos pequeños ánimos, para lograr en algún momento sentirme cómoda y finalmente moldear así mi vida. En la memoria de los demás no anhelo dejar un deseo de amistad superficial; quiero, como los árboles, echar raíz, “quisiera ser raíz, para que fuera / abrazándote a cada primavera / con una vuelta más, lenta y segura”, dice un poema de Jaime Torres Bodet.
No sé si mi deseo fue en algún momento estudiar una carrera para volverme exitosa. Aunque pudo haber ocurrido, creo que el éxito no importaba tanto sino las herramientas necesarias para poder comunicarme correctamente por medio de la palabra escrita. Escribir como lo hago ahora. Escribir porque creo en el poder de la palabra y porque la palabra nos une, nos fortalece. Si alguien toma los deseos para unir a las personas, a las comunidades, ¡qué maravilla!, pero también hay quien los lleva al egoísmo e incluso al acto criminal. En Internet leí la historia de Dennis Rader, en quien se identificó la necesidad de atar, torturar y matar a otros seres humanos como parte de sus deseos y motivaciones delictivas. Dennis Rader, conocido como BTK (acrónimo que significa "atar, torturar, matar"), cometió al menos diez asesinatos en Wichita y Park City, Kansas, entre 1974 y 1991. Aunque ocasionalmente asesinaba o intentaba asesinar a hombres y niños, sus víctimas típicas eran mujeres. Según revelan diversas fuentes sus crímenes eran altamente organizados y meticulosos, y se destacaba por su prolongada capacidad para evadir la captura, lo que lo convirtió en uno de los casos más impactantes de asesinos en serie en la historia de los Estados Unidos.
William B. Irvine, profesor de Filosofía en la Wright State University (Ohio, EE. UU.), escribió un libro que se titula Sobre el deseo. Por qué queremos lo que queremos. Me llamó la atención la portada, los colores estridentes de las mariposas y los ¿insectos? Lo compré y termino de leerlo apenas. El deseo, según el autor, puede generar problemas; nos impulsa a satisfacer necesidades básicas como la alimentación, al igual que metas abstractas como el estatus social. Para él, la insaciabilidad del deseo es inherentemente al ser humano y su fracaso puede ser doloroso. ¿Es algo bueno carecer de deseos? La respuesta negativa es contundente. El ser humano necesita de deseos. La contraparte, siguiendo la lectura, es que los deseos no se cumplan lo que puede derivar en frustración o suicidio.
En el libro se habla de dos categorías de deseos: los instrumentales, que están al servicio de otros deseos, y los emocionales, que emergen de sistemas inconscientes. Se puede decir, entonces, que los deseos son complejos y desafiantes. La conciencia, es decir, la capacidad de un individuo para ser reflexivo de sí mismo, de sus pensamientos, emociones, acciones, así como de su entorno, y la atención plena, juegan un papel fundamental para abordar la naturaleza insaciable del deseo (¿acaso nunca estamos completamente satisfechos?), sin olvidar que en esto influye también la familia, la educación, la religión y nuestra propia ideología. Es un buen libro, lo recomiendo.
Prefiero, como lo mencione al principio del texto, los deseos en corto. Deseos que veo culminados día a día, o quizá en un tramo de la tarde o de la noche, más si nos referimos al impulso amoroso, esos impulsos para mirar los dedos escribiendo historias en el pelo, y mientras se besa la espalda, se digan las más grandes verdades o las más grandes mentiras, parafraseando un poema de Gioconda Belli. Los deseos de esta manera, por precaución… en cualquier momento, la vida se acaba.
Imagen de Pexels.
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2 Comentarios
Me identifico en algún punto. Escribir es mi principal forma de comunicarme, mis amistades más significativas se han forjado a través de afinidades con la escritura, los libros, los encuentros de poesía. Durante mis años de adolescencia lo que más deseé fue ser "una chica normal", porque me percibía tan "rara", pero en mi adultez me reconcilié conmigo y con mis verdaderos deseos. Me gusta, como a ti, entender la naturaleza de los deseos, por temporadas he invertido varias horas y días enteros leyendo o viendo documentales sobre perfiles criminales, porque no entiendo sus deseos, ¿en qué momento lo humano se decanta hacia esos límites? Tal vez quienes tenemos deseos más simples, más dirigidos hacia lo que consideramos ético o al menos inocuo, nunca lo entendamos; tal vez no tenga una explicación precisa. Quisiera entender lo humano desde todas sus aristas... tema complejo. Esto también es un deseo: el conocimiento. Para mí, la máxima representación de mis deseos la encuentro en el poema "Primero sueño" de sor Juana, porque es el alma que desea verlo y conocerlo todo.
ResponderEliminarCon la referencia al poema Primero sueño, de Sor Juana lo dices todo. Gracias por leerme. Un abrazo, Marisol.
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