La mirada y los árboles


“Los árboles son testigos silenciosos”, dice la frase. Quizá la escuché o la leí en alguna publicación. La frase está escrita en uno de mis cuadernos antiguos con tinta color verde y la retomo para escribir aquí ciertas cosas que me movieron. Se escribe sobre lo que pulsa, lo que estremece, lo que enciende. La frase, evocó mi infancia y la importancia de los árboles en ella. Nací en Quesería, Colima, y la vegetación es muy distinta a la del desierto. No hace falta dar más explicaciones. La casa paterna estaba rodeada de árboles, catorce para ser exactos, árboles frutales y otros más de los llamados criptógamos, que pertenecen al grupo de las plantas sin semilla. Estas plantas no tienen flores ni frutos, y se reproducen por medio de esporas. 

Mi casa, aquí en la ciudad, también está rodeada de árboles que crecieron muy altos y han hecho de sus frondas un espacio para los pájaros y las abejas. Y también para los gatos, que curiosean, pero no se atreven a llegar a las partes muy altas. La mirada y los árboles, si intentamos resignificar su relación, entablan un diálogo silencioso que trasciende las palabras. Y ¡no nos damos cuenta! ¿De qué se trata la mirada? Amado Nervo, mi amado Nervo, escribe: “En el místico reflejo / de la noche constelada / quiero hallar una mirada”. 

La mirada, dicen, se centra en la reflexión sobre la existencia y el paso del tiempo. Pero ¿en verdad miramos o ya perdimos esa habilidad de vivir de manera plena la realidad? La mirada se ha clavado en las pantallas y el paisaje ha pasado a último plano. “La realidad es el aquí y el ahora, la vivencia, la conciencia de existir y de experimentar la vida con los matices y la riqueza que nos aportan los sentidos”, escribe el Dr. Pablo Saz, médico naturista, investigador en la Universidad de Zaragoza, en su artículo “Hay vida fuera de las pantallas: ¿te la estás perdiendo?”, publicado en la web de información divulgativa Cuerpo mente. 

Debemos restituir el verdadero significado a la mirada. Y más, si en medio del bullicio y la agitación de la vida urbana, ésta se concentra en los árboles. Más allá de los simples elementos del paisaje, los árboles, en “la jungla de concreto y acero”, son un oasis. En 2023, Stefano Mancuso, una de las máximas autoridades mundiales en el campo de la neurobiología vegetal publicó La tribu de los árboles (Galaxia Gutenberg). Es la primera novela del autor y en ella los árboles establecen entre sí un diálogo (un diálogo exclusivo porque no hay más seres con quienes comunicarse, no hay pájaros, por ejemplo). Otro de los temas es la personalidad de cada planta, cada una tiene sus propias pasiones, su propio carácter. Entre ellas se estudian, se ayudan, se fortalecen. Forman comunidad. No aparece ningún ser humano, todos los protagonistas son árboles. El autor ha dicho sobre La tribu…: “Contemplamos la vida como humanos que somos, sin darnos cuenta de que apenas somos una facción irrelevante del planeta: no más del 0,3%. Y pensamos que las plantas son pasivas, pero ellas son la porción más grande de la vida sobre la tierra. He escrito una novela desde la perspectiva de las plantas para que las comprendamos mejor”.

El protagonista se llama Laurin y esta es su primera aparición en el relato: “A propósito, no me he presentado: soy Laurin el Pequeño. Laurin es un importante nombre de familia; en nuestra historia ha habido muchos que han protagonizado grandes hazañas y a los que todavía se recuerda con deferencia. Cuando Ewan, tras observarme con detenimiento, me lo asignó, muchos vieron en ello una señal del destino. No obstante, para muchos camaradas siempre he sido el Pequeño, en parte para distinguirme de Laurin el Viejo, uno de los miembros más respetados de la comunidad, y en parte por ese ingenuo y discutible sentido del humor por el que nos referimos a los demás destacando en ellos cualidades contrarias a las que poseen en realidad. Dicho de otro modo, mi nombre es una antífrasis (para que veáis que en la tribu también tenemos un sólido conocimiento de los estudios clásicos): yo era un auténtico gigante, y por eso a los demás les hacía gracia llamarme el Pequeño. Solo eso”.

La tribu de los árboles, no se queda en el mero relato. Es una crítica a la destrucción de los árboles del mundo. En el 2015, una nota de Nuño Domínguez publicada en El país, revelaba: “Desde el comienzo de la civilización, el número de árboles del planeta se ha reducido en un 46%, casi la mitad de lo que hubo, indica el estudio, publicado hoy en Nature. Si este ritmo de destrucción sigue sin cambios, los árboles desaparecerán del planeta en 300 años”. [https://bit.ly/3VVQ12v]. En el 2023, Manuela Andreoni, en The New York Times, publica: “La encuesta anual del Instituto de Recursos Mundiales, una organización de investigación, reveló que el mundo perdió 4,1 millones de hectáreas de bosques primarios en 2022, un incremento del 10 por ciento en comparación con el año anterior. Esta es la primera evaluación que abarca un año completo desde noviembre de 2021, cuando en una reunión mundial sobre el cambio climático realizada en Glasgow, Escocia, 145 países prometieron frenar la pérdida de los bosques para fines de esta década” [https://bit.ly/43UGvyk].

Nada mejor que detenerse, tal vez muy de mañana o mientras declina el sol, a mirar nuestras calles, nuestras colonias, nuestra ciudad. El acto de mirar se convierte en un ejercicio de introspección y contemplación. Y por qué no, también un ejercicio para dejar, de una vez por todas, de apretar el acelerador. Nos hemos acostumbrado a la vida frenética, a conducir como si estuviéramos locos, incluso a altas horas de la noche, cuando la idea de regresar a casa, debiera ser un remanso. 

La comprensión del mundo de las ideas y la percepción de la verdad han sido asociadas por los filósofos con la mirada. Platón dice que el mundo de las ideas es visual, un mundo de figuras contempladas, la razón son los ojos del alma y la idea es lo que ve el alma. Aristóteles también desarrolló una filosofía fundada en imágenes y objetivaciones, definiendo al hombre y al mundo desde la visión del ser. La cultura occidental ha acentuado el sentido de la vista al asociarlo al floreciente campo de la ciencia, claro, sin olvidar que la mirada es, también, objeto de estudio en todas las disciplinas. Hablamos de una mirada profunda, develadora. Una mirada para los árboles, una mirada para re/conocernos a nosotros mismos y a nuestros próximos. O dicho con las palabras de Josefina Pla “...tan sólo una mirada, / una pupila sólo para todas las cosas. / Para la aurora y el ocaso, / para el amor y el odio, / para el amante y el verdugo, / la paloma y la víbora, / la estrella y la luciérnaga”.

Fotografía de Pexels. 
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