La vida alterada y lo inexplicable. Comentarios sobre la novela La anomalía de Hervé Le Tellier, Premio Goncourt 2020


Hace algunos meses terminé de leer La anomalía (Premio Goncourt 2020), novela del escritor y matemático Hervé Le Tellier, publicada en 2021 por Seix Barral. Con el paso de las semanas muchas de las ideas que se generaron a partir de la lectura, siguen rondando en mi cabeza, de ahí que disponga de este tiempo para compartirlas. Debo decir, también, que es la primera vez que me acerco al autor; además de otros libros, la misma editorial acaba de publicar en español No hablemos más de amor. La sinopsis es la siguiente: “El 10 de marzo de 2021, los doscientos cuarenta y tres pasajeros de un avión procedente de Paris aterrizan en Nueva York después de pasar por una terrible tormenta. Ya en tierra, cada uno sigue con su vida. Tres meses más tarde, y contra toda lógica, un avión idéntico, con los mismos pasajeros y el mismo equipo a bordo, aparece en el cielo de Nueva York. Nadie se explica este increíble fenómeno que va a desatar una crisis política, mediática y científica sin precedentes en la que cada uno de los pasajeros acabará encontrándose cara a cara con una versión distinta de sí mismos”.

La anomalía se centra, sin dejar de lado el resto de los pasajeros, en los siguientes protagonistas: Blake, asesino a sueldo con doble vida; Slimboy, músico nigeriano; Joanna, abogada afroamericana; Lucie, amante de un arquitecto maduro; David Markle, sufre un cáncer de páncreas; la pequeña Sophia, dueña de una rana resucitada y que, por causa del padre, un militar del ejército estadounidense, vive momentos escabrosos. Y el escritor Víctor Miesel, que escribió un último libro titulado también La anomalía. Miesel, forma parte de ese vuelo que será desviado de su aterrizaje en el aeropuerto Kennedy, y obligado a tomar tierra secretamente en la base militar Fort MacGuire, por orden de las autoridades del Pentágono. Es él quien pone sobre la mesa parte de la dinámica de la trama. Veamos la aparición del segundo avión: “En las pantallas, cada nuevo dato confirma lo imposible. El avión que hay en la pista es absolutamente idéntico al 787 que aterrizó en marzo. Ciertamente, el aparato ha sido reparado; ciertamente, los pasajeros han envejecido: esta misma noche, en Chicago, ha cumplido seis meses un bebé, que en el hangar, es un recién nacido de dos meses que no para de berrear. En los ciento seis días que separan de ambos aterrizajes, entre los doscientos treinta pasajeros y trece miembros de la tripulación hay una mujer que ha dado a luz y dos hombres que han muerto. Pero genéticamente son los mismos individuos”. 

Sin mayores preámbulos vivimos ya dentro de una anomalía, dentro de esa alteración o discrepancia, por ello, la novela no está lejos de la vida diaria. Basta reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología, la simulación, la toma de decisiones, la complejidad de los acuerdos sociales y el debate de la existencia. No se trata de universos paralelos, de vidas alternativas, de la Matrix; ni de tantas películas, series, comics, libros que hacen referencia al tema. En La anomalía, el mundo se ha trastocado con la aparición del segundo avión. Y si en lugar de llegar al aeropuerto de Nueva York, llegara al aeropuerto principal de nuestra ciudad ¿qué haríamos? Más allá de la relación entre ficción y ciencia, las tecnologías son una revolución sin freno: mundos alternos, la vida en otros planetas, el tiempo, el universo y la velocidad de sus galaxias, inteligencias artificiales, clonación, impresión en 3D en la medicina y otros campos. Y, por supuesto, nuestra participación activa en la consolidación de muchas de éstas: redes sociales, juegos, simuladores, etc. La propia estructura del mundo y de la existencia de la vida, se sujeta en su uso. Somos vulnerables, somos monitoreados, somos vigilados; el valor de nuestro dinero y el valor de nuestra vida dependen de ésta, así como nuestras preferencias, nuestras ilusiones, la felicidad, el destino... 

Una parte de la irrupción de esta tecnología (la primera revolución tecnológica se produjo hace unos 10.000 años, en el periodo Neolítico, cuando los seres humanos pasaron de ser nómadas a sedentarios desarrollando las primeras técnicas agrícolas. En el siglo XX, sin embargo, las tecnologías de comunicaciones, transporte, la difusión de la educación, el empleo del método científico y las inversiones en investigación, se desarrollaron rápidamente contribuyendo al avance de la ciencia y la tecnología modernas), que a mí me tocó vivir tiene mucho que ver con aquellos años en que escribir y publicar al mismo tiempo fue posible y a muchos nos voló la cabeza. Primero las computadoras, el internet y la era de los blogs. ¿Cuál fue el resultado? Los límites, no sólo personales, sino de la sociedad y el mundo, se difuminaron. ¿Por qué debíamos de escribir solos, en una habitación taciturna, en un café o en una cantina si era factible hacerlo en conversación directa con quienes también compartían intereses similares? Llegó otro momento, las transmisiones en vivo. No es el mismo valor que tiene ahora (YouTube en vivo, Facebook Live, Instagram Live, StreamYard, Zoom) que antes. Imaginen el valor que tuvo la televisión en aquellos años 50, consolidándola como uno de los avances tecnológicos y culturales más importantes del Siglo XX. Y no olvidemos la repercusión del streaming. Empero, a esta película, le saltan muchos filos. ¿Qué pasaría si un día de tantos, mientras caminas una calle cualquiera o una plaza, te encuentras de golpe con alguien idéntico que reclamará como tú la misma casa, la misma pareja, hijos, mascotas, trabajo, vida, incluso la enfermedad que vendrá con los años? 

Otro de los puntos para reflexionar en La anomalía, es el de las decisiones. ¿Quién decide los destinos? ¿Qué tanto el hombre y qué tanto una realidad dudosa llámese internet o inteligencia artificial? ¿Quién es quién en la toma de decisiones de alto impacto? Leamos: “…observa la enorme pantalla, con el ceño fruncido y los puños apretados. Sí, no era una decisión fácil y la he tomado yo solicito, pues mi oficio consiste en tomar decisiones yo solito. Al enterarse de que un vuelo Air France 006 ha aparecido sobrevolando el Atlántico, piloteado por el mismo comandante Markle, asistido por el mismo Favereaux y llevando a bordo a los mismos pasajeros, el presidente ha ordenado destruir el aparato. No vamos a dejar aterrizar una y otra vez al mismo avión, solo faltaría”. A esta resolución, ¿qué le sigue? La mentira política tal como existe ahora y se fabrica a diario no solamente en las altas esferas; el horror también se gesta en el más pequeño espacio. Insisto, nada que no conozcamos, el problema radica en normalizar estas acciones. Una vez ahí, se dejan mirar, como también se dejan de mirar la incertidumbre, el miedo, el dolor, los hechos que parecen inexplicables para las mayorías. No hay esperanza, no hay salida, por ventura, adaptarnos al caos. 

En una vida cada vez más compleja, ¿cómo salir librados? Es esta nuestra anomalía, es aquí donde comienza lo inexplicable, aunque se abran debates, teorías, posturas, explicaciones científicas, filosóficas, matemáticas, tal como ocurre en esta historia. El yo y el nosotros están trenzados irremediablemente. Lo anterior queda claro en el último párrafo de la novela. Las determinaciones, por inofensivas que parezcan, por mínimamente radicales, impactaran como si se tratara de una vibración lenta… una pulsación infinitesimal a lo largo y ancho del planeta. Algo se trunca, algo se tuerce, algo se altera, aún para el gato que dormita junto a la chimenea. ¿Qué quiere decir esto? Que nuestras vidas ocurren sobre un mismo tapete; sobre un mismo tapete la existencia toda. Si ya estamos ahí, tal vez podemos lanzar una pregunta final antes de cerrar el libro: ¿estamos a tiempo de sopesar si cambiamos nuestras vidas o nos quedamos tal cual estamos? 

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