Desconexión


Paso una buena parte del día frente a la computadora. El resto, es el trato directo con las personas, cumplir y asumir las responsabilidades de un trabajo y otro. Tal vez, leído así, suene muy monótono, pero no lo es. Los días son un crisol y no puedo más que emocionarme por lo que se ha hecho y lo que viene.

Los fines de semana son de paseo, o de quedarme en casa con el marido y las gatas. Salgo con amigas, voy de un lado a otro, pero lo más, insisto, es frente a una computadora. Lo gozo y lo disfruto. Ocurre cambios sí, y también los agradezco; debe haber una fuerza externa muy potente que me saque del trabajo. Me han dicho que soy adicta al trabajo; tal vez tengan razón y debo tratarlo, pero hasta hoy, el trabajo forma parte del engranaje adecuado de la familia, la felicidad y mi pequeño universo de relaciones personales.

Puedo, es decir, podía transitar de un canal a otro sin problema: de la escritura, a la edición, a la oficina, a la conversación, a la lectura, a las cuestiones del hogar. Cada día me parece nuevo; la certeza sobre lo que nos depara el futuro es mínima, miles de factores pueden alterar, modificar, o torcer el camino que consideramos recto. Hay, en cambio, cierta seguridad en la continuidad del tiempo, su relación con nuestra experiencia, por decirlo de algún modo, porque cada uno tiene su realidad.

El tiempo avanza muy rápido para unos; lento, para otros. Bien dice un poema de Jorge Cuesta: “No para el tiempo, sino pasa; muere / la imagen de sí, que a lo que pasa aspira / a conservar igual a su mentira. / No para el tiempo; a su placer se adhiere”. ¿El tiempo es verdaderamente relativo? ¡Qué interés en investigarlo desde las teorías que hacen referencia a sus dimensiones y realidades paralelas! El tiempo y sus ramificaciones, ¡qué maravilla!

Pero el tiempo (pensemos en la edad, los cambios químicos, la monotonía ¿la monotonía?), ha comenzado a alterarse, ya sabemos, no es lineal. Lo que antes era transitar entre un escenario y otro como quien lleva en las manos el flujo continuo del destino, ahora me parece extraño, difícil. Entre cada una de estas situaciones hay una experiencia de desconexión que me impide estar en cuerpo y alma.

Hay, creo, un desajuste entre lo que realizo y su expectativa; o un desajuste: aún estando en un sitio, estoy en otro. Me quedo en las cosas de la oficina mientras mi marido narra su día en el salón de clase o en la oficina. No es que no quiera escucharlo; hay algo que me hace sentir desplazada o fuera de lugar y eso me impide volver a él, a su voz, a su diálogo. Lo que me frena tiene mucho vigor y me jala, me lleva siempre a otro lado.

¿De dónde esa falta de conexión, incluso emocional; esa falta de conexión o de pertenencia? He tenido episodios de frustración, de ansiedad, de coraje y tristeza. Voy acercándome a los 47 años y es probable que mis químicos se estén volviendo locos. Hasta hace algunos meses todo funcionaba, me sentía cómoda, satisfecha. Justo ahora, la vida a mi alrededor funciona perfectamente y ¡qué bueno!, asumo, pues, mis alteraciones y es válido, la edad, como dicen, no pasa de balde.

Otra alteración: mi cerebro no responde del mismo modo, o cuando menos, mi nivel de concentración se ha visto afectado. Sostengo la lectura en las manos y aunque avanzo una o dos páginas, de pronto, me doy cuenta que perdí la escena. Volver sobre lo leído, cuando antes, lo leído, lo escuchado, se quedaba impreso en la memoria como una huella, me parece alarmante. Tengo agua adentro, le digo al marido; pesa si inclino la cabeza al lado derecho y, toda esta turbación, me impide ver con nitidez las cosas y comprenderlas a cabalidad. He comenzado a buscar apoyo y asesoría médica. Quiero retomar ese transitar cotidiano como hasta hace algunos meses.

Luego, vienen días buenos, tal vez como hoy, en que todo está en su sitio. Abordo una charla y otra, voy de una actividad a otra, recuerdo lo dicho y también, lo que se queda, porque a veces es necesario madurar las ideas. Estoy frente a la computadora, escribo. Hay, dentro de mi cerebro, una especie de viento muy suave. Lo siento, aquí, justo detrás de las orejas; el mismo lugar en donde la migraña poco a poco hace su retirada.

Mis días encuentran una vez más el apego y la conexión con los demás. No veo rostros oscurecidos por esa tela invisible, ni escucho las voces, como si rebotaran dentro de un cántaro. Con dificultades me acepto tal como soy y reconozco en lo que soy auténtica. Sí, estoy en una especie de equilibrio. ¿Cuánto durará? No sé. Tal vez, mientras vuelva sobre el texto buscando eliminar sus imperfecciones, comience a desmoronarme.

Publicado originalmente en Medium.
Imagen de Pexels

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