El corazón del daño, este dispositivo literario abierto y complejo, recupera el diccionario doméstico de injurias y amenazas, donde las palabras proyectan desde la lejana casa familiar su poder de presagio y convierten el sueño en pesadilla. Recopilación privada; ajuste de cuentas con una madre desesperada y desesperante; desmontaje de una vida que va de la simbiosis al enfrentamiento, de la huida de la casa familiar a la clandestinidad revolucionaria, de la migración al descubrimiento de sí a través de la escritura, El corazón del daño es un dispositivo literario abierto y complejo que busca, en palabras de su autora, ser fielmente “un censo de escenas ilegibles”. Con una narrativa directa y voluptuosa a la vez, Negroni recurre a la nota íntima, la observación sagaz, la apostilla urbana, la crónica política, la balada del exilio y el canto lúgubre del duelo para escribir “un pequeño libro de mi puño y cuerpo, seguramente errado en su tristeza”.
Subrayados
*La literatura es la prueba de que la vida no alcanza, dijo Pessoa. Puede ser.
*Más probable es que la vida y la literatura, siendo ambas insuficientes, alumbren a veces.
*Cosa rara crecer. Una se rodea como puede, si no de afecto, al menos de presencia, de caparazón.
*Escribir es horrible, dijo Clarice Lispector. (Y después caminó por años, como una equilibrista, sobre la “celada de las palabras”).
*Hay batallas que no pueden ganarse ni perderse: esa es mi poética.
*Como en el caso de los libros, mi madre me desmiente. Esa historia la inventaste, dice. Nunca te hubiera dejado sola, en la calle, con el cochecito de la beba. Vaya una a saber. Como sea, después del parto, mi madre tiene flebitis y pasa meses en cama. Una abuela, la que menos me gusta, viene a cuidarnos.
*Si tuviera que elegir una sola de las posesiones del mundo, elegiría esta escena de infancia: mi padre llevándome a cocoyo por el jardín de las cosas.
*A lo mejor los libros son también eso: un viaje a la transparencia.
*Escribo para no morir. Debajo de esta frase hay otra y otra más. No sé cuáles son esas frases. Soy, acaso, esta larga y lenta mirada de la niña que fui, sobre el centro radiante de la incomprensión.
*En el viento se acumulan ruinas de tu figura, Madre, sin ningún orden.
*A veces parecía una niña gris, recostada en el balcón de ver nubes.
*En la fotografía del poema, yo soy la nena a la izquierda, la del raspón en la rodilla. Estoy clara y reciente, atrozmente nítida, como si preguntara: ¿Se producen besos? ¿Vienen daños de este cielo ambiguo?
*Esa caída en la noche, díscola y turbia, es la literatura.
*Pasaba horas en su compañía, sin saber qué me gustaba más, si el revoltijo de imágenes o las amalgamas que superponían todo.
*¡En sus marcas! ¡Listas! ¡Ya! A buscar la bífida lengua de la madre.
*Empiezo a reunir cosas, o bien sombras verbales de cosas, para enterrarlas más tarde en algún libro que tendrá, como todos los libros, la forma de una caja.
*La salvación es un golpe de astucia.
*Hace falta un talento enorme, dijo, para pintar un vacío.
*Mi cuadro, dice, no se propone significar sino ser.
*Es un haber de sombras. Un llanto antiguo, gutural, reacio a todo amparo. Una suerte de alquimia invertida de cualquier triunfo, incluso potencial.
*Algo está ocurriendo, y es altamente grave. Ya lo dije: mi madre es el gran amor de mi vida. La medida de todas las cosas, las que por cierto así son, las que por cierto así no son. Un amor emperrado como un coágulo.
*Pero vos eras el río y la imagen del río, visto desde la altura (quiero decir, la furia misma).
*Me miraste, morada de ternura, bajo el color inconstante de la niebla. Terminé por tratar de pinchar la carta a tu plumaje. El pico tembló ligeramente. Me dejaste a merced de la felicidad, contemplándote, ahora que eras un enorme pájaro blanco.
*Estoy clausurando algo y no sé qué es.
*Lo que se busca es arrastrar el centro al borde (¿pero cuál centro?, ¿qué borde?), y allí quedar clavada, como una mariposa, en el desierto no nacido de la voz.
*El sacrificio de un hijo o de una hija en un altar de piedra. Isaac. Ifigenia.
*Avanzo sin más calle privada que la confusión.
*El director, Joseph Cornell, aludía con esa imagen a una especie de infancia muerta. Pero no era eso, o no tan solo, lo que me había impactado.
*Por qué supe tan tarde que obedecer no es una virtud.
*Quisiera escribir un texto que contuviera un árbol, un pájaro en buen estado, una tarde que declina, una mueca de lenguaje así de grande.
*Lo dijo la filósofa María Zambrano: escribir es defender el silencio en que se está.
*Al parecer, al menor roce con su madre, incluso telefónico, la soprano enfermaba.
*¿La pasión precaria de los cuerpos? ¿El goce de la carne? ¡Acostúmbrate al desierto! ¡No hay razón más suprema que el prestigio!
*Permite entender el no entender.
*Así, yo circulaba por tu casa, sin ningún centro de gravedad, como una refugiada.
*Un día me topé con la frase de Mallarmé: “La destrucción fue mi Beatriz”.
*¿Es propio de la literatura pulverizar el mundo?
*La que tuvo un hambre insaciable y se aferró a la lengua umbilical y se comió entera a la Araña Materna.
*Eso me alcanzó por años: el ansia de tocar el centro del vacío.
*Después pensé: Este oficio no me gusta. ¿Y si cambiara de orientación y de planes? ¿Si organizara una marcha por la libertad de los pájaros? ¿Si les devolviera el derecho a morir sobre el viento? Cualquier reclamo es político. Cualquier tristeza, incluso la sin razón de motivo.
*No veo a mi madre durante esos años. No sabe dónde vivo. No puede visitarme. No puede llamarme para atrás. Conoce a mi hija, su primera nieta, en el Hospital Italiano. Después se despide de ella, sabiendo que no volverá a verla, vaya a saber por cuánto tiempo. Me perdones. Le temblaba el cuerpo al irse, se le abría la herida de mi alejación.
*¿Nadie le enseñó nunca qué cosa externa es un otro?
*Nadie es más valiente que la abuela. No le tiene miedo a nada. Tenía razón. La que tenía miedo era yo.
*Perderse, escribió Clarice Lispector, es un encontrarse peligroso. A esta escritora no la conozco aún.
*Hablo de la ciudad que fotografió Jim Jarmusch en la década del 80: sucia, con grandes playones vacíos (como los de Lorenzo García Vega en No mueras sin laberinto), subtes con grafitis, ratas, menesterosos, enfermos de sida. Esa putrefacción. Ese catálogo fastuoso del Tercer Mundo. La caminaba como una enloquecida.
*Y en cada palabra busca una música—siempre la misma— que, de ser traducible, daría algo así como: Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.
*Una página después de otra para salir de la infancia, para volver a la infancia, para entender que el amor falta, siempre, en todo amor.
*La literatura nace, escribió Nabokov, cuando alguien dice que viene el lobo y no es cierto.
Pizarnik en su Diario: “Me encanta sufrir. Si sufro, al menos no me aburro. Si sufro, mi vida adquiere interés, se llena de emoción y de aventura”.
*Pensé: ¿Y si la locura de escribir nos viene de no aliarnos con las madres?
*Me falta poco para cumplir 40 años. He quedado afuera de la habitación conyugal y aún no logro elucidar si el poder de una mujer deriva de no amar o si la libertad es mejor marido que el amor.
*Si esto sigue así, me volveré bastante inteligente y del todo aburridísima. ¿Y si vivir los libros fuera mejor que escribirlos? (…) ¿Si, en vez de volverme un Gran Autor, me limitara a ser como esas chicas que van por la vida como sin querer?
*Querida Mamá, Gracias por llevar mis libros al concurso de la Municipalidad y también, por la información sobre las becas. ¡Te voy a contratar de agente literaria! (…) Empecé el libro del que te hablé (…) Llevo escritas 47 páginas. No está mal ¿no? (…) Mirá si acabo escribiendo una novela. (…) Lástima que a veces me desanimo. (…) Con los chicos y las clases y el trabajo, no me alcanza el tiempo para nada. (…) ¿Te conté que me van a traducir al inglés? (…) Cuando vaya a Buenos Aires, me anotaré en la Dante para hablar con vos italiano. (…) Un beso grande es poco. (…) Tu hija, que te quiere cada vez más.
*Nunca me fui de la casa de la infancia. De aquí no me moverán.
*“La imagen que tengo de su rostro es turbia. Recuerdo que me impedía besarla, me rechazaba con la mano cuando quería acercarme. Mi madre encarnaba la locura. También yo soy madre. ¿Estaré loca?”.
*“Quiero a mi madre, pero cargar con su vida implica inmolarme. Y claro que me inmolo. Por supuesto que me doy en holocausto”.
*“No sé qué daño es este / vos me acunaste yo te ahueso / ¿te das cuenta del miedo que me hiciste, madre?”.
*¿De dónde sale este coro de madres letales?
*“Espero que puedas leerlo como un libro. De lo contrario, habré fracasado como artista”.
*“Se oyó decir a la madre: La hija sufre todavía. Cuánto lo siento”.
*¿Se puede extrañar un país donde se estuvo a punto de morir?
*La oscuridad es un exceso de luz.
*Tenía razón Juan Gelman: “La / ave se fue a lo no soñado / en un cuarto que gira sin / recordación ni espérames”. En síntesis, nada funciona. Ni los hijos se adaptan ni la pareja hace pie. ¿Por qué insistir en un lugar que siempre me asfixió? Empiezo a buscar trabajo para volver a irme. Va a ser difícil conseguir un puesto desde el extranjero. Y encima, quiero volver a Nueva York, el lugar más codiciado.
*Y a mí, Madre, ¿me dejarás sana alguna vez? ¿O te volverás, incluso muerta, subrepticiamente viva, causando todavía más daños? Estoy radioactiva hoy.
*Los poemas son centros adentro de un centro, micrografías del deseo, interioridades profundas que funcionan como defensas. Son también fijaciones, mundos perfectamente completos y manipulables, abiertos al consumo del ojo. Los castillos, las casas de muñecas, las islas son, en este sentido, hrönir de poemas. (…) El poema se debate entre lo que es y lo que podría ser, y apuesta siempre a lo absoluto, que no es sino la dicha de encarnar una primera persona, cada vez más imbuida de su propia ausencia.
*Las palabras siempre rompen algo.
Fotografía de la autora tomada de Internet.
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