Celebro la luz cuando se arroja a lo desconocido. Hablemos de la construcción del poema


No escribo por escribir sino porque hay una pasión interna o una fuerza. Y creo absolutamente en ello. Sobre lo divino y lo no divino, la verdadera fuerza, el verdadero fuego. Si miráramos el origen de la escritura, que no es otra cosa que el origen de cada uno de nosotros, renovaríamos la visión que tenemos del cielo, del infierno; hablaríamos de otro tipo de trascendencia.

La fuerza está, la potencia, el deseo de darle forma a lo vivido y también a lo imaginado, que finalmente, es lo mismo. Esto es lo que me mueve, mucho antes del tema mismo que deseo abordar. No hay claridad al principio. Es decir, el tema es mera intuición, un murmullo, un relámpago, la fisura de una pared, las formas que el espejo proyecta, su argumento.

Todo lo que se relaciona con ese tema es bienvenido en mi mesa de trabajo y en mi computadora. Lo más difícil aquí es comprender el lenguaje técnico o científico, desmembrar para escribir. Descubro que mi vida pudiera haber sido otra también, dedicada a la ciencia, a la medicina, a la astronomía. Celebro la luz cuando se arroja a lo desconocido. Y ¿cómo llevar esa luz al poema? No lo sé realmente. Me dejo llevar por esa fuerza, por esa potencia.

Cuando leo y releo, me doy cuenta que en lo escrito, hay cierto peligro; decir lo que no es, una especie de amenaza, una especie de hundimiento. El riesgo es demasiado grande, pero luego, el conocimiento se me presenta como una visión. Multiplico la lectura; reviso expedientes; abro archivos; investigo en la red; aprendo nuevas palabras, expando su significado, su sonoridad, su acento; construyo versos posibles e imposibles.

Las imágenes sobre el cerebro son sublimes; sin alteraciones, sin afectaciones, no hay caos, sólo la melodía apropiada. Lo contrario, estremece, fascina. Vuelvo a la escritura, una escritura que de pronto se vuelve incomprensible, pero ahí está su flujo, su reacción, su visión fragmentada. Lo importante, es llevar esas visiones, esos fragmentos a la hoja, formar un conjunto de escaparates, o quizá uno solo, pero formarlo duro, decisivo. Sin embargo, es un ensayo, toda escritura finalmente es un ensayo. Un libro lo es eternamente. Otra es la función del lector: lo convierte, lo interioriza, lo enriquece sumándole su propia experiencia, su devenir.

La fuerza, la potencia se anuncia como un delirio, quizá esta sea otra forma de nombrarlo. El delirio no se queda ahí, sino que se proyecta en la visión, en el poema venidero. No termina aquí la escritura, porque el poema, el libro, abre otros efectos, otras rutas, otras sonoridades. Por ejemplo, terminado este libro, me espera una bibliografía extensa sobre la física.

Sé que nunca conoceré demasiado sobre estos temas, siempre me rebasarán y sedo muchas veces ante lo complejo. Pero el poema, en su totalidad, es un mecanismo que nos lleva siempre a otro límite. Y ésta, sin cortapisas, es su gran aventura. 

Fotografía de Yuri B, en Pixabay

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