A Virginia
Vamos a hablar del suicidio, o tal vez, sólo del cansancio
hundiéndonos hasta el fondo de un baúl atestado. Otro tema no cabe en la
conversación. El suicidio, Virginia, para decir que la vida tiene un margen, un
punto, una blancura detenida en la tormenta. Pudiéramos referirnos a los sexos compartiendo
los bordes, los impulsos, la espuma. Imagina, tocar en el éxtasis la otra
superficie del mundo, porque el mundo, déjame decirlo, está hecho de múltiples
superficies; si miramos, si tocamos, si bebemos, si abrimos bajo la penumbra una grieta. O simplemente, la mirada, su oscuridad o su eficacia. Pero ¿por qué
pretendo explicarte el mundo y sus superficies si tú viviste en el sitio
preciso? Nadie como tú para saberlo; el desamparo se lleva en la sangre, aunque a la intemperie, nuestra estructura se sostenga. Cada vez, el invierno nos toca más
profundo; si vivimos el amor, si vivimos en la cima o en una playa, si hay un
muro protegiéndonos. El invierno, su asedio. ¿Será que en este momento
estoy dispuesta a destruir el campo de energía débil que es la vida? No con
piedras en los bolsillos, no hundiéndome hasta encontrar dentro del agua otro universo.
El suicidio se desliza por las escaleras. Siempre ha sido así. Agazapado,
reptante, su voz distinguible por encima de cualquier articulación. No pude, ¿no podré? Mi vida tiene otro orden, Virginia, y todo tiene una sonrisa. Pero son los días, no como éste, no como ayer, sino sólo días. Hay, en la
caída, una tímida ternura, el cuerpo quebrándose como el cristal, sus reflejos,
sus vibraciones mudas. ¿Qué queda? ¿La memoria en blanco, en negro? Espérame
allá al fondo, Virginia, cuando llegue la hora, cuando verdaderamente lo
sienta. Se ha despertado el futuro, me voy a su lado.
Foto de Octoptimist en Pexels
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