El sueño me ha colocado debajo del agua, en su eco, su turbulencia. Me desplazo en lo que está lleno de reflejos, oscuridades. El camino empedrado, sinuoso, el camino que comparto con el hombre, ese hombre; va a mi ritmo, debajo del agua o en lo que comienza a sentirse como miedo. El agua se corta, se escabulle; las piezas del rompecabezas están mal puestas, se detendrán los relojes, se abrirá el abismo. Mi cuerpo es más vulnerable. ¿Por qué? Necesito dejar fijo el punto borroso. La mirada siempre se empaña, se eclipsa. Un silbido, un silbidito que me alcanza me estremece, me aterra. ¿Será alguien conocido? ¿Por qué yo? ¿Por qué nosotras? Deben pasar segundos o minutos para que la aparición sea palpable, para que el agua deje en pausa los remolinos. Avanzo y el hombre imita el nuevo ritmo. Más lento, mucho más lento. Lo contrario: el corazón se sacude, me sacude. Camisa a cuadros y pantalón de mezclilla. Registro. Camisa a cuadros; cuadros blancos y negros y pantalón de mezclilla, deslavado. Registro. Pantalón deslavado, roto de las rodillas, camisa a cuadros. Me detengo, giro y lo veo a la cara. El reflejo de la luz de la lámpara me enceguece, apaga de golpe la imprecisión. En el esfuerzo, la imagen se difumina. Haz el esfuerzo. No hay rasgos. Haz el esfuerzo. Sólo una mancha informe, dos manchas demasiado juntas. Entre él y yo la distancia es mucho más corta y el agua (¿por qué mis sueños ocurren bajo el agua?), ha tomado otra altura. El agua ha cubierto la calle por completo y se ha elevado hasta sobrepasar los árboles. La presión se clava en mis oídos; el zumbido es una abeja, un panal. Esfuérzate, mueve los ojos, enfoca. ¿Por qué el agua no apaga las luces? Miraría mejor en un entorno en el que no hubieran al mismo tiempo luces y sombras; sustituir estos ojos por otros, un intercambio, ojos por otros, o tan sólo uno. Al fondo de la calle, las voces hacen un sonido extraño. Surgen de la calle contigua. Acelero el paso, pero bajo el agua todo se ralentiza. Me detengo. Ahí están la cara, los ojos, el color de la piel; ahí, con la precisión de quien descifra o sacude la bola de cristal, su clarividencia. Le pido tomar la delantera. No llevo prisa. La voz dentro del cuerpo tiembla. Contrólate. Contrólate. Contrólate. ¿Y si se tratara de mera coincidencia, un joven de veintitantos años, yendo al mismo sitio, o si no, al mismo lugar donde la gente se reúne para mirar el cielo y la ciudad, allá bajo? El final de la calle es más transparente. El agua golpea muros, piedras, puertas y ventanas cerradas. Adelante, joven, yo voy más despacio, insisto. La escena cambia de tonalidad: los reflejos y las sombras se han ido. Otra vez el silbido, el silbido. La respuesta: estoy bien, usted avance. Un pinchazo. Sí, un pinchazo en el hombro derecho. ¿Por qué ha puesto su mano en mi hombro derecho? El pinchazo me ha colocado de frente a la calle. No es nada, avanza; no sientes nada, avanza. Mis piernas... Debajo del agua las imágenes se derriten, se alargan, se desintegran. Siento que voy a caer. Voy a caer. Caer.
Foto de Blaque X en Pexels
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