Ahora, tras haber limpiado mi conciencia de toda reticencia, y después de haberme hecho cargo de la tarea más difícil para mí: constatar el hecho del tiempo, después de haber reconocido que dependo del tiempo y que estoy a él — con él — ligada después de haber reconocido que el tiempo es mi material de trabajo, mi instrumento de producción y, en parte, mi patrón — ¡y con cuánta frecuencia particular! — finalmente pregunto:
¿Quién es mi tiempo para que yo deba servirlo y además voluntariamente?
¿Qué es a fin de cuentas el tiempo para que merezca ser servido?
Mañana habrá pasado mi tiempo, como ayer pasó el suyo y pasado mañana pasará el tuyo, y como siempre pasa todo tiempo hasta que el tiempo mismo no termine.
El poeta sirve al tiempo — ¡efectivamente lo sirve! — de manera involuntaria, es decir, fatal: no puedo no servirlo. ¡Que mi culpa frente a Dios sea un mérito frente al siglo!
El matrimonio del poeta con el tiempo es un matrimonio forzado. Un matrimonio del cual el poeta se avergüenza, como de toda violencia sufrida, y busca desesperadamente la manera de salir — los poetas del pasado buscan huir al pasado, los poetas de hoy al futuro — ¡como si el tiempo fuera menos tiempo por el hecho de no ser el mío! Toda la poesía soviética es una apuesta al futuro. Sólo Maiakovski, asceta de su propia conciencia, prisionero del día de hoy, se ha enamorado del hoy: es decir, ha superado en sí mismo al poeta.
El matrimonio del poeta con el tiempo es un matrimonio forzado porque está destinado al fracaso. En el mejor de los casos — bonne mine a mauvais jeu, y en el peor — en el más frecuente — en el más real — una infidelidad tras otra y siempre con el mismo amante — el único que tiene una gran cantidad de nombres.
«El lobo — tira al bosque». Todos nosotros somos los lobos del impenetrable bosque de la Eternidad.
«Es imposible el matrimonio». No — sí es posible: como la unión del reo con los grilletes. Pero cuando además del matrimonio con el tiempo en general, con el concepto del tiempo, nos imponen el matrimonio con nuestro tiempo, con este tiempo, el matrimonio con un tal infra-tiempo, y sobre todo, cuando nos hacen pasar esta violencia por amor, y pretenden hacer pasar los trabajos forzados por una misión que cumplimos por vocación, cuando nos ponen grilletes también en el espíritu…
La violencia sufrida es una debilidad. La legitimación espiritual de quien ha sufrido la violencia es algo que no tiene nombre, y de lo que no sería capaz ni un solo esclavo.
Texto tomado de Marina Tsvietáieva. El poeta y el tiempo [Versión electrónica]
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