El hombre calla cuando ese mundo invisible se revela. Se da una disposición de apertura al amor de la Belleza Absoluta. Ese conocimiento concreto, real, unitivo, no es privilegio exclusivo del poeta; pero la intensidad que en él adquiere es inusitada. Las actividades del alma profunda se ponen de manifiesto en los estados poéticos superiores. Surge por ello una enorme necesidad de traducir y de comunicar hacia el exterior esa experiencia poética integrada por la inspiración y el oficio. Es propio de la experiencia poética salir del sujeto que la experimenta para difundirse entre el público. Dicho de otro modo, la experiencia poética es esencialmente comunicable. Más aun, o la poesía puede comunicarse o no es poesía. Una cosa es que la poesía resulte intraducible —o casi intraducible— y otra es que fuese incomunicable. El poeta tiene por fin provocar en nosotros, sus lectores, una experiencia poética semejante a la suya; trata de elevarnos con él hacia el estado poético que tiene claros perfiles. El placer poético que se nos transmite, aunque sea en estado débil, supone cierta disposición para recibir un mensaje estético gozoso. Quienes leen poéticamente a los poetas tienen corazón de poeta, aunque carezcan de la voz del poeta. El verdadero don poético intuye virginalmente y plasma un complejo verbal poético. No se trata de palabras empleadas como meros signos intelectuales, sino de un estado espiritual superior que en fórmula adecuada se transmite al lector. El poeta tiene una preocupación singular: encontrar la feliz y adecuada disposición de las palabras que logre pasar la bella corriente emotiva. Estamos ante un peculiar encanto sugerente y sugestivo.
Texto tomado de manera íntegra de Qué es la poesía? Introducción filosófica a la poética, de Agustín Basave Fernández del Valle.
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