Texto de la ponencia que ofrecí dentro del marco del Coloquio Mujeres del Noreste, realizado del 6 al 9 de marzo de 2019, en la ciudad de Durango, Durango.
En la
poesía de la monclovense Dana Gelinas[1] el paisaje es seco, desolado. En el desierto, bajo ese sol iracundo
que vuelca la vida a la penuria, a la dolencia, a la sed, surge el
milagro de un lenguaje directo, preciso, con el que Gelinas
configurará el escenario ideal para el verso. Este paisaje se verá
reflejado en la terminología que encontraremos a lo largo de su
obra, tal como lo hace notar Luis David Palacios, en su texto
“Hábitat”, publicado en Circulo
de Poesía[2].
No obstante, esta característica, que además, se aleja de la poesía
solemne, ornamental, colmada de reflexiones existenciales y metáforas
del siglo XIX y XX, se combina con otro elemento que la poeta trabaja
perfectamente: el “yo personal” transformado en un “yo
colectivo”. La poesía de Gelinas, es en primer momento, personal,
íntima, para posteriormente, desplegarse hacia el
otro, los otros,
valiéndose de una segunda o tercera voz gramatical y de diversos
tonos; su invitación es que miremos desde diversos ángulos, el
“hecho narrado”. Estamos ante una poesía, que en un escenario
“infértil” como lo es el desierto, encuentra vitalidad; su voz
personal, se multiplica en voces infinitas que manifiestan y reclaman
ante la injusticia, las muertes, los dolores acumulados, no solo de
la época actual y no exclusivas del norte del país, de México,
sino de otros tantos. De ahí, que hablemos de una poeta actual y
universal. Hecho, por supuesto, que la llevó a obtener, con su libro
Boxers,
el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 2006.
Dana
Gelinas apuesta por los sentimientos; su cercanía con la poesía de
Jaime Sabines es grande. La emoción, los sentimientos, ese volcarse
y desgarrarse, sin embargo, no dejan de lado la rigurosidad del
verso. El verso preciso, exacto, como el que encontramos en Octavio
Paz; el verso punzante de Rosario Castellanos, Enriqueta Ochoa, Sara
Uribe; el verso descarnado de Pita Amor, Amparo Dávila, Esther M.
García. El verso a partir del dolor, así lo enmarca la poeta, así
lo concibe. Leamos: “Volví
al hogar, / a la ciudad que funde los rieles de los trenes, / y perdí
el apetito. // Yo, este Yo que devoraba rib-eyes
por
costumbre, / mi Yo con apetito de beber coca-colas, / y cien
diferentes tipos de ensaladas […] En mi casa vacía, / -un terrón
de azúcar y una pisca de sal disueltos en agua de la llave-, /
hidrataron un mínimo mi sangre / durante los tres días que tardé
en recuperar mi automóvil” (Altos
hornos,
2006):
La terminología sobre el desierto es definitoria: azul óxido,
púrpura violento, ondas expansivas, creación de acero, vagones
abandonados, sudor ácido, moléculas de azufre, canícula rigurosa,
mineros, infierno, fundición, corrientes subterráneas, carbón,
vapor asfixiante.
El
dolor tuvo que incubar, echar raíz y quebrar justo por el medio. El
dolor, reconfigurado en la escritura nombrará las cosas del mundo
con cada una de sus letras. El referente inmediato del “yo”, es
el de Walt Whitman (no olvidemos el “yo” de un poeta muy cercano
a nosotros: León Felipe), que aturde si no se lee con cuidado. Abrir
el grueso de la obra de Whitman, es entender la relación de ese “yo”
a partir de la relación que el poeta establece con el alma y la
naturaleza. En la poesía de Dana Gelinas, el “yo personal” se
transforma en un “yo colectivo”. Es mecanismo de introspección,
de diálogo consigo misma, con la naturaleza, con la historia, como
lo será para Walt Whitman (el autor de Canto
a mí mismo y Hojas de hierba,
no olvidará, además el diálogo con Dios y el mundo). A partir del
yo, como ocurre con Gelinas, el mundo es absorbido por la poeta y se
convierte en portavoz de éste.
Revisemos
el tránsito entre los “yo” a partir de dos poemas: el primero,
tomado de Altos
hornos;
el segundo, de Los
trajes nuevos del emperador
(2011): “El
primer día, en los minutos próximos a las seis de la tarde, / mis
pupilas se subordinaron al horizonte. // Del azul óxido / al púrpura
violento. // Mis ojos volvieron a perderse en la gimnasia compleja /
de las ondas expansivas / que golpean la retina y el cerebro / para
ser testigos mudos de la creación del acero. // Todo esto es real,
estallé, / ¿cómo demonios me piden / que escriba sobre cosas que
no existen? (Yo-personal);
“Augusto,
el nene Pinochet, sólo podía llamarse Augusto. // No obstante, ¿qué
es incluso el apelativo César / sin la armada de un pequeño país?
/ Y qué es un pobre país, / su presidente y su moneda, / y qué son
las urnas / de una democracia / sino cenizas, / sin las insignias de
un gran ejército”
(las preguntas exponen la presencia de un yo-colectivo).
El
poema correspondiente a su libro Altos
hornos,
es potente. La memoria lo reproduce y escuchamos sus ecos: “El
primer día, en los minutos próximos a las seis de la tarde, / mis
pupilas se subordinaron al horizonte. // Del azul óxido / al púrpura
violento”. El
efecto de la sinestesia se cumple cabalmente, primero, al recrear el
escenario, ese horizonte de púrpura violento donde se hace el acero,
la ola expansiva de calor, el ruido atronador; luego, sobre la piel
expuesta, la quemadura. El final del poema es una bofetada si creemos
en un mundo pintado de rosa solo porque no nos corresponde, en este
instante, la tragedia. Y ¿de qué más se puede hablar en México?
¿De qué más en América Latina? El bienestar, el gozo, la
felicidad parecen un exceso.
Otro
momento importante en la poesía de Dana Gelinas es el aspecto
testimonial que guardan algunos de sus libros. Mantiene una relación
directa con la historia de la humanidad, pero se deshace de elementos
duros. En esa ambigüedad (sin cifras, sin años, sin lugares
determinados), los hechos cobran relevancia y se vuelven actuales. Lo
lejano, lo que correspondió a otras generaciones, se vivifica. El
universo se gestó y la sed (el desierto, una vez más), aprisionó
un fragmento de mar. La historia se retoma en este poema titulado “La
poza de La Becerra”: “En
medio del desierto salobre /
bajo
el peso del sol, /
hace
millones de años / fue atrapado un fragmento de mar, / y formas de
vida que no existen en Groenlandia / ni en Tíbet. /
La
taxonomía tradicional se resquebrajó / como los maderos de las
arcas antiquísimas / al ser libradas del musgo lodoso del lecho de
los ríos. /
Nuestros
cíclidos sobreviven a las eras”.
Pero la historia se dobla, se descarrila, por ello, la poesía se
torna denuncia social. El poema “Los niños de Hamelin”, es
ejemplo singular de lo antes dicho: “Es,
llanamente, un problema de números. / Los trasplantes exitosos, /
los órganos que padecen necrosis después del injerto, / los órganos
descartados por virus y antivirus / exceden las cifras de donantes
muertos / en accidentes de tránsito / y, es claro, al raro universo
/ de los donadores saludables. // Cada hora que pasa desaparece un
niño / para siempre / en Latinoamérica. / Sin embargo, no hay
alcalde que ofrezca / un rescate por los niños de Hamelin. / No hay
alcalde que escuche / a las madres de Hamelin. / Llenarían, entre
todas, / la plaza mayor de esta república. / Los alcaldes las
evitan, / esconden al responsable / del equipo de médicos cirujanos
/ de cierta unidad de trasplantes”.
La
habilidad de la poeta reside en amalgamar la leyenda documentada por
los Hermanos Grimm, titulada “El flautista de Hamelín”
(originalmente “El cazador de ratas de Hamelín”), con la
historia acaecida en la ciudad del mismo nombre, Alemania, ocurrida
el 26 de junio de 1284[3] y nuestra historia, donde el flautista (que en el pasado se le llamó
“El coco” o “El señor del costal”), se torna sombra de
miedo. A partir de esta metáfora saltan las preguntas: ¿qué ha
pasado con los niños? Cada hora desaparecen en Latinoamérica, cada
hora, mientras también cada hora, se duplica la cantidad de
donantes. El flautista mágico no es quien se llevó a los niños
(preguntemos ¿hay niños en los parques? ¿en las plazas? ¿jugando,
riendo, inventando historias? ¿se los han llevado? ¿quién? ¿la
tecnología, en su uso adverso, también toma el lugar del verdugo?).
En el poema la denuncia es clara y el nombre de la corrupción: “No
hay alcalde que escuche / a las madres de Hamelin. / Llenarían,
entre todas, / la plaza mayor de esta república. / Los alcaldes las
evitan, / esconden al responsable / del equipo de médicos cirujanos
/ de cierta unidad de trasplantes”.
Junto con la desaparición de los niños, también debemos referirnos
a la desaparición de las mujeres, la violencia, los crímenes;
efectivamente, son los alcaldes, los gobernantes, quienes desde su
responsabilidad política deben rendir cuentas a la sociedad, tal
como la sociedad misma.
La
poesía es una forma de denuncia social. Dana Gelinas corresponde a
ésta de una manera punzante, irónica. Con esta tajadura están
escritos dos de sus libros: Los
trajes del emperador y
Boxers
(2006). En tercera persona, esa distancia relativa, nos toma de la
nuca y nos coloca de frente al espectáculo televisivo; el
espectáculo frente a los espejos o detrás de los escaparates. Un
espectáculo cómico, para unos; para otros, hiriente, absurdo, y de
fatales consecuencias. El poema “Donald Boy”, es ejemplo de lo
aquí expuesto: “Ciertos
genios me dan envidia: / Trump, más que nadie, / el arcángel Trump
frente al espejo. // No es fácil entrecerrar los ojos / (peinarse
antes con gel) / y hacer un puchero con el labio superior / para
decir, como un niño mimado: / “You are fired”. // Cada vez que
escucho a Donald decir “You are fired”, / son las mismas veces en
que me siento incapaz de escribir / un solo verso / y entonces me
siento absurdamente sola / frente a un niño-de-negocios de dos años
/ que menea la cabeza, / censurando esto o aquello que escribo”.
Podemos
suponer, que para Gelinas, la vida de las sociedades es una sucesión
de espectáculos, una representación, en donde la saturación de
imágenes, ruidos, efectos, artilugios, nos alejan cada vez más de
la realidad. No obstante, vivir bajo los reflectores del espectáculo
no es cosa sencilla porque el escenario ha sido bien plantado. En el
otro extremo, este mismo espectáculo, normaliza la violencia.
Gelinas, lo hace evidente desde el primer momento. Irónicamente
dice: “Ciertos
genios me dan envidia: / Trump, más que nadie, / el arcángel Trump
frente al espejo”. No
obstante, al final del poema, revela la farsa, el engaño. Un engaño,
que ahora sabemos, lleva las riendas de un país: “Cada
vez que escucho a Donald decir “You are fired”, / son las mismas
veces en que me siento incapaz de escribir / un solo verso / y
entonces me siento absurdamente sola / frente a un niño-de-negocios
de dos años / que menea la cabeza, / censurando esto o aquello que
escribo”.
Lo
que queda es emanciparse; será nuestra próxima misión histórica
para volver a la verdad.
La
poesía de Dana Gelinas es una veta infinita para el estudio. Para
trabajos posteriores queda pendiente un acercamiento lingüístico y
fonético, así como la revisión más extensa a cada uno de sus
libros. Su
mirada, sobresale en la poesía mexicana; una mirada que enfrenta los
temas del desierto, la ciudad metalúrgica, el pasado y el presente
en un mismo espacio, como afirma Gloria Vergara en el libro Historia
crítica de la poesía mexicana,
Tomo
II (2015),
con la finalidad de incomodar, abrir más la herida de las
adversidades. Finalmente, éstas no han cambiado. En el pasado, las
adversidades se cometían con la fuerza bruta; hoy, se disfrazan.
____________
[1]. Nació en Monclova, Coahuila, México el 23 de marzo de 1962.
Poeta. Actualmente reside en la Ciudad de México. Es licenciada en
Filosofía. Sus poemas se han publicado en Alforja, Arena,
Cantera Verde, Castálida, Great River Review de
Minnesota, La Gaceta del fce, La Jornada
Semanal, Los Universitarios, Pauta, Periódico de Poesía, Revista
Casa de las Américas, de Cuba, Sacbé, shr Southern
Humanities Review, Tierra Adentro, y en The
Marlboro Review, de Alabama, así como en las antologías Poetas
de Tierra Adentro II; Elogio de la calle, historia
literaria de la Ciudad de México; La región menos
transparente, antología poética de la Ciudad de México (2003); Sin
puertas visibles, An Anthology of Contemporary Poetry by Mexican
Women y Eco de voces, generación poética de los
sesentas. Ha sido editora inglés-español, español-inglés en
Grolier; editora en inglés de la revista cultural Sacbé.
Ha traducido numerosos artículos para revistas, crónicas antiguas
(Antiguos viajeros en Tabasco, itc, 1986, fragmentos),
textos para catálogos empresariales, textos sobre antropología
para el inah, numerosos libros de divulgación científica, y
poemas de autores británicos y norteamericanos (William Blake,
Donald Justice, Robert L. Jones, L. Ferlinghetti) que se han
divulgado en revistas y suplementos culturales. VIII Premio Nacional
de Tijuana 2004 por Poliéster. Premio Nacional de
Poesía Aguascalientes 2006 por Boxers. Por su trabajo
poético ha sido becaria del cme (beca Salvador Novo
1982-83), del inba(1988-89) y del fonca (1991-92).
(Enciclopedia de la literatura en México [ELEM]
http://www.elem.mx/autor/datos/1529)
[2]Luis David Palacios (2013). Hábitad, de Dana Gelinas. Círculo
de poesía. Consultado el 9 de enero de 2019. Recuperado de:
https://resenariopoesia.wordpress.com/2013/12/13/habitat-de-dana-gelinas/
[3]En 1284 la ciudad de Hamelín estaba infectada
de ratas. Un buen día apareció un desconocido que ofreció
sus servicios a los habitantes del pueblo. A cambio de una
recompensa, él les libraría de todas las ratas, a lo que los
aldeanos se comprometieron. Entonces el desconocido flautista empezó
a tocar su flauta, y todas las ratas salieron de sus cubiles y
agujeros y empezaron a caminar hacia donde la música sonaba. Una
vez que todas las ratas estuvieron reunidas en torno al flautista,
éste empezó a caminar y todas las ratas le siguieron al sonido de
la música. El flautista se dirigió hacia el río Weser y
las ratas, que iban tras él, perecieron ahogadas. Cumplida su
misión, el hombre volvió al pueblo a reclamar su recompensa, pero
los aldeanos se negaron a pagarle. El cazador de ratas, muy
enfadado, abandonaría el pueblo para volver poco después, el 26
de junio, en busca de venganza. Mientras los habitantes del pueblo
estaban en la iglesia, el hombre volvió a tocar con la flauta su
extraña música. Esta vez fueron los niños, ciento treinta niños
y niñas, los que le siguieron al compás de la música, y
abandonando el pueblo los llevó hasta una cueva. Nunca más se les
volvió a ver. (Leyenda
conformada por diversas fuentes)
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