Comencé a leer el libro de poemas
Dones del autor escocés John Burnside. Debo confesar que me ha gustado por las razones que enumero a continuación: a) la sencillez; b) la imagen precisa; c) la vida cotidiana como punto de partida; d) la complicidad que su poesía establece con el lector. Burnside es eminentemente un poeta visual y esto también me tiene atrapada. Mientras avanzo en la lectura, pienso mucho en lo que vivimos en este momento. Hay un poema que me parece medular en esta catástrofe. Transcribo las primeras líneas:
No estamos preparados para esto:
el fulgor de unos ojos
y el camino costero emborronado de arena
por el viento de la tarde;
como jamás lo hemos estado
para el alma, cuando acontece: la faz
del búho bordada en la oscuridad; el incendio
súbito.
Es difícil concluir en aquello para lo que estamos verdaderamente preparados. Incluso, ante las noticias gratas, hay cierta conmoción. Para La Muerte, nadie está preparado. Nadie quiere tocar el umbral de aquella puerta. Sin embargo, todos sabemos que ocurrirá en determinado momento, por enfermedad, circunstancia, o de súbito. Hay un entendimiento (podemos decir, conciencia) en ello. La sentencia es muy clara: “¡Qué la muerte nos agarre confesados!”
El poema me hace reflexionar sobre esto pero también en aquello que nos toma por sorpresa. Imaginemos las líneas siguientes: “la faz / del búho bordada en la oscuridad”. En algún momento comenzamos a separarnos de la sencillez y la transparencia de las cosas. Esto, quizá al principio, no ocasionó daño alguno, ni daño personal, ni colateral. Pero el olvido fue mayor y lo que vemos ahora es la cara del búho bordada en la oscuridad; en la representación del búho, el miedo, el odio, el rencor, la indiferencia, la intolerancia, el narcicismo, etc. Así es nuestro mundo ahora.
Muchos viven en la oscuridad y no les extrañan las sombras, los bordes, las cunetas de las sombras. Otros, quiero pensar que la mayoría, como dice el poema, no estamos preparados; sí, nos asustan las sombras, y dentro de éstas, los escenarios de las últimas décadas en nuestro país y los últimos meses, allá, en nuestro vecino del norte.
Como dije, la poesía de John Burnside es sencilla, de imágenes precisas, su referente es la vida cotidiana, y por ello, una poesía cómplice con el lector. ¿Quién no disfruta de una puesta de sol, un viaje, la playa, las fotografías de épocas remotas? El problema es que dejamos de mirar al otro como nuestro; se apagó la mirada y entramos al bosque intrincado de lo meramente propio. Nosotros, sólo nosotros, por encima de los demás.
A lo largo del libro, Burnside aunque no lo diga, insiste en reformar el corazón-piedra-lanza-bala-veneno-cañón-misil. La vida, nos dice el poeta, es muy sencilla. Lo difícil es hacer de esa faz dibujada en la noche, nuestra faz. Pero ahí estamos, olvidándonos de nuestra propia historia, en la encrucijada.
Texto publicado en
La vereda, sección Opinión.
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