El enamoramiento


No podía afirmar que su matrimonio fuera un fracaso. Por donde se le buscara, no lo era. Su marido tenía todas las virtudes, el carácter un tanto acerbo, pero nada comparable con el amor y la dedicación que le tenía. Es esta la opinión de Jerónima, quien dice conocer de lado a lado, el asunto del enamoramiento entre Alejandra y Javier. El poder de la observación, afirma, lo heredó de sus padres.
Los rosales tuvieron mucho que ver con las miradas y los tocamientos. Es urgente que vengas Javier, las hormigas amenazan con acabar el jardín. Las hormigas trepaban los tallos de las flores más exquisitas. Subían y sólo bajaban cuando éstos estaban completamente desnudos. El jardín de las rosas había sido primeramente de su madre, pero ya no estaba. Era, lo repetía cuantas veces le era posible, su herencia. Javier, no era el más diestro, pero sí el único que como Alejandra, amaba los rosales. Su trabajo, por ello, letal
.
El esposo, insiste doña Jerónima, no era malo. Sí acostumbrado a la rutina, a las cosas sencillas que la vida otorga. No, ella tampoco era ambiciosa. Sin más rodeos, y continuando doña Jerónima su relato, Alejandra y Javier se tocaron las manos y bruscamente los asaltó una locura que encendió los cuerpos. Tuvieron la prudencia de no citarse en casa de uno u otro y prefirieron, aún contra el tiempo y los costos, los lugares más alejados. El marido de Alejandra y la mujer de Javier, cada uno por su lado, atendían asuntos fuera de la ciudad. Tamaña coincidencia, por cierto de varias semanas, que los enamorados aprovecharon.

Él se tiraba sobre la cama y dibujaba con el dedo índice jardines infinitos mientras ella le acariciaba el rostro, el pecho, el sexo que de manera inmediata respondía. Así sucedieron los encuentros, no uno, si no varios, en cuartos de hoteles distintos. Sus cuerpos no podían estar separados; si se bañaban, si caminaban por los alrededores, lo hacían apretándose muy fuerte. Y en la habitación, permanecían desnudos. Pero sus encuentros iban más allá de lo meramente carnal. Conversaban. Javier enloquecía con las historias que le contaba Alejandra y ésta a su vez, con aquella otra ciudad donde él vivió sus primeros años.

Con dolor llegó el último encuentro. En su interior, algo había sido fuertemente sacudido, pero no se sentían capaces de perdonar el descuido. ¿Qué podían hacer si sus matrimonios eran, en la medida de lo posible, perfectos?

Doña Jerónima tomó la bolsa del mandado, y antes de acercarse a la puerta, dejó un último comentario: “Alejandra tuvo que intentar con todas sus fuerzas recuperar su vida de antes”. Es lo que debo hacer yo, dejar de aferrarme a lo que nunca se marchita.

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