Dentro del machismo, se engloba el uso de cualquier tipo de violencia contra las mujeres
con el fin de mantener un control emocional o jerárquico sobre ellas.
Real Academia Española (2011).
En 30 por ciento de las parejas con problemas reproductivos, el origen está en él, en otro 30 por ciento en ella y en igual cantidad en ambos.
Fuente: El Universal.
I
Los días nublados para Zulema son el calvario. Y ese día pasa de lo nublado a lo lluvioso. El jardín se llena de agua, la calle, el recipiente de la comida de los gatos. Siente una profunda tristeza y el llanto le quiebra la garganta. Hace el esfuerzo por controlarse. La señora no tarda en llegar; escasos veinte minutos para que aparezca con un sinfín de órdenes.
Actúa fría y distante. Termina de lavar los platos y se da un tiempo para acercarse a la puerta del jardín. La abre y deja que toda la humedad entre, el sonido de las hojas de los árboles. «A él le hubiera gustado esta imagen, en serio le hubiera gustado».
Cierra la puerta y se dirige hacia la habitación principal. Abre la ventana y el día lluvioso sigue ahí y el dolor. Es el mismo dolor que siente cuando él, después de una larga pausa, le dice que en su opinión es mejor acabar con el matrimonio. «No me has dado hijos y eso para mí es suficiente», sentencia el hombre. Se lo soltó así, de manera inesperada y tan serio como aquella vez en que el doctor le dijo que tendría que practicarse algunos estudios. «Va, ahora resulta que soy el estéril» —gruñó y salió dando un portazo.
Cuando Zulema quiso convencerlo de que enfrentarían cualquier cosa mandada por Dios, más agresivo se encontraba él. «Tú eres la que no sirve, vieja inútil». Entonces Zulema se echaba a llorar. A cada pensamiento se le saltaban las lágrimas y en esas mismas lágrimas, la casa entera con sus enseres, sus objetos, sus fotografías. Las muestras de afecto lo dejaban a él indiferente, la comida puntual a las tres de la tarde, los lazos de ropa limpia, los pantalones planchados, la ternura. Luego, sus borracheras y las mujeres, esas que «merecen más que miradas».
Tres años más tarde, el divorcio se efectuó con todas las de ganar para él. No le dio tiempo para consultar con algún abogado propio. El mismo abogado tramitó la separación y, por supuesto, ella perdió la casa («no hay hijos, señora, no tiene de qué preocuparse, dijo, el muy maldito»), perdió sus ahorros («y no me busques porque estoy dispuesto a encarcelarte» —amenazó el hombre extraño pero que, no obstante, conocía desde la infancia). Bajo el cielo gris, ese mismo cielo que la sigue puntual en sus desgracias, buscó un techo bajo el cual vivir y un trabajo.
Se limpia los ojos. No quiere que la señora la vea llorando. Le dirá que es estúpido de su parte pensar en aquel hombre que no le dio nada. «Es cierto, Zulema, —recalca—, la vida no es justa y él es un desgraciado, pero no por eso debes vivir así, tú sola acabándote. ¡Ánimo! ¡Ánimo!» Luego, vendrán las órdenes…
II
La lluvia regresa. Una lluvia ligera cae sobre su paraguas, moja sus zapatos. No toma el autobús. Aunque su casa está a varios kilómetros sigue de frente. La lluvia deja reflejos en las ventanas, los aparadores, las luces de los autos. Bajo el cielo gris de las desgracias, un gozo, un pequeñísimo gozo. Llegará a su casa, recogerá los platos del desayuno y quizá, quizá se atreva a bailar.
Texto publicado originalmente en El comentario semanal, suplemento cultural de la Universidad de Colima y CultoGrama, prensa cultura.
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