Leer a Juan José Saer


Comencé a leer la obra poética de Juan José Saer. Debo decir que es la primera vez que lo leo y estoy maravillada. En El arte de narrar, encuentro una poesía transparente, sincera, limpia. Agradezco estas tres virtudes. Y más cuando mucha de la poesía de ahora se ha ido por los caminos fáciles de lo confuso e incoherente. Vale la pena preguntarnos qué verdaderamente queremos comunicar.

Me han hecho llegar una buena cantidad de sus libros (poesía, narrativa y ensayo), cosa tremenda que agradezco. Hay tantos autores que son una joya y que están condenados a pasar desapercibidos. La tecnología ha hecho posible mi cercanía con este autor y con otros más que ya les iré contando. Si retrocedemos en el tiempo, esta reunión hubiese sido imposible, acaso la suerte de encontrarlo en los estantes más ocultos de alguna librería. La poesía parece estar condenada a la oscuridad y al polvo de estos espacios en los que importan más los libros de superación personal. Leo a Saer y la noche se vislumbra infinita.

***

Leí hasta que el sueño me venció. Hoy, vienen a mi memoria algunos de sus poemas breves. Comparto:

MOTIVOS

Gotas frías en hojas grises
y el viento con acero de mayo.
Con minucia, el otoño
perfora el corazón
del verano enterrado entre las hojas podridas.
En la reunión del fin y del comienzo
¿quién verá en ese ramo de otoños y veranos
la caída del agua, la tensa vibración
de la hoja, para decir después su resplandor
con qué palabra?
Clara madera en que la luz festeja
con destellos veloces la limpia destrucción.
El olor del café, denso como un abrazo,
en la casa quemada de amor,
roza al pato salvaje y a los duros limones
muertos en el fogón.
El que ve en las mañanas de mayo corromper
el otoño las uvas finales
tiembla y vacila.

CAMPOS QUEMADOS

El cabrilleo lento, y después de una inmóvil
fugacidad, el incendio, que prolonga,
en la noche cerrada, un crepúsculo
chisporroteante. Hay una franja móvil
de fuego bordada en el tejido
tenso del bastidor de la amplia oscuridad.
Gritos de pájaros enloquecidos, cenizas en el viento.
El alba ¿encontrará los rescoldos finales, o aquella
vieja amenaza que día y noche
nos acompaña
llegará hasta este mundo con su fuego irreal
para escribir, por fin, borrándonos, la ardiente profecía?

EL ARTE DE NARRAR

Llamamos libros
al sedimento oscuro de una explosión
que cegó, en la mañana del mundo,
los ojos y la mente y encaminó la mano
rápida, pura, a almacenar
recuerdos falsos
para memorias verdaderas.
Construcción
irrisoria, que horadan los ojos del que lee
buscando, ávidos, en el revés del tejido férreo,
lo que ya han visto y que no está.
Porque estas horas
de decepción, que alimenta la rosa
del porvenir donde la vieja rosa marchita
persevera, no quedarán
tampoco entre sus pétalos,
flor de niebla, olvido hecho de recuerdos retrógrados,
rosa real de lo narrado
que a la rosa gentil de los jardines del tiempo
disemina
y devora.

EL PASADO

Entré en esa región
de la luz, y desde donde estaba
parado, miré otra vez
los mismos pájaros, en el mismo
crepúsculo, rasando
los flecos verdes de la enamorada
del muro. Paredes todavía
más grises en la intemperie de luz
se repetían inmóviles en esa tarde
de domingo: hombres sólidos que cayeron
desmoronados, y esta mano
que grabó el ademán de la vida
sobre mil cuerpos que el tiempo comió.

VENUS Y ADONIS

Todo sudor, músculo, espuma,
el vaivén del abrazo
en sangre, carne, pelos: gritos,
garras —los ojos
vueltos, enteramente, hacia sí,
hasta un sin en sí, una
nada que irá siendo
como un aura que sube
de los cuerpos abandonados,
otra vez, y poco a poco,
esperanza o recuerdo.

CAFÉ Y MANZANAS

La taza blanca, nítida, nos saluda,
corola, sobre la mesa, abierta en el
presente que, de nuevo, floreció. Y el gusto,
ácido, de la carne otoñal,
sin nosotros, mezclado al del café,
seguiría estando
prisionero en su forma:
vidas frágiles y solidarias. Minuto,
rico, cuyo vaivén,
lleva y trae este mundo
en equilibrio sobre lo negro. Presente
rápido y sin fin que deposita,
en esta esquina del ser, el ser
entero hecho calor y delicia.

EL PÁJARO ANCIANO

Indemne, todavía, o, mejor, entero entre sus cicatrices, se adelanta siempre, por un segundo, milagrosamente, al rayo, para poder cantar, después, a una audiencia improbable, ya mudo o más bien ya todo voz, inconsolable, el incendio.

EN LA TUMBA DE SARTRE

Tu no ser es mi
estar
sentado en esta rumba, en una
siesta de abril, bajo un sol
tierno, y en un lugar al que le dicen
el mundo —el gran en sí
descubierto, a pleno cielo,
sin la luz que titila adentro,
y en el que esta otra luz, de lo que está
sentado y, provisoriamente, nombra y te
nombra, va pasando, indecisa y lenta,
para que rodo, para todos, por fin,
o para nadie, mejor, entero,
resplandezca. Hasta aquí se llega
por muchos
caminos.

EN AVIÓN

El viejo mar naranja que disipa
la niebla de la mañana
y las columnas de Hércules
como los dioses, hoy ausentes,
las veían.

RUIDOS DE AGUA

Nadie está, aunque parezca estar, en el mundo.
Como cuando en el agua lisa y resplandeciente
cae una piedra que llena el aire con su eco,
igual el todo, permanencia inmóvil,
se abre y se cierra con cada nudo, fugaz, de acaecer.
Ruidos de agua. Y silencio, después,
en un lugar arcaico y sin orillas.

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