Lo efímero y lo perene


El tiempo, su paso, transforma y crea fracturas. En esto pienso cuando veo las fotografías de Benoit Courti. Pienso, también, en los poemas de José Emilio Pacheco. El tiempo y en él, lo que es retenido, lo que llena el cuenco de las manos y escapa, con la misma prontitud: arena o agua. “Sobre tu rostro crecerá otra cara / de cada surco en que la edad / madura / y luego se consume / y te enmascara / y hace que brote tu caricatura”. El tiempo: sucesión de instantes.
 El tiempo, por otra parte, nunca nos dejará solos.

El instante se precipita, sin palabras, sin gestos, sin experiencia; en su trayectoria (gira la tierra sobre sobre sí misma y alrededor del sol) una escena, por milisegundos, suspendida: la periferia de lo que sucede. Día. Noche. Y dentro, en la forma/fórmula de esa escena (10−3 o 1/1,000) = (0,001s), el instante.

¿Qué es el instante
sobre la boca o sobre los ojos cerrados?
Cruzar un puente en las alas de la mariposa
o en úlceras.

Se arroja en lo invisible, y si es visible, esa pequeña fracción de tiempo, es asignada a la ciudad-pesadilla: túneles, pasajes de jardines secos, casas de ventanales orientados al enemigo.
Instante-Alumbramiento.
(No me quito los años, los dejo en el sitio preciso, porque los años tienen que ver con los giros de la vida, descubrimientos, la trascendencia. En la edad, somos, de un modo o de otro, coleccionistas. O cuando menos, acertar ese otro camino, la interjección de lo que es distinto. La edad, tiene en sí, un sentido de pertenencia. Si me restara años, si al tiempo le arrebatara lo que es efímero, no podría poner mi imagen frente al espejo; la imagen no correspondería sino a la materia inexpresiva de lo acontecido).
El tiempo, por otra parte, nos deja huérfanos.

Casi sin darnos cuenta estamos solos, sin padre, sin madre, sin hijos que colmen de risas las habitaciones. ¿O será que el tiempo pretende decirnos otra cosa? Corazón-poema, precipitación: vida-muerte. Entonces ¿de qué naufragio nos apropiamos? ¿Del hombre mismo y su totalidad? Vuelvo a Pacheco: Nacen y mueren, la danza no termina. / Me cubro los ojos, como para protegerlos de las imágenes / que se precipitan sobre mí. / Tal vez sólo me apropio los gestos, las palabras, / los actos inherentes a la pequeña fracción de tiempo
asignada a mi persona.”
***
Benoit Courti imprime lo efímero y lo permanente. En ese contraste, radica el fondo de cada una de estas revelaciones. La paradoja del hombre: sobre sus manos hay algo, un objeto, una flor, el destino mismo. Todo, sin embargo, es simulación. La simulación nos arroja al azar. ¿Azar o choque de dados, Mallarmé? ¿Qué caso tiene ampliar los límites de las huellas? José Emilio es eco de Li Kiu Ling traducido por Marcela de Juan: “En el polvo del mundo se pierden ya mis huellas; / me alejo sin cesar. No me preguntes cómo pasa el tiempo”.
En la paradoja, el hombre debe aprender a mirar el tiempo (reloj tenaz) por efímero que sea. El tiempo, en las fotografías de Court, está delante. Y detrás, lo que es historia, el poema: “Todo poema es un ser vivo: / envejece”. 
***
Dispersar el tiempo, sus instantes, desdoblarlos sobre la tierra ardiente del verano o en las líneas y los espacios que conforman la casa, el jardín, la ventana donde el mundo toma la forma de una página y en ella, la historia inapelable. El porvenir, ha dejado ya su rastro. Admiro los despojos.  
Notas:
  1. Página de Benoit Courti (http://benoitcourti.format.com/)
  2. Benoit Courti vive en París y se fascinó por la fotografía desde su infancia. Courti inició su carrera artística como compositor de música antes de convertirse en un fotógrafo profesional en 2010.
  3. Lamono, revista de arte y cultura urbana, preparó hace un tiempo una selección de las fotografías de Courti en blanco y negro, centrándose en su serie Deep black. El resultado es intenso y vale la pena conocerlo: http://lamonomagazine.com/benoit-courti-negro-profundo/
  4. Los poemas a los que me refiero, corresponden al libro No me preguntes cómo pasa del tiempo. Valga esta entrada como un sencillo homenaje a José Emilio Pacheco.
Texto publicado en La vereda

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