Velázquez Juárez nos presenta una síntesis de nuestro pasado y nos sitúa de cara al futuro. Su idea, si se profundiza en el sentido de los aviones y los hombres “preparados” para la guerra, es antítesis de los sueños, esa relación que hace el infante con los motores y las alas. Los niños montarán un avión y se irán siempre muy lejos.
La palabra libertad florece y se vuele magia, juego, fantasía. Si uno coloca al infante frente al cuadro de la tela, pintará posiblemente un avión, un avión de guerra pero incitado al resplandor con sus círculos. La guerra vendrá después a abarrotar la memoria de nombres injustamente arrancados. Lo esencial de “Force aurae” cae en las ciudades en las que penetra el odio, la rabia, la irracionalidad de aquellos que llevan su guerra interna a las calles, plazas, escuelas, urbes inocentes.
“A los pilotos que van / al polvoso misterio / sin aplausos: / todos sus píos / serán escuchados” y sucede así: los pilotos volverán en ataúdes o vitoreados u olvidados, pero incompletos. Los pilotos en la metáfora son otra vez esos hombres, acomodados puntualmente sobre el cielo blanco, un brazo recio, poderoso y el otro encogido (¿será la perspectiva, la mirada desde un ángulo completamente ciego?). La nave desaparece, queda un pájaro gigante.
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