LA ESCRITURA DEL INSTANTE El hilo que sostiene, por Nadia Contreras


Leía hace unos días que las relaciones de pareja se cuentan más en los gestos que en las palabras: una mirada sostenida, una sonrisa cómplice, el roce de la mano… pero también el silencio cortante, el cuerpo que se cierra, la mirada que se aparta. El lenguaje no verbal lo dice todo: puede ser un puente o un muro. Y pienso: ¿cómo me miran los demás cuando estoy con M o con A? ¿Qué se revela de mí en esas posturas, qué cambia de ese lenguaje con uno o con otro?

Sin duda, en la vida en pareja todo se revela en lo chiquito, en esos instantes que a veces ni miramos: el roce de manos al servir un café, una sonrisa que se cruza sin decir nada, el silencio que se comparte después de un día pesado. Lo que leía me hizo reconocer mis propias emociones: esas dudas que me dejaban conteniendo la respiración y esa ternura inesperada que me arrancaba una sonrisa justo en medio de la tensión. Sé lo que es adaptarme, ceder, pedir lo que necesito sin perderme a mí misma… aunque llegar aquí me ha costado demasiado.

La literatura y el cine reflejan estas cosas de la vida en pareja casi como si las estuvieran viendo por una cámara escondida. Pienso en el filme Anatomía de una caída (2023), de Justine Triet, donde seguimos a la escritora (Sandra Hüller) acusada de la muerte de su marido, y donde se reflejan las tensiones y desafíos de la pareja, tanto en lo personal como en lo profesional, que terminan en lo que parece un crimen y en un largo juicio que intenta desentrañar todo lo que ocurrió. En la literatura, dos autores me parecen clave para esto: Tolstói y Chéjov. Con Felicidad conyugal, del primero, y los cuentos y obras dramáticas del segundo, aprendemos que lo que importa no son las palabras grandilocuentes, sino los silencios, los gestos pequeños, las miradas que se cruzan, la manera en que se van acomodando los espacios que compartimos.

Si uno se fija en cómo se viven estas relaciones con el tiempo y en diferentes culturas, se nota que los conflictos y los cuidados cambian de forma, pero la necesidad de cercanía y comprensión sigue igual. Los gestos de todos los días, aunque parezcan pequeños, dicen mucho sobre confianza, poder, intimidad. Hasta hace poco entendí de verdad que la memoria emocional guarda cada roce, cada reproche, cada risa compartida, y eso nos ayuda a entender cómo sentimos, cómo nos adaptamos, cómo nos conectamos… o nos desconectamos, porque también pasa: de un día para otro, el amor y la admiración se escapan por la puerta o la ventana.

Amar, sin intentar definirlo, es un acto que no para, un constante leer a la otra persona y a uno mismo. ¿Qué significa? Reconocer nuestra vulnerabilidad, aceptar la frustración, celebrar la cercanía, aunque todo se complique. Y sí que se complica. Las historias que leemos, las películas que vemos, nos reflejan, nos devuelven a nuestra propia casa. Annie Ernaux, en sus libros, muestra cómo lo cotidiano —quién lava los platos, cómo se reparte el tiempo, cómo se acomodan los espacios— se vuelve el terreno donde se enreda la vida compartida. Miren Anatomía de una caída: la discusión en la cocina —una de las mejores escenas, intensa y reveladora— va soltando reproches poco a poco: el tiempo para Daniel, la escritura, el orgullo, aceptar vivir en Francia dejando Londres atrás, y todas esas tensiones internas de la pareja…— todo se hace tan visible que casi se puede tocar. Y ahí estamos nosotros también, quienes hemos vivido en pareja, con hijos o sin ellos.

Al final, la pareja es un espejo múltiple: veo mis alegrías, mis frustraciones, mis miedos, mis esperanzas… y descubro que lo cotidiano, lo que parece simple, es en realidad el hilo que sostiene todo. Pero ¿qué pasa cuando ese hilo se rompe? Porque en mi caso, se ha roto. ¿Podré ponerme de pie y emprender otra vez ese viaje hacia…? Mis recuerdos, mis gestos, mis emociones me recuerdan que amar es intenso, complicado y hermoso. Aunque no sé si volveré a sentirlo igual, sé que los instantes, los detalles, lo invisible, hablan más fuerte que cualquier palabra. Ahí está la verdadera cercanía: en la respiración compartida, en la risa que surge sin razón, en el abrazo que lo dice todo sin hablar.

Fotografía de Pexels. 

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