LA ESCRITURA DEL INSTANTE Cuando la mentira tiene ritmo, por Nadia Contreras


¿Alguna vez han sentido que la verdad puede ser tan seductora como peligrosa? Yo lo sentí hace unos días viendo Historia real (True Story), dirigida por Rupert Goold en 2015. Jonah Hill interpreta a Michael Finkel, James Franco a Christian Longo, y Felicity Jones a Jill Barker. La historia se basa en las memorias de Finkel, Una historia real: Asesinato, memorias, mea culpa.

Todo comienza cuando Longo, acusado de un crimen terrible, decide apropiarse de la identidad de Finkel. Al enterarse, el periodista se acerca a él, y lo que parece un simple encuentro se convierte en un diálogo extraño: entrevistas que se vuelven un juego de poder y en este juego, como sabemos, las verdades se tuercen, las confesiones se negocian y los silencios pesan tanto como las palabras.

Lo que inquieta de esta historia no es solo Longo, con su capacidad de manipular y seducir incluso tras las rejas, sino también Finkel, enfrentando sus culpas y los límites de su propia profesión. En ese momento, atraviesa una etapa difícil, y quizá lo más desconcertante es darse cuenta de que, al mirar de frente a los monstruos, terminamos viendo reflejadas en nosotros mismas grietas muy parecidas.

Más allá del horror, somos testigos de un Finkel que se deja envolver por la historia de Longo, aun sabiendo que la mentira puede atraparlo. Y cuántas veces no nos hemos visto así, atrapados en historias que nos sacuden y nos hacen cuestionar lo que creíamos cierto.

La película incluso hace un guiño a Carlo Gesualdo, compositor del Renacimiento que creó madrigales llenos de disonancias y belleza extrema —¡escúchenlo, por favor!— y que, al mismo tiempo, fue capaz de asesinar a su esposa y al amante de ella. Esa mezcla de arte y horror es justo lo que vemos en Longo: carisma y violencia mezclados, quizá como una falla trágica, una hamartia que une genio y destrucción.

¿Qué está pasando aquí? ¿Confundimos sombras con realidad? ¿O la verdad es tan incómoda que preferimos mirar hacia otro lado? Tal vez también sea porque los antihéroes nos enseñan tanto sobre nosotros mismos. Pienso en Ivan Karamázov de Los hermanos Karamázov, cuestionando la moral y la justicia mientras lucha con su propia oscuridad. La película también me hace pensar en cómo nuestro cerebro se enamora de las historias extremas. Eso le pasa a Finkel: la amígdala se enciende, la dopamina corre, y de pronto nos encontramos atrapados, queriendo escuchar una mentira porque tiene ritmo, drama, peligro. Y si miramos la historia de la humanidad, esta fascinación nos ha acompañado siempre.

Al final, la verdadera lección quizá no sea alejarnos de las historias peligrosas, sino aprender a escucharlas con todos nuestros sentidos abiertos. Uno de los instantes que más se queda, aunque breve, es la música de Gesualdo, que nos recuerda algo fascinante: la belleza y el horror siempre han ido de la mano, y a nosotros, curiosos y cautelosos, nos gusta mirar el fuego desde cerca.

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