El infinito en un junco: la lucha de la palabra contra el olvido. Parte 2 de 3, por Nadia Contreras


Irene Vallejo no se limita a narrar la historia del libro en El infinito en un junco; su ensayo, como hemos mencionado, es un viaje a través del tiempo, las bibliotecas y las voces que han dado forma al conocimiento. En esta segunda entrega, me centraré en el poder del lenguaje, pero también en la censura y la exclusión. Por ello, les planteo las siguientes preguntas: ¿Quiénes han sido silenciados a lo largo de la historia? ¿Cómo algunas voces lograron escapar del olvido? ¿Quién decidió qué relatos merecían sobrevivir y cuáles estaban destinados a desaparecer?

Entre los muchos hilos que entreteje su obra, uno de los más reveladores es la marginación de la mujer en la esfera pública de la palabra. Durante siglos, hablar en público fue un privilegio reservado a los hombres, mientras que a las mujeres se les impuso el silencio como norma. Desde la condena de Demócrito—“la mujer no debe ejercitarse en el hablar, pues eso es terrible”—hasta la orden de Telémaco en la Odisea para que su madre guarde silencio porque “el discurso es cosa de hombres”, la exclusión de la voz femenina no ha sido un hecho aislado, sino un patrón repetido a lo largo del tiempo.

Mary Beard, en su análisis de este episodio homérico, señala que esta marginación no solo las apartó de los discursos de poder, sino que confinó su palabra a los espacios privados, reduciendo su voz a un murmullo sin autoridad. Y este silenciamiento no fue solo simbólico: tuvo consecuencias concretas en el acceso de las mujeres a la educación, la literatura y la política. Pero a pesar de las restricciones, hubo quienes lograron imponerse. Enheduanna, la primera poeta con nombre propio en la historia, describía su proceso creativo como un acto sagrado: “la diosa lunar visita su hogar a medianoche y la ayuda a concebir nuevos poemas”. Safo, siglos después, revolucionó la poesía al centrarla en la experiencia personal: “dicen algunos que nada es más hermoso sobre la negra tierra que un escuadrón de jinetes... Pero yo digo que lo más bello es la persona amada”. La escritura se convirtió en una trinchera desde la cual muchas resistieron la exclusión. ¿No es acaso la literatura un acto de desafío cuando logra imponerse sobre los intentos de borrarla?

Vallejo nos recuerda que la historia del conocimiento es, en gran medida, la historia de su fragilidad. Los libros, al igual que las voces que los han escrito, han estado siempre en peligro. Desde la destrucción de la Biblioteca de Alejandría hasta la quema de textos en la Alemania nazi, pasando por la censura inquisitorial y las purgas totalitarias, el acto de escribir y preservar el conocimiento ha sido un desafío constante. Borges, en su reflexión sobre las bibliotecas, sugiere que la necesidad cíclica de destruirlas es una síntesis de la lucha entre la conservación y el olvido. Sin embargo, los textos han logrado sobrevivir porque alguien, en algún momento, decidió salvarlos. Obras como las Historias de Heródoto, que estuvieron a punto de perderse, llegaron hasta nosotros porque una red de lectores, copistas y traductores se encargó de resguardarlas. Y es en esa transmisión donde la literatura se reinventa: la Odisea nos muestra un Telémaco que manda callar a su madre, pero siglos después, en Ulises de Joyce, Molly Bloom recupera la voz en un monólogo arrollador, sin pausas ni restricciones. Las sirenas, antes figuras fatales destinadas a tentar y perder a los hombres, se transforman en símbolos de poder y autonomía en las relecturas contemporáneas. “Cada época reinterpreta las historias antiguas según sus propias preocupaciones”, nos dice Vallejo.

Las historias proceden de un mundo arcaico, pero en nuestro telar volvemos a tejerlas con hebras nuevas. Leer y escribir son actos de resistencia contra el olvido, formas de afirmar la humanidad en su lucha por la permanencia del conocimiento. En ese continuo tejer y destejer, cada generación elige qué voces mantener vivas y cuáles relegar al silencio. Esa elección, no lo olvidemos, traza los límites de nuestro horizonte.

Fotografía tomada de Internet.

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