De huellas y caminos finales


En los últimos meses he conversado con Carel, a quien conocí a través de un amigo en común, pero nos encontramos frecuentemente en actividades culturales. A pesar de su edad (por cierto, ya había hablado de él en otro texto), es mucho mayor que la mayoría de nosotros, su mirada pícara y sus ingeniosas ocurrencias siempre nos sorprenden, haciendo agradables esos momentos que compartimos bajo un abrasador clima de cuarenta y cuatro grados.
        Carel me ha buscado para que le enseñe a manejar su celular, y poco a poco se ha vuelto hábil usando WhatsApp, aunque aún le cuesta entender cómo reproducir los mensajes de voz y abrir enlaces compartidos. Le he señalado que tiene sus ventajas no saber cómo acceder a páginas web, ya que muchas veces pueden contener virus o estafas. “Ten cuidado”, le he advertido. 
        En las últimas semanas hemos mantenido conversaciones frecuentes a través de ese medio. Tanto él como yo nos estamos despiertos hasta tarde. Mientras leo o escribo, me tomo el tiempo necesario para responderle. Hablamos de todo, realmente de todo, puedo decir que me sorprende su mentalidad tan abierta, incluso atrevida. La otra noche, por ejemplo, me preguntó sobre un libro mío que había encontrado en una librería.
        —Que yo sepa ya no hay libros míos porque están agotados y hace rato que se publicaron —le dije.
        Los más recientes sólo los encuentras en Amazon.
        —No, tengo un libro tuyo que se llama Sólo sentir —me quedé callada y sentí cómo una especie de calor me subía por el cuerpo hasta la cabeza. Me quedé callada.
        —Sí eres tú, ¿verdad? —replicó.
Esperé un momento para responder.
        —¿Eres tú? 
        —Sí, esa soy —repliqué, buscando cierta ligereza en el tono.
        Tuve la misma sensación que cuando descubrí a mi padre explorando el libro. La editorial había enviado los ejemplares que me correspondían como pago de regalías a la casa paterna. Yo les había dado el domicilio. No había problema, mis padres nunca abrían las cajas ni los sobres. Esa vez, el paquete llegó dañado y dejaba al descubierto la publicación. Ver a mi padre leer mis historias eróticas, con imágenes provocativas y seductoras, era algo completamente inesperado para mí.
        Carel volvió a escribir.
        —No conocía esa faceta tuya. Pero me gusta, me ha gustado mucho el libro y tu erotismo. Veo que abordas también el tema erótico lésbico-gay.
        —Sí, así es —me da gusto que te esté gustando.
        Carel me ha solicitado que le explique cómo se creó ese libro y cómo fue recibido. Él comenta que nuestra sociedad sigue siendo muy conservadora y estoy de acuerdo. “Aún llevamos muchísimas ataduras”, escribe con mayúsculas. A medida que respondo a cada pregunta paso a paso, me siento cada vez más cómoda, dejando atrás por completo la imagen de mi padre leyendo el libro y, tal vez, con cierta inclinación a lanzármelo a la cabeza. Aunque nunca ocurrió tal cosa, quizás hago esa asociación porque Carel y mi padre tienen aproximadamente la misma edad.
        —¿Cuántos libros has escrito? —me pregunta.
        —Respondo que suficientes como para no recordar exactamente cuántos —digo, aunque la verdad es que prefiero no hacerlo. Últimamente me siento un tanto cerrada respecto a ciertas cosas. 
        Carel no comprende eso. Para él, las preocupaciones son diferentes; por ejemplo, el tiempo.
        —Si tú tienes tiempo para sentirte triste, yo no —dice con determinación—. Mi vida está llegando a su término. Cuando llegues a mi edad, comprenderás.
        —¿Has pensado en los libros como un legado? —sugiere.
        —¿Los libros como qué?
        —Como un legado —y agrega un par de emojis. 
        —Ofrenda, quizá. 

Nos despedimos, con planes de retomar la conversación durante el fin de semana. Los jueves y viernes son días muy complicados para mí, llegaré agotada cada día, añado antes de despedirme.
        Hace bastante tiempo leí Como agua para chocolate, novela de Laura Esquivel. Después de terminar mi tarea de escritura, busqué el libro y repasé muchas de las partes que había subrayado previamente. La palabra “ofrenda” me hizo pensar en Tita, cuyo destino está predeterminado: cuidar de su madre, lo cual le impide casarse y formar una familia debido a “una antigua tradición familiar”. Sin embargo, halla consuelo y canaliza sus emociones a través de la cocina, donde sus sentimientos se plasman en los platos que elabora. 
        La comida adquiere el carácter de una “ofrenda” cargada de significados emocionales y culturales, que deja una profunda huella en la vida y los sentimientos de quienes la saborean. Cada plato representa una ofrenda que transforma la realidad de los personajes de la historia, especialmente la de Tita junto a Pedro, en ese fuego apasionado, abrasador.
        Las ofrendas adquieren diversos significados según las culturas y situaciones. En civilizaciones antiguas como la egipcia, griega y romana, así como en culturas mesoamericanas como la azteca y maya, eran rituales esenciales destinados a ofrecer alimentos, bebidas y objetos valiosos a los dioses como muestra de devoción y para asegurar la prosperidad y el favor divino. En culturas asiáticas como la china, japonesa e india, las ofrendas se realizan en templos y hogares como signo de respeto hacia los espíritus y para solicitar bendiciones y protección. 
        Por otro lado, en las culturas indígenas de América del Norte, América del Sur, África y Oceanía, las ofrendas están estrechamente ligadas a la conexión con la tierra, la naturaleza y los espíritus ancestrales, incluyendo alimentos y objetos sagrados en ceremonias que mantienen el equilibrio espiritual. 
        En el cristianismo y otras religiones monoteístas, las ofrendas pueden adoptar la forma de donaciones durante servicios religiosos, manifestando fe y apoyo a la comunidad. Además, las ofrendas son gestos cotidianos de hospitalidad y gratitud que reflejan valores de respeto y fortalecen los vínculos sociales en diversas culturas alrededor del mundo.
        Tal vez aquí me detenga un poco y confiese que hubiera querido hijos como ofrendas, no para arrojarlos a patadas como sucede en Cien años de soledad, sino para abrazarlos con fuerza en momentos como este, cuando las emociones y la vida, ya sea por la edad u otras razones, se vuelven caóticas. Habría deseado tener hijos del marido, tal como es él, con esos grandes ojos y algo rellenito. ¡Qué maravilla habría sido! Pero la falta de hijos ha empezado a ser una herida que persiste sin sanar.
        Me doy cuenta de que mi legado terminará conmigo, una existencia que parece no tener sentido. He realizado muchas cosas a lo largo de los años: mucha escritura, mucho contenido digital porque internet y la computadora son mis pasiones. He escrito libros, he hecho cosas para mi familia, mis amigas y amigos, incluso para aquellos que no lo son, pero no sé si algún día todo eso funcionará como un ancla, como un retorno al árbol de palabras que sembré hace tanto tiempo. Si mis palabras y mis libros son como ofrendas, ¿a dónde irán cuando deje este plano terrenal, cuando emprenda el viaje final que es la muerte? Quizás no debería cuestionarlo tanto; tal vez se trate simplemente de un día desaparecer sin dejar rastro alguno.

Fotografía de Pexels.

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2 Comentarios

  1. ¡Hola, Nadia! Ha sido bueno leerte. Tengo varias reflexiones:
    Primero, a mí me da mucho miedo cuando mi mamá o mis suegros lean las 3 groserías que puse en mi libro (las conté). O cuando decida publicar la novela que estoy escribiendo, que lean las escenas sexuales o de violencia y se horroricen. Aún no sé cómo lidiar con eso, jaja.
    Segundo: Sobre el legado. En lo personal, y aunque sé que soy joven, no quisiera tener hijos, siento que la maternidad no es para mí. De niña me tocó cuidar a un niño chiquito (mi sobrino) durante horas y horas, ¿cómo una niña debe cuidar a un bebé? Pero eso me tocó. No me quedaron ganas, pero sí tengo la espina de si no me arrepentiré después. Tengo una pareja maravillosa y me da miedo pensar que su genialidad quedará en un pasado muy enterrado cuando él mismo sea sepultado también.
    Pero luego pienso, ¿de verdad existe la trascendencia humana? La falta de una religión me hace pensar que efectivamente no habrá nada después, y que hay tantas y tantas generaciones coexistiendo, que la trascendencia es casi imposible.
    No sé a dónde iba a llegar con mi comentario, pero lo dejo acá, me hiciste mover el hamster.
    Gracias por compartir. 💖

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