Sepsis o el diagnóstico ¿de qué enfermedad?

Hace un mes y siete días salí de la clínica. En el ISSSTE me dijeron que no tenía nada y ahora no me faltan ganas de ir a restregarle en la cara el expediente clínico a la doctora que negó mi entrada con el médico internista. Usted no tiene nada, dijo. Pero me estoy muriendo. Muriendo ¿de qué enfermedad? Pues no sé, casi grité, por eso quiero que me canalice con el internista, culminé, con el termómetro a punto de convulsionarme, vómitos severos, el azúcar fuera de control, fatiga del cuerpo y problemas para respirar. Tenía más de dos semanas que mi alimentación era mínima porque todo me daba asco. Pero no tenía nada. El costado derecho dolía lo suficiente y no era factible dormir de ese lado.

Encontrar un médico también fue una odisea. Los consultorios están llenos y algunos especialistas no desean nuevos pacientes. Finalmente, de un minuto a otro me vi conectada a una bomba y al aparato de oxígeno. Ingresé a las 7: 30 de la noche. Me realizaron diversos estudios, diversas tomografías en un instrumento que me hizo pensar en esos equipos que en las películas hacen posible el viaje a través del tiempo. Cuando volvió la calma, y el doctor nos explicó los procedimientos para encontrar el daño, busqué en mi celular la historia de La máquina del tiempo, de H.G. Wells. Según dicen apareció primero como una serie en las revistas de Londres y luego como libro en mayo de 1895. La máquina... es la historia de un hombre que inventa un dispositivo que lo transporta a través del tiempo. Nunca la leí completa como tampoco leí todo lo escrito por Julio Verne. La ciencia ficción, debo confesar, no es un género que frecuente con regularidad.

En el cuarto de Rayos X, Marie Curie, mi favorita, era quien me daba las instrucciones. Quizá la persona que más importancia tuvo en la historia de la radiación. Enfrentándose a un mundo de hombres, durante su tesis doctoral empezó a investigar sobre los rayos X, siguiendo la pauta de los descubrimientos realizados por Becquerel, años antes. Junto con Pierre descubrió el polonio y el radio, sentando las bases para el conocimiento de la radioactividad que se empleó en medicina, tanto en el diagnóstico como en el tratamiento. Esta aplicación, durante mucho tiempo fue conocida en Francia como “curieterapia”. Durante la primera guerra mundial, cuentan sus biógrafos, Curie armó camiones con de rayos X portátiles que llevaba a los campos de guerra, llamados “Petit Curie” con el fin de dar un rápido diagnóstico a los soldados que venían del frente.

No puedo decir cuántas veces me sacaron sangre, los tubos iban y venían; era preciso saber lo que me había llevado al límite de aquello que en su momento le dije al marido: "De esta no me salvo". Estuve ahí once días; el hígado falló a consecuencia de bacterias y amibas y éstas, claro, llevan un periodo de incubación, por decirlo, de algún modo. Es decir, tenían dentro de mí bastante tiempo; un tiempo en el que experimenté diversas afectaciones, pero que cualquier médico hubiera diagnosticado como gastritis o tifoidea. Creo que tenía que pasarme esto para saber con exactitud lo que sucedía. Es por comer en la calle, aseguró el doctor, pero nunca consumo alimentos "callejeros" y soy en extremo cuidadosa con lo que me llevo a la boca. No hay una explicación coherente a lo aquí narrado, porque mi dieta es bastante sana, incluso, para estar en la lista interminable de los diabéticos de la que también formo parte.

Evoqué los nombres de Wells y de Curie pero me quedé corta. Estaba ahí, en la habitación, sujeta a la rutina de las medicinas, a la rutina de los médicos y enfermeras y pensé en aquellas mujeres y hombres que sus nombres permanecen incógnitos para el paciente común pero que, con sus hallazgos, inventos, patentes, fórmulas, instrumentos, hicieron y hacen posible que uno recupere la salud, en mi caso, luego de una pequeña intervención quirúrgica para limpiar (drenar) el hígado; hicieron y hacen posible que otros tantos pacientes en otros centros y clínicas también sanen.

Los principales avances médicos, de la actualidad, dicen, son resultado de la innovación tecnológica y el desarrollo de la investigación. Y si nos vamos a la historia, fueron los egipcios quienes registraron un amplio estudio de enfermedades y tratamientos, remontándose al 3.000 a.C., médicos al servicio de los faraones y su instrumental, han quedado plasmados en sepulcros y templos. Los llamados papiros médicos (2.040 al 1.795 a.C.) incluyen diagnósticos, tratamientos y medicaciones egipcias. Destaca en este periodo el papiro Ebers por sus detalles de recetas, ungüentos e instrucciones para tratamientos.

Cuántos nombres de grandes descubridores, científicos, médicos, etc., revolucionarios de la medicina, en este caso, quedan en el anonimato. Así es la evolución, lo que nos rodea, suponemos, apareció por arte de magia o por mero azar o divertimento. Estamos en buenas manos con quienes verdaderamente ponen su conocimiento en favor del paciente. Pero hay quienes no. De acuerdo con cifras de la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (Conamed), en 2019 se recibieron 17 mil 358 inconformidades médicas, 47.5 en promedio al día, esto es 13.5% mayor que las registradas en 2018. Alrededor de 70% de las quejas recayeron en instituciones públicas, las cuales encabeza el IMSS, seguido por el ISSSTE; el resto corresponde a servicios privados. Los principales motivos de las quejas, se lee en diversos sitios de la web, tienen que ver con el tratamiento médico, diagnósticos, relación médico-paciente y tratamiento quirúrgico. La doctora del ISSSTE, sin duda, entra perfectamente aquí.

Cuando me retiraron la sonda y comenzaron a espaciarme los líquidos de la bomba y mis brazos amoratados se libraron de las agujas, sabía que la vida recomenzaba. Después de este tiempo, he recuperado la salud casi completamente. Me seguiré cuidando tal como lo indica el doctor. Pero ¿qué pasa con ciertos encargados de la salud como esa doctora que asentó en la ficha que no presentaba ninguna enfermedad o padecimiento? ¿Perdieron la vocación? ¿Acaso, la instrucción de sus superiores es que no se acerquen al paciente, ni siquiera para constatar el estado de sus órganos vitales, su respiración, el ritmo cardiaco? No se levantan del escritorio y todo sentimiento de empatía se les ha ido por el caño. Si el enfermo muere, o medio vive o vive, no es de su incumbencia. Lo contrario de la evolución es la involución, y ahí están, con sus batas blancas fingiendo lo que no son o jamás desearon ser. Pueden justificarse refiriéndose a la precariedad económica que sobrellevan como sector médico, sus derechos y descansos fustigados, pero nosotros como enfermos ¿qué injerencia tenemos en ello? Además, mi recibo de nómina es evidencia de mi aportación puntual a la institución. Definitivamente, han dejado de lado el eje vertebrador de la profesión médica y de la relación médico-paciente: la fe, la confianza, la esperanza, la fortaleza moral o la aceptación de la adversidad como fenómeno vital. Bien dice Séneca: "No puede el médico curar bien sin tener presente al enfermo".

Imagen tomada de Pexels.

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