* Estableció en sus poemas un tono, un estado de ánimo, una tendencia al frenesí, a la melancolía, al hastío del mundo y a la autodestrucción.
En Alejandra Pizarnik (al
igual que en Silvia Plath), es difícil separar la vida y la vocación literaria
que se asume como medio de salvación. Por lo tanto, en un primer punto de estos
comentarios se parte de lo que escribe Susana H. Haydu en Evolución en un
lenguaje poético sobre esta escritora «tan plena de fatalidad poética»: el
desarraigo, provocado por esa falta especial de raíces nacionales y locales, se
relaciona con el sentimiento de exilio que recorre sus poemas y que no la
abandonó jamás.
Alejandra
Pizarnik nació en Buenos Aires en 1936. Sus padres fueron emigrantes rusos de
ascendencia judía y que vivieron en la parte sur de Buenos Aires. La infancia
de Alejandra, se puede decir, fue común como la de otros niños de su edad. Sin
embargo, sobresale de ésta el hecho de autonombrarse de diversas maneras: Buma,
Flora, Blímele, Alejandra, Sasha. Cristina Piña, en el libro Alejandra
Pizarnik, una biografía, lo explica de la siguiente manera: 1). Buma, para
la madre y el padre, el íntimo círculo de amigas del colegio, el mundo de la
infancia y la primera adolescencia; 2). Flora, en la Escuela Normal Mixta de
Avellaneda, donde se atrevía a preguntar y a discutirles a los profesores; 3).
Blímele para los maestros de la Zalman Reizien Schule; 4). Alejandra, al llegar
a la adolescencia, como contraseña para asumir la propia vocación, como máscara
de fuego con la cual enfrentar la fiesta y el horror de la poesía; 5). Sasha,
al final como nombre más secreto, con resonancias de leyenda rusa y de joyeros
del Zar, de antepasados en el bosque helado de la Ucrania Paterna, como último
disfraz del desamor. De esta infancia se tienen algunos versos reveladores: «Mi
infancia sólo comprende /el viento feroz /que me aventó al frío».
Sobre
esta misma niñez-adolescencia se deben mencionar los poemas que Alejandra
comenzó a escribir, su acercamiento a la corriente existencialista a través de
Sastre, así como esa inteligencia superior, el interés por la literatura, la
filosofía, la psicología y la muerte. Alejandra tomó al pie de la letra los
principales postulados de la tradición romántica, que consisten en exaltar los
sentimientos hasta el punto de justificar el suicido por un amor no
correspondido. Estableció en sus poemas un tono, un estado de ánimo, una
tendencia al frenesí, a la melancolía, al hastío del mundo y a la
autodestrucción. Ejemplifiquemos con un poema tomado de su libro La tierra
más ajena (1955): «Si. Hundirse una noche en las calles del puerto Caminar,
caminar (...) Si, sola. Siempre sola (...) Si, tirar el ancla. Si. Muy junto a
ese barco gigante de rayas rojas y blancas y verdes (...) irse y no volver».
Otro momento es el amor.
Para Pizarnik, el amor es principio del placer en donde se instala el deseo y
el erotismo como forma de conocimiento. Es también un referente de la muerte y
el silencio. El amor va más allá de la capacidad del ser humano de sentir,
conmoverse y fluir a través del pensamiento y la espiritualidad. El amor, por
un lado, es la maduración a través de la meditación de aquella adolescente dolida
por el asma, pero por el otro, sinónimo de inseguridad y miedo. Esto se refleja
en La tierra más ajena: «Mi ser henchido de barcos blancos. Mi ser
reventando sentires. / Toda yo bajo las reminiscencias de tus ojos».
La
última inocencia (1956), dedicado a su analista León Ostrov, padre soñado
con el que compartía el gusto por la literatura «y con el cual [daba] salida al
amor imposible por el padre real» aborda la pérdida de aquel estado del alma
que desconoce el mal y que abre la puerta al inicio de la experiencia sexual.
Para Susana H. Haydu, la temática de la desesperación es evidente, pero
también, la invocación de una poesía «salvadora» a través de la palabra. Es
aquí, en donde la idea de la destrucción se hace presente, pero como sinónimo
de inmortalidad. En el poema “Enamorada” lo manifiesta así: «Esta lúgubre manía
de vivir esta recóndita humorada de vivir te arrastra Alejandra no lo niegues».
¡Quiero salir!, dirá más adelante al cancerbero del alma, inconando la muerte y
preguntando: «¡Tanta vida Señor /para qué tanta vida!» Alejandra, va contra sí
misma, destruyéndose, pintándose estatua del terror y de pies donde mueren las
golondrinas, es decir, la inocencia. Vemos, así, la pérdida de la inocencia en
donde el amor es el desenlace: «Pero ese instante sudoroso de nada acurrucado
en la cueva del destino sin manos para decir nunca sin manos para regalar
mariposas».
Extracción
de la piedra de locura (1968) se compone en su mayoría de poemas en prosa.
Sólo hay nueve poemas en verso: Vértigos o contemplación de algo que termina;
Privilegio; Figuras y Silencios; Tête de jeune sille (odilon redon), Escrito en
el escorial; El sol, el poema; Estar; Como agua sobre una piedra; En un otoño
antiguo.
El
título de la obra coincide con el nombre del cuadro de El Bosco. En este óleo
del siglo XV, que se encuentra en el museo del Prado en España, se representa
la operación quirúrgica correspondiente a la edad media y que consistía en
extraer “la piedra de la locura”; una piedra que causaba la suprema estupidez.
Sin embargo, Cristina Piña, retoma los comentarios de Ivonne Bordelois y
desmiente el testimonio. Según esta fuente, «el nombre de la obra fue extraído
por Pizarnik de un texto que estaba en una colección de textos indígenas de la
Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires». Hay, sin embargo, una
referencia muy precisa en el libro hacia el cuadro de El Bosco: «Quien te hace
doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas
tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra a ella, tu
solo privilegio».
El
desdoblamiento de la persona poética es un recurso muy usado por Pizarnik; se
desdobla en otras voces: voces de niñas, de estatuas, de ruinas. La noche es
medio para que la transformación hacia el desarraigo suceda. O la próxima
muerte. Leamos: «Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una
voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque».
En “Fragmentos para dominar el silencio”, Pizarnik se refiere a las damas solitarias,
desoladas, que cantan a través de su voz. Tanto la voz de la enunciante y la
voz de esas damas están separadas. Sin embargo, la poeta, reemplazará la
tercera persona por la primera. Leamos: «Cuando a la casa del lenguaje se le
vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo. / Las damas de rojo se
extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre
flores. / No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las
hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio
gris».
La
antítesis predomina, sobre todo en el último libro, correspondiente al año
1964: «Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria.
Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad
que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no
sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde
alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una alameda». La antítesis se
demuestra en la siguiente construcción: la verde alameda que no es verde y ni
siquiera hay una alameda.
Andrea
Marone, en su texto “El desarraigo en Extracción de la piedra de la locura,
de Alejandra Pizarnik”, señala como un recurso más la isotopía, que es una
figura retórica que consiste en la agrupación de campos semánticos para dar
homogeneidad de significado al texto o a la exposición. Hay un texto muy
interesante de Cathérine Kerbrat-Orecchioni titulado “Problemática de la
isotopía”, que se puede revisar para ampliar el marco teórico del término.
Andrea Marone, lo explica de la siguiente manera: Si hacemos una reconstrucción
de las isotopías que subyacen al texto, encontraremos que son dos las que
agrupan mayor cantidad de léxicos. La primera isotopía recibe el nombre de “la
escritura” y dentro de ella se agrupan todos los términos que guardan relación
con el habla y la escritura. Dentro de estas voces que se escuchan en el poema
los silencios juegan un papel importante. Hay “voces obstinadas en parecer
voces humanas”, “nombres”, “voces que conjuran”, “voces ávidas”, “vocales”,
“música”, “melodía” y “gritos”. […] La segunda isotopía recibe el nombre de “lo
funerario” y agrupa todos los léxicos que hacen referencia directa a la muerte,
y que conforman una atmósfera macabra y misteriosa. Hay “niebla”, “Violadores
de tumbas”, “mil muertes”, “cenizas”, “dolores incesantes”, “vértigo” y
“oscuridad”. Es de “noche” y no se pude morir ni vivir, hay un “soplo maligno·
y “cadáveres”, “asesinos”, “ahogados”, “quemados”, una “joven muerta” y
“calaveras”.
Otro
de los recursos frecuentados por la autora de La condesa sangrienta
(1971), es la paradoja: «La que murió de su vestido azul está cantando. Canta
imbuida de muerte al sol de su ebriedad. Adentro de su canción hay un vestido
azul, hay un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado con los ecos de los
latidos de su corazón muerto». Observen el efecto: «La que murió de vestido
azul está cantando. Es decir, a la voz del enunciador la suple otra voz, la que
está cantando…» Es esta una paradoja muy interesante, es decir, Pizarnik finca
aquí su lenguaje poético; una voz que no sale de la boca de quien lo enuncia
sino del cuerpo.
Coda
La mejor forma de
acercarse a la poesía es leyéndola. Quizá luego de la lectura, venga la
escritura. Más allá de la revisión minuciosa (teórica o académica) de un texto,
como sucede con la poesía de Alejandra Pizarnik, importan las emociones que
despierta; emociones siempre inclinadas, en caída. Hay que tener demasiada
fuerza para levantarse. Y esta experiencia es así, en solitario. Bien dijo
Virginia Woolf: «Por cierto, el único consejo que una persona puede darle a
otra sobre la lectura es que no acepte consejos».
¿Por qué nos sigue
gustando la poesía de Alejandra Pizarnik? ¿Por qué… después de la conmoción que
representa leer cada uno de sus libros? No sólo se trata de la leyenda que gira
en torno a su vida y suicidio; hay algo más. Eso que nos pone de cabeza y es
preciso descubrir.
Este ensayo se publicó de manera resumida en la revista Siglo Nuevo, del periódico El siglo de Torreón, Año 14, número 368. 25 de julio de 2020.
Imagen de Mabel Amber en Pixabay
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