[Versión resumida]
El título del libro El virus de Munch de Carmen Ávila, sugiere infinidad de reflexiones. Su eje temático es la enfermedad que expande más allá de lo físico, más allá de lo espiritual. La enfermedad como esa doble ciudadanía de la que habla Susan Sontag: “A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y el de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”.
Ganador del Premio Dolores Castro en el 2017, El virus de Munch fue escrito desde la enfermedad. No es posible concebir su hechura de otra manera. La enfermedad como timón, evocando las propias palabras del pintor de El grito.
El libro, declara Ávila para un periódico coahuilense “trata sobre un viaje que realicé a Noruega, en donde las temperaturas invernales me enfermaron. Se me complicó la gripa y cuando llegué a México duré tres meses enferma; en el desespero de la convalecencia se me ocurrió escribir este libro. El tema principal del libro es la enfermedad, pero también aborda la desesperación y la angustia, todo aunado con la figura del pintor Edvard Munch (1863-1944), quien vivió en Oslo. La idea era tratar la crisis de la enfermedad que estaba pasando dentro del poemario”.
El compendio muestra dos escenarios. El primero es el que coloca a la poeta en el centro de la enfermedad; el segundo, es el del pintor. Tanto un apartado como el otro forman una galería; los cuadros de Munch oscilan entre 1892 y 1940. En el paralelismo, la enfermedad, las inflamaciones, los dolores y las alucinaciones conectan poéticamente los elementos pictóricos.
LA FIGURA RETÓRICA
La vida está marcada por la enfermedad, el dolor y la muerte. Otros poetas coinciden con Carmen en estos temas: Gonzalo Millán, Roberto Bolaño, Enrique Lihn, y en la poesía reciente, Oscar David López y Sergio Loo.
Negar la enfermedad es mentir. Tal vez esto le asigna un valor banal, superfluo. Si se está enfermo, se inventa un escenario donde la salud es reino perfecto. La mirada de la poeta, no obstante, vuelve sobre ella y la convierte en metáfora: “diagnóstico para mis pulmones asmáticos de vidrios azotados: / crisantemos que se entendían en el bronquio de roída férula / el microbio en la tráquea como la savia de un tulipán negro: / pegada a la tuberculosos resplandeciente una bacteria”.
¿Qué desata a la enfermedad, el azar, el destino, la mala suerte, el mal de ojo? Imposible saber. Pero ¿qué lleva a la autora a indagar en las pinturas de Munch? Quizá este encuentro sucedió al revés: los cuadros ya habían dejado huella en la poeta y la enfermedad fue justificación para hacerlos palpables por medio de la figura retórica llamada “Écfrasis”.
El Diccionario de la Lengua Española la define como: descripción precisa y detallada de un objeto artístico. Y figura consistente en la descripción minuciosa de algo.
Podemos ampliar su significado y referirnos a ella, como una descripción que evidencia en el receptor lo descrito. En nuestro caso, hablamos de pinturas, despertando en él la imagen del cuadro ausente. Es este el mecanismo, como se mencionó líneas arriba, a partir de ese paralelismo en los títulos de los poemas.
OTROS ELEMENTOS DE SU POESÍA
La ironía es otro ingrediente en la poesía de Carmen; ironía doble filo, doble visión paranoica. ¿Es la fiebre de la enfermedad o la fiebre de la pasión? La poeta responde: “Mi madre me pasó un huevo por el cuerpo / para quitarme ese mal escandinavo de fiebre / cuando lo quebró salió un ojo cocido / entras los huevos de mi cara / que siempre duelen en las visiones de calentura / de la profética ceguera afiebrada”.
Ávila también parte de otra postura, la del extranjero que mira la cultura de un país que le es ajeno. Postales del exilio mantiene la propuesta cartográfica y el registro fotográfico de cada estancia: París, Alemania, Praga, Ginebra, el País X (México y su desierto del norte). El viajero observa y la memoria traza sus planos, las raíces de estos planos. Ávila no confía en la memoria; es caprichosa. Borges lo dijo varias veces: “mi memoria se parece demasiado al olvido”. Ávila coincide en Proemio: “Caprichosa memoria / muestra lo que quiere / o lo que puede / pequeños fragmentos de cerámica / inútiles para la reconstrucción arqueológica /de los recuerdos”.
Ante los poemas de Postales del exilio, no sorprende la frase: “La literatura en verdad nace en Occidente unida a un viaje, el de Ulises en La Odisea”. Pienso en Hemingway, Capote, Lowry, Margueritte Duras, Ana Ajmatova, entre otros, que nutren su obra de andanzas. Descubrimientos, asombros, perplejidades son parte de esta geografía.
El poema Berlín: verano de 2007 convierte a quien lee en lago azul; el lector como co-autor o como creador mismo de aquello que se mira: “De la vez que caminamos por “Unter den Linden” / no recuerdo las hojas de los tilos / no recuerdo si en realidad había tilos / ¿era el nombre de la estación y de la calle? / La humedad reventaba el poco aire / ¡hubiera inhalado hielo comprimido! / ¡Me hubieran hecho acupuntura con las astillas de un iceberg! / Para curarme del agua que se me iba del cuerpo: / aquella vez me salvó volverme azul en el lago”.
LA CURA
En entrevista, Ávila, refiriéndose al libro El virus de Munch, afirma: “Es la primera vez que trato el tema de las enfermedades en un libro y creo que el arte es la cura para las enfermedades de nuestro tiempo. La poesía y la pintura, como lo expresó Munch, son los caminos que debe seguir el artista para curarse de la realidad tan fuerte que vivimos”.
Empero, el hilo de la enfermedad se extiende más allá de este libro. La enfermedad está presente en Postales del exilio; la poeta mira desde ese exilio la patria enferma; el virus ha invadido cada una de sus células. La poeta como Shakespeare, invocado por Sontag, “permite numerosas variantes de una forma clásica de la metáfora patológica: la de la infección del cuerpo político, sin trazar diferencias entre contagio, infección, llaga, absceso, úlcera y lo que nosotros llamaríamos tumor”.
Leamos: “…también de ser se sufre / más por amor al dolor / que por mera costumbre / más por lo hermoso del sufrimiento // porque el sufrimiento es como un pétalo / de un cerezo japonés / tirado en el suelo // Pero del otro lado de esa pequeña hoja de seda / pisoteada / jamás marchita / está cincelada la palabra dicha / con unas letras cuneiformes / más pequeñas / que los filamentos / por los que la flor bebió / el esplendor del rocío: // A pesar de todas las penas / el futuro desde antaño / nos había ya perdonado”.
En La máquina de escribir, primer libro de Carmen Ávila, la enfermedad ya estaba presente. No sólo es el cuerpo que se enferma, sino la casa, las calles, la ciudad, el país (otra vez Shakespeare), la memoria, los espacios para/del amor: “Despacio, entrelazo una conversación con las agujas del silencio. Las paredes de la azotea se desprenden en gajos, nos incendien [piano…piano…dulce] “Qué”, pregunto, él niega con la cabeza. Sus ojos sin color, una piel que absorbe mi saliva. // Duele la zozobra en los pulmones, el frío que llega entre sus dedos. // En esa cantina oscura bailaban hombres con maquillaje barato, pelo largo mal teñido y grasiento, silicones reventándoles el pecho, música de Madonna. Un beso reclamó las camas que pudimos despedazar hasta dejar astillas, lana desparramada en el piso resortes oxidados. […]”.
¿Será que se ha dejado de pensar vivir la felicidad? ¿Será que se gusta más de habitar en un cuerpo dolorido, quebrado? ¿Es una de las condenas de este tiempo? La felicidad y la desdicha son parte del equilibro como lo son la enfermedad y el vigor. Y la poesía está para aliviarnos, salvarnos.
Texto publicado en Siglo Nuevo, revista cultural del periódico El Siglo de Torreón, mayo 17 de 2019.
Texto publicado en Siglo Nuevo, revista cultural del periódico El Siglo de Torreón, mayo 17 de 2019.
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