Dos autores para comenzar a escribir poesía


Hay autores que fácilmente nos atrapan. Son claros, limpios, cotidianos, incluso. Cuando comencé a escribir poesía, además de Nervo, que me impresionó, Xavier Villaurrutia me enseñó a mirar.

Todos los días vivimos bajo una misma rutina: el trabajo, la escuela, las fiestas, los amigos, etc., lo que nubla la vista o enceguece. Lo anterior lo digo de manera subjetiva, no como algo que pueda ocurrir realmente. Cuando leí por primera vez a Villaurruia, las mañana y los atardeceres me parecieron más iluminados. El autor de "Nocturno en que nada se oye" me proponía mirar o contemplar si lo quieren llevar a otro nivel. Lo que leía estaba frente a mí, no había nada extraño. Por ejemplo:

Cuando la tarde cierra sus ventanas remotas,
sus puertas invisibles,
para que el polvo, el humo, la ceniza,
impalpables, oscuros,
lentos como el trabajo de la muerte
en el cuerpo del niño,
vayan creciendo;
cuando la tarde, al fin, ha recogido
el último destello de luz, la última nube,
el reflejo olvidado y el ruido interrumpido,
la noche surge silenciosamente
de ranuras secretas,
de rincones ocultos,
de bocas entreabiertas,
de ojos insomnes.

¿Es difícil comprender lo que quiere decirnos el poema? No. ¿Quién no ha visto un atardecer? ¿Quién no ha visto la noche arribar por el extremo del cielo y, mientras el reloj avanza, ese tiempo indestructible, cubrirnos por completo? Lo que podemos agregar a la acción de mirar, son los detalles. Quizá esto es lo más difícil. Estamos acostumbramos a mirar la totalidad, aún en el engaño del ojo; la poesía pide que puntualicemos en el detalle, en esas fisuras, quiebres, brillos... De los detalles se configurará el universo poético.

Para mi edad, hablo de casi veinte años, escribir poesía fue muy sencillo. Entonces ¿de qué escribir? De aquello que se ha vivido. A la poesía de entonces agregué el elemento autobiográfico. No tiene nada de malo convertirse en "personaje" literario. Aproveché la oportunidad que me brindaba la confusión, el miedo, el odio, el rencor, el dolor. Adolescencia y juventud fueron épocas difíciles pero había llegado a Rosario Castellanos.

¿Por qué decir nombres de dioses, astros
espumas de un océano invisible,
polen de los jardines más remotos?
Si nos duele la vida, si cada día llega
desgarrando la entraña, si cada noche cae
convulsa, asesinada.

¿Qué más podía pedir en ese momento? Podía hablar de mí sin miedo, podía reconfigurar el destino o el azar de ese destino. Sugerencia para comenzar a escribir poesía: leer la obra poética de Xavier Villaurrutia y Rosario Castellanos.

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