Cielo-espejo


Vi el agua de la piscina y su centro ennegrecido, un centro acaso de bacterias que podían de un modo o de otro, atacarme. Me quedé en la orilla acostada, boca arriba, mientras el marido iba y venía como quien practica la natación de manera regular. Escuchaba entre otras risas, la risa de la nieta en su narval (“... de su nombre puedo decir —narwhal o narval— que es el más hermoso de los nombres submarinos, nombre de copa marina que canta, nombre de espolón de cristal”, se lee en El segundo libro de la selva, de Rudyard Kipling) y luego, la cercanía de él, cuando llegaba a ofrecerme sus besitos. 

El cielo era maravilloso. Caía la tarde y el calor comenzaba a bajar. Algunas nubes lo cruzaban lentamente. Pese a ese ligero mareo que no da tregua desde que salí del hospital, me sentía bien. Tenía frente de mí uno de los cielos más hermosos que he visto: “Es la imagen del cielo / que palpita en el río, / es la imagen del cielo...”, dice un poema de Amado Nervo. El cielo con sus nubes y sus pájaros. 

Por instantes, las carcajadas de los bañistas me hacían volver la cara. El cielo se reflejaba en el agua; el agua era transparente, con un pequeño tinte azul. No había ningún centro ennegrecido, el temor ¿a qué realmente? me jugaba una mala pasada. Dos meses atrás sufrí una sepsis severa. Veía mi rostro y el medio torso, la mano derecha intentando sujetar bajo el agua lo fragmentado, ese sello inacabado de la identidad. Hubiera sido necesario otro espejo o, tal vez una piscina puesta al revés, flotando sobre la cabeza, para descubrir verdaderamente mi imagen. Las lecturas son múltiples, si me acerco o me alejo de ese espejo. 

Antes, les tenía miedo a los espejos, a las cámaras. La fotogenia no es algo que esté a mi favor aunque sabemos que verse bien tiene que ver con muchos factores, como la iluminación, el ángulo, los planos, la expresión y la postura. “La actitud relajada, la sonrisa suave y encontrar el mejor ángulo pueden contribuir a mejorar en mucho cada instantánea”, dicen. La mirada se clava en los detalles desagradables o que resultan por algún motivo incómodos. Pienso, por ejemplo, en ciertos lunares, verrugas, la nariz demasiado ancha. Con el paso de los años, el espejo y la fotografía han dejado de incomodarme. El tema de la percepción es espinoso y en el que los juicios son encontrados. Desde la infancia, las opiniones y expectativas de nuestros padres, maestros, amigos y compañeros influyen en nuestras creencias. Por ejemplo, en el ámbito educativo, las expectativas del educador, maestro o facilitador sobre el alumno, pueden influir en su conducta y rendimiento escolar. Asimismo, las creencias y la manera en que éstas configuran la vida diaria. Conclusión: Mientras yo me sienta bien, me vea bien, lo que digan los demás, lejos de una opinión constructiva, importa poco.

El agua refracta la luz, concentrando los rayos en lo que se conoce como el punto focal. En esto consiste el reflejo. Lo que veo, además del paisaje circundante, asomándome al agua de la piscina son fragmentos, esa incompletud, la intranquilidad o la incertidumbre.  ¡Cuántas historias por narrar a partir de ello! No me acostumbro a mi imagen actual. Tengo una visión de mí misma pero no se ajusta a lo que descubro. Hace cuatro meses mi peso era mayor. Veo la imagen proyectada en el espejo, o en la cámara fotográfica, y soy otra, dividida en dos identidades. No obstante, conforme pasan los días comienzo a sentirme plena. "No se trata simplemente de alcanzar un estado estático de satisfacción, sino de comprometerse activamente con el proceso de crecimiento y desarrollo personal a lo largo de la vida”, es la postura de los psicólogos. 

Vuelvo la mirada al cielo-espejo. Nos llega un viento muy suave y los árboles se mueven apenas. Cierro los ojos; al fondo de la imagen gris, hay otra imagen, más nítida aún, una imagen que no se fragmenta: el marido y la nieta en juego infinito. ¿Quieres meterte? la voz interrumpe el jolgorio. Miro el agua, el chapoteo, las luces del fondo encendidas, el azul que vibra nutrido de fuerza, de alborozos, parafraseando un poema de Evaristo Ribera. Más allá, el centro ennegrecido, ese hígado macilento. Niego con la cabeza. Lo que resta del día no me muevo y el piso tampoco.

Imagen de Pexels.

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