*Texto leído durante el homenaje póstumo realizado en honor al escritor, ensayista y amigo Gilberto Prado Galán, en el Museo Regional de La Laguna. Actividad realizada por parte de la Secretaría de Cultura de Coahuila y el Instituto Municipal de Cultura y Educación Torreón. 6 de diciembre de 2022.
Para Gilberto Prado Galán
Leo un poema de Salvador Vizcaíno Hernández, y los siguientes versos me
golpean fuerte:
A veces me parece que ya se ha dicho todo,
Que todas nuestras voces
Han gastado sus aristas.
No sé qué decir. Luego habla de la voz que se hereda, esa voz personal, que
lentamente se une a la del otro, a la de los otros, para finalmente ser una,
poderosísima. Vean aquí el milagro de la poesía. Retomo los versos:
¿Alcanzará la voz del hijo nuestro
acentos diferentes?
¿tendrá matices justos,
y nosotros apenas presentidos?”
El poeta realmente se pregunta ¿Qué será de la voz? ¿Qué será de la palabra? Y
yo les pregunto: sin la palabra, sin el poder de la palabra ¿qué somos? Será lo
mismo que ¿quedarse sin amor, ese amor que es árbol, raíz, casa. ¿En qué
momento la voz gasta sus aristas? Me coloco de frente al tema de la muerte y,
justifico esta introducción, diciendo que cuando comencé a escribir este texto,
terminaba de revisar los últimos detalles del libro del poeta Salvador
Vizcaíno, el número catorce de la colección Viento y Arena, un título de
colección bien pensando por parte de nuestro director el arquitecto Antonio
Méndez Vigatá. Podemos reflexionar sobre la metáfora que es, sobre la historia
que estas publicaciones heredarán a la literatura no sólo de La Laguna, pero lo
haremos en otro momento.
Releer a Vizcaíno Hernández fue una grata sorpresa y encontrar relación
con la última obra de Prado Galán. (Presumo: El libro número quince, es una
selección de poemas y cuentos del gran escritor Fernando Martínez Sánchez).
Retomo la palabra. Ella era el jardín, definitivamente
sería el último libro de Gilberto. Nos duele, sí, decirlo, pero el desenlace
estaba próximo. ¿Por qué? Me atrevo a parafrasear a Vizcaíno.
“Su voz ya lo había dicho todo”.
“Su voz ya había gastado sus aristas”.
La vida, en algún momento, nos coloca frente a la encrucijada. ¿Qué camino
tomar? ¡Qué difícil es encontrar el destino más preciso! Y aquí, diré que en el
último párrafo del libro, algo interfiere, algo levanta la piel hasta
resquebrajar el hueso. “El que resiste gana”. Y esta última línea, me golpea
tanto como otro verso de Salvador Vizcaíno: “¡Debe quedar atrás la voz
vencida!”. Habría que preguntarnos aquí qué exactamente es la voz vencida para
Salvador, y si esta voz vencida es también la voz de Prado Galán, y la voz
nuestra. Sobre todo, la nuestra. O la voz de la herida en el fondo sin fondo de
un abismo, como escribiera Ramón de Campoamor, poeta español del realismo
literario. El libro, desde cualquier ángulo, es doloroso. Demasiado.
Pero voy hablar un poco más de mi amistad con Gilberto, miren, ya pasé
al tuteo, y me centro en los mensajes que compartimos a través de WhatsApp, red
social a la que Gil era asiduo, y que están relacionados con el libro Ella
era el jardín y algunos de sus temas. Pero antes voy, me
atrevo a alardear, y el primer mensaje que se alberga en mi teléfono es la
reseña que nuestro homenajeado, escribió sobre mi libro La niebla crece
dentro del cuerpo, texto que publico en Milenio Laguna, en enero de
2020. Le agradecí y agradezco esa distinción. Me compartió la reseña y un breve
elogio por la escritura de ese libro que se centra en la ceguera, en la
enfermedad.
El segundo mensaje (28 de mayo del 2020), es un video de Luis Eduardo
Aute, que falleció en abril de ese mismo año, en el que interpreta “Dos o tres
segundos de ternura”. Es una melodía muy triste, por cierto. Vean: “estoy
pasando un bache, un revés, un agujero/ un no sé qué me ocurre/ que ni yo mismo
me entiendo // no me apetece nada / nada más que estar adentro / pero no de tu
vientre / sino de tus sentimientos // Quisiera que supiera / que no tengo otro
deseo/ que estar entre tus brazos / como quien pide consuelo”. La palabra,
volvemos a la palabra, es muy poderosa y, lo que pide el doliente, nos parte el
alma, “No me hace falta la luna /ni tan siquiera la espuma / me bastan
solamente dos / o tres segundos de ternura/.
El diálogo culminó de la siguiente manera: “Hoy más que nunca mi corazón
esta triste y cansado”, estas fueron mis palabras, supongo que entonces yo
pasaba por una mala racha emocional. Gil coincidió. También su corazón estaba
profundamente triste y cansado.
“Me bastan solamente dos o tres segundos de ternura”, dice la
intervención de Aute, y lo que asegura es lo difícil que es alcanzar esa
ternura, acariciarla siquiera con la punta de los dedos. Sí, la ternura, esa de
“quien llega, con el amor de siempre, a la ventana”, como escribiera Amado
Nervo.
En febrero de 2022 me envió un fragmento de “Premonición de la sombra”
donde, en marzo del 2004, el vate, el adivino, presintió el desenlace:
“Mirándote en la sombra mientras duermes, / mientras buscas mi fe con esas
manos / desnudan que me nombran, / me duele la ceniza que tu ausencia /
inventará mañana, cuando nadie / pueda escuchar tu voz, pueda sentirte /
abriéndote al amor en este mundo”.
Ella era el jardín, es el libro de Lety. Así lo
nombra. El 22 de junio, me envió la cuarta de forros: “Arden las pérdidas”,
dice, retomando al poeta Antonio Gamoneda. Y continua “he escrito un libro para
honrar su memoria”. Un libro final, definitivamente. El 7 de junio hizo la
siguiente aclaración: “Ojalá se pueda poner una dedicatoria en el libro de
Lety: ‘Para mis hermanos: Alicia, Miguel, Javier, Fernando, Patricia, Teresa’”.
Una vez que le hice llegar la primera prueba de Ella era el jardín, escribió: “Nadia, el libro esta perfecto”. Su respuesta, me intrigó verdaderamente, fue demasiado rápida. Pensé en Borges que decía que se “publica para dejar de corregir” y lo que alcancé a comprender en esa respuesta veloz, fue que Gil había escrito un libro no para leerlo una vez más. O cuando menos, no para revisarlo de manera crítica. Ahí estaba Leticia, su amor, su jardín, la esencia de ese jardín.
Hace un momento hablé de encrucijadas y aquí aparece otra. ¿El libro, tenía la
posibilidad de ser un bálsamo, un bálsamo para dejar atrás esa voz vencida? O
mejor dicho ¿el corazón vencido? Ojalá lo hubiese sido. Ya ven, volví a
Salvador Vizcaíno.
Los primeros treinta libros le fueron entregados en su casa el 12 de
octubre. Estaba emocionado. Fui a la Feria del libro de Monterrey, por
invitación del IMCE, a participar en una mesa sobre Editoriales independientes
en el norte de México (Gil acudiría días después), cuando comenzaron a llegar
sus mensajes. Eran las 4 de la tarde. “Ya nació”, escribió al pie de una de las
fotografías del libro. El libro estaba en sus manos, en su casa. Más adelante,
compartió el siguiente comentario: “Tengo propuestas varias presentaciones.
Incluso en CDMX. En Torreón me daría muchísimo gusto que tú, apreciada Nadia,
lo presentaras”. Pues aquí estamos Gilberto.
A la emoción, a las fotografías, se sumó una conversación larga por teléfono. El 14 presentó su libro en compañía de José Javier Villarreal “hermanado, como él declaró, por la misma tragedia de la viudez”. Estaba emocionado.
La conversación sobre Ella era el jardín se corta el 21 de octubre de 2022. Y voy sobre una última reflexión. La expresión de Gilberto cuando recibió su libro es muy fuerte: “Ha nacido”. Ella era el jardín, no es un libro sobre el dolor, la ausencia, la angustia, la muerte, el duro golpe de la viudez, el dejarse ir, sino sobre la vida. Fíjense lo que dice Gilberto: “Ha nacido”. El libro es un re-nacimiento (como renace el autor cada vez que leemos su obra, cada vez que lo invitamos a ser uno con nosotros). Y qué es un renacimiento sino el ser creado y recreado y, dentro de él, en su cosmos, la palabra, las palabras, esas “esas criaturas vivas”, de las que habla Félix Grande. Vivamos nuevamente la potencia de la palabra. Y ahí el amor, también creado y recreado, ese amor que “nos quita el frio con el que nacemos”. Y tanto la palabra como el amor, no mueren. Cito nuevamente a Félix Grande. Bien lo dijo Amado Nervo: “En medio de un parecer infinito no podemos concebir sino lo eterno”.
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