Celebro que este libro esté aquí (escaneado, formato PDF), en mi sitio personal, porque además de ser mi punto de partida en mi actividad poética (antes había publicado una plaquette titulada Retratos de mujeres, de la que aún existen dos o tres poemas más o menos bien planteados), es un rescate. No hay archivo digital ni vestigio en original de los poemas que componen este libro. Tal vez a la editorial los presenté escritos en máquina convencional o en esos primeros archivos digitales de algo parecido a Word. No lo recuerdo. Por ello, lo celebro. Confío en que este Mar de cañaverales tendrá una nueva oportunidad entre los lectores; y que mi natal Quesería, Colima, será una revelación.
El pueblo de Nadia Contreras existe en dos dimensiones: en la geografía real de los cañaverales colimenses y en la geografía mental de sus recuerdos y evocaciones. El pueblo interior de Nadia es la historia íntima de su nostalgia anclada en la infancia, entretejida con imágenes de hombres y mujeres, calles y paisajes, amores y labores.
A manera de Ramón López Velarde —paradigma inevitable de los poetas mexicanos que se refieren al ámbito provinciano— Nadia también encuentra su pequeño edén en el pueblo natal y la casa de la infancia, edén compuesto de una pródiga naturaleza de árboles y sembradíos, ríos y “tractores como buques”, animales en libertad y humanos atrapados en las redes del amor.
Sin embargo, este edén también está subvertido, como el de López Velarde. Hay hombres y mujeres que se suicidan por fracasos amorosos o problemas económicos; hay kioscos reconstruidos por el avance dudoso progresista de la modernización; hay personas que se ven obligadas a mirar o abandonar su comunidad buscando horizontes más amplios o más tolerantes. Pero en el fondo persiste la certeza imborrable de que “la tierra es buena”, de que hay belleza y alegría en el mundo, de que hay una fiesta esperando al hombre que regresa de su labor y que hay posibilidad de una noche de amor al final del día. La imagen de las mujeres lavando en el río celebra de manera natural la relación arquetípica entre la mujer y el elemento líquido, la humedad que vivifica, limpia, fertiliza.
La contraparte del pueblo terrestre es, precisamente, la omnipresencia del mar en la conciencia de los habitantes, presentes metafóricamente en la masa verde y ondulante de los cañaverales, respirado en los aromas costeños que transporta el viento, imaginado en cada red completa de dorados que anticipa el deseo, transformando tractores como buques y jornaleros en pescadores. El mar, como el amor, siempre tan deseado, tan presente y tan ausente.
Con lenguaje sencillo, decantado, con imágenes transparentes y naturales, alejada de toda retórica y esteticismo, con sinceridad y cierta candidez todavía creíble en el pequeño mundo rural, sin caer en la cursilería sentimental Nadia Contreras nos ofrece su cañaveral de poemas dulces, su ramillete de flores silvestres, su compendio de recuerdos extraídos del hondo viaje que ha emprendido.
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