La metáfora es poderosa: Ella era el jardín. Ella, es decir Leticia, era la completud, como lo es la mujer en los poemas de José de Espronceda: “¡Una mujer! En el templado rayo / de la mágica luna se colora / del sol poniente al lánguido desmayo, / lejos entre las nubes se evapora; / sobre las cumbres que florece mayo / brilla fugaz al despuntar la aurora, / cruza tal vez por entre el bosque umbrío, / juega en las aguas del sereno río”. Si analizamos los versos, nos damos cuenta del poder de la mujer amada y la posibilidad viva de la relación amorosa, la relación de pareja. Sin embargo, hay en el título de este libro de Gilberto Prado Galán, un punto de quiebre, que desde la primera vez que tuve el manuscrito en las manos, me estremeció.
El manuscrito me lo proporcionó el
arquitecto Antonio Méndez Vigatá, director del Instituto Municipal de Cultura y
Educación de Torreón. Sería el primer libro a publicarse como parte del Programa
editorial “Viento y Arena”; un programa que tiene como característica, tal como
él lo ha señalado, de promover la creación literaria, la lectura y la difusión
de autores de La Laguna de ayer y de hoy; busca resaltar la identidad regional
y dar oportunidad a jóvenes autores de publicar su ópera prima.
Prado Galán abre la puerta al olvido: Ella era el jardín. Aunque el libro eterniza la existencia del amor profundo: Ella es el jardín, la memoria es fuga. Y sin memoria, en palabras de José Saramago, dejamos de existir. También hay en el título otra metáfora implícita o, mejor dicho, otro destino. Gilberto lo sabía: era también su final. Aquí me quiebro. Era era el jardín fue sólo otro espejo hacia la huida.
La presencia de Leticia como anécdota, como viaje, como poesía, como amiga, madre, imprime en las palabras del autor una posible esperanza. Brilla la esperanza ante el duelo, la tristeza, la soledad. Pero no es suficiente. El narrador-autor no renuncia a la esperanza (Prado Galán apuesta por el reencuentro con su amada Leticia); lo que sí deja es la vida. El mar, de John Banville, tiene un episodio devastador en este renglón: “A lo mejor todo lo que nos ocurre en la vida no es más que una larga preparación para abandonarla”.
En el capítulo final, el autor parece resistir, sobrellevar la ausencia del ser amado, pero como lo sabemos, se vuelve mentira, falacia. Leamos: “Sí. Ya sé. Fue triste. Ha sido muy triste, pero remo a contracorriente, a contrapelo. Ella era el jardín y el prado —Gilberto Prado Galán— se quedó sin jardín. Aunque, como dijo el escritor de Galicia, el que resiste gana”. Observe la expresión final: “El que resiste gana”. No, Gilberto, no resistió la ausencia del amor. “¡Todo era amor... Amor! no había nada más que amor. En todas partes se encontraba amor. No se podía hablar más que de amor”, escribe Oliverio Girondo.
Gilberto no está… pero cerrando toda posibilidad de salida, volvamos a sus libros, a su familia, a sus amigos, a sus poetas y escritores admirados; volvamos a la memoria, porque volver a ella es vivificarse. Leamos: “Normalmente (y no me gustan los adverbios terminados en mente) los muertos queridos re-suscitan en nosotros fértiles recuerdos, asociaciones múltiples, perseverancia vital, persistencia de quienes dignificaron con su mística la existencia hasta la última huella, hasta el último suspiro”.
*Mi agradecimiento al periodista Juan Noé Fernández Andrade por invitarme a participar en la edición No. 239 del periódico mensual Entretodos. Expresión universitaria que, con una edición especial, rindió homenaje al escritor Gilberto Prado Galán, recientemente fallecido.
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