#RESEÑA Las vejaciones, tormentos y malos tratos, en el territorio anterior a la memoria. Comentarios a dos novelas de Alex Michaelides


I

Concluí la lectura de las dos novelas de Alex Michaelides: La paciente silenciosa y Las doncellas. En la primera, conocemos a Alicia Berenson, una pintora de éxito, que dispara cinco tiros en la cabeza de su marido, y no vuelve a hablar nunca más. Su negativa a emitir palabra alguna convierte una tragedia doméstica en un misterio que atrapa la imaginación de toda Inglaterra.

Otro personaje importante dentro de la trama de La paciente, es Theo Faber, un ambicioso psicoterapeuta forense obsesionado con el caso. Theo está empeñado en desentrañar el misterio de lo que ocurrió aquella noche fatal y consigue una plaza en The Grove, la unidad de seguridad en el norte de Londres a la que Alicia fue enviada seis años antes y en la que sigue obstinada en su silencio. ¿Cuál es el propósito? Hacer que Alicia hable. Por supuesto, es un objetivo macabro, quienes lleguen al final de la novela, lo entenderán.

Las doncellas (que en la cronología histórica debería ser la primera: aquí se habla por primera vez de Alicia, del asesinato y de Theo, muy lejos aún de alcanzar una plaza en The Grove), se centra en Mariana quien intenta recuperarse de la pérdida de Sebastián, el amor de su vida, ahogado durante unas vacaciones en una isla griega. Concluye su sesión de grupo que dirige, cuando su sobrina Zoe la llama desde Cambridge para contarle que Tara, su mejor amiga, ha sido brutalmente asesinada.

Mariana decide acudir en su ayuda y allí conoce al profesor Edward Fosca, un carismático catedrático de filología clásica que tiene un puñado de discípulas conocidas como «Las doncellas». Tara pertenecía al grupo y antes de morir había recibido una postal con una imagen de unas estatuas griegas y los versos de unos cultos eleusinos, justo la materia que imparte Fosca. Pronto los cadáveres de otras doncellas irán apareciendo en el campus con los ojos arrancados y una piña en la mano. Mariana intentará por todos los medios resolver estos crímenes y de paso, responder a muchas interrogantes sobre su propia vida.


II

La primera, es decir, La paciente silenciosa, me impresionó. La segunda no tanto. Es más simple. Tal vez, si hubiese leído primero Las doncellas y posteriormente La paciente silenciosa, mi perspectiva sería diferente, sobre todo, en el manejo del tema intricado que es la condición humana. Una condición que, si tratamos de resumir, se escribe en el territorio anterior a la memoria. La reflexión que surge a raíz de la lectura de estas dos novelas se vuelve interesante: ¿por qué nos comportamos de un modo y no de otro? ¿por qué respondemos a una situación con temor, valentía, bien o mal intencionados? La siguiente es una declaración que nos deja helados: “¿Quién sabe qué vejaciones habremos sufrido, qué tormentos y malos tratos, en ese territorio anterior a la memoria? Nuestro carácter se formó sin que nosotros lo supiéramos siquiera”.

Hay, entonces, un momento en que somos arrancados de lo que pudiera suponerse bueno. Sin saberlo, nos arrebatan los hilos que nos dan cierto equilibrio, cierta confianza, cierta pertenencia y, poco a poco, la vida marca la pauta, la consonancia con que nos alejamos del mundo y de cada una de nuestras partes. Alex Michaelides aborda un tema desgarrador: el maltrato y la violencia en la infancia y su continuidad. Beatriz Janin, psicóloga psicoanalista, escribe en su artículo “Las marcas de la violencia, los efectos del maltrato en la estructuración subjetiva”: “…también podemos preguntarnos: ¿a quién maltratan al maltratar a un niño? Generalmente, a lo insoportable de sí mismos, a aquello que quisieran destruir en sí mismos y retorna desde el otro. Y esto es fundamental: es lo propio insoportable que retorna desde el afuera lo que se quiere destruir, aniquilar, silenciar”.

Alicia dispara cinco tiros a Gabriel, su esposo. Pero ¿es ella verdaderamente la autora de todo ese desastre? Conforme avanzamos, la historia tiene sus giros. Pero leamos: “Las semillas de lo que ocurrió en esos pocos minutos en los que disparó a su marido se habían sembrado sin duda años antes. La furia asesina, la furia homicida, no nace en el presente”. Aquí cabe preguntarse: ¿realmente olvidamos? Eso, que ha sido velado por los mecanismos de la memoria, sus azares ¿realmente lo olvidamos? Para el autor, que recurre al uso de voces polifónicas, no: “…las emociones no expresadas nunca mueren. Quedan enterradas en vida y emergen más adelante, de formas más desagradables”.

Alicia es, por mucho la víctima, y no tanto la victimaria. Pero ¿quién es Theo? Un personaje como tantos que encontramos en la vida real: lobos con piel de cordero. ¿Podemos llamarlo psicópata? Sí, en el sentido estricto del depredador que rara vez siente culpa, remordimiento, arrepentimiento. Otro elemento: la facultad de manipular. A Theo lo conocemos de cuerpo entero. De Alicia, tenemos en cambio, pincelazos que develan una historia marcada por la muerte de la madre y el deseo del padre: “Igual que Admeto había condenado físicamente a Alcestis a morir, Vernon Rose había condenado psicológicamente a la muerte a su hija. Admeto debió de amar a Alcestis, en cierto sentido, pero no había amor alguno en Vernon Rose; solo odio. Lo que hizo fue un acto de infanticidio psicológico…, y Alicia lo sabía. «Me ha matado —había dicho—. Mi padre acaba de matarme.»”.

Los manchones de pintura, los trazos, las sombras, los colores, son precisos, duros, desgarradores. El cuadro de Alicia, es en efecto, turbador. ¿Podríamos soportar el saber que nuestro padre nos quiere muertos? Volvemos al fuego del odio contenido, al fuego impetuoso; aunque intentemos retenerlo, aunque pongamos sobre éste una vida, un trabajo, un objetivo, será amenaza latente. Alicia y Theo son ejemplo de esto, aunque Theo por su disciplina, podrá tejer más finamente la mentira y el desenlace.  

La paciente silenciosa también nos invita a reflexionar sobre la relación médico-paciente. Las intenciones de Theo parecen buenas: ayudar a Alicia a recuperar el habla. Para cerrar el año 2021 leí en algunos medios españoles el caso del psiquiatra Javier Criado, quien en ese momento enfrentaba juico por vejaciones a una paciente. Pero no sólo una. Si seguimos el hilo de la denuncia, son muchas las pacientes que sufrieron abusos por parte de Criado. Del periódico El País retomo esta declaración hecha por Matilde Solís (exmujer de Carlos Fitz-James Stuart, duque de Alba): “Llegué a su consulta con 22 o 23 años, metida en una fuerte depresión [...] Abusó de una persona enferma, desesperada. No prestando ayuda, ignorando problemas, manipulando, como solo lo puede hacer un buen conocedor de los resortes de la mente, que es lo que no podemos negarle”. Lo espeluznante se inscribe perfectamente en la carta de Solís a manera de declaración: el abuso por parte de alguien que conoce los resortes de la mente, sus intersticios. ¿Qué se puede hacer frente a estas personas que, como ya mencioné con anterioridad, se presentan bonachonas, simpáticas, ocultas en piel de cordero? ¿Qué se puede hacer frente a tantos Theos que en este momento están frente a sus pacientes?

Alicia, poco a poco recuperará el deseo de hablar; sesión tras sesión, a veces interrumpidas por su carácter violento, está el deseo de hablar, aunque nunca dejó de hacerlo. La escritura también es voz y Alicia escribe de manera puntual en un diario. Es en el diario en donde sobreviven las vivencias pero, sobre todo, el intento final para silenciarla. La escritura de Alicia es una voz muy fuerte (más que sus cuadros), como la voz de tantas mujeres que han tomado la escritura autobiográfica como un medio para revelar y revelarse. Anna Caballé, en su libro Narcisos de tinta. Ensayo sobre la bibliografía en lengua castellana (siglos XIX y XX), expone que la causa más frecuente de escritura autobiográfica —y en especial de diarios— se explica “bien por la crisis evolutiva del ser humano, bien por la crisis del medio en que se desenvuelve (…) y con el que colisiona”. La escritura, al final, no salvará a Alicia, pero sí tendrá el poder de desenmascarar las articulaciones de la crueldad. Alicia, aunque tiene su plan, sabe que está en desventaja. El diario, es en la novela, el mapa para el reclamo y la denuncia; es su evidencia.


III

En Las doncellas, hay por supuesto, un estudio profundo sobre el ser humano. Insisto, no logró estremecerse como la primera, pero sí trata un tema que me parece importante: la distorsión cognitiva. Los crímenes no paran, las víctimas, todas alumnas del profesor Fosca, logran orientar las sospechas de Mariana hacia él. Son las sospechas de ella, no las sospechas de la policía. Hay, claro está, una distorsión errada que da significados que no corresponden a lo que sucede.

Nuevamente el autor, vuelve a retomar las heridas y las cicatrices del pasado. El epígrafe de Alice Miller, que abre la cuarta parte, es muy claro en el propósito de la obra: “Así pues, cuando aparece un hombre que habla y se comporta como el propio padre, incluso adultos […] se someterán a él, lo aclamarán, se dejarán manipular, depositarán su confianza en él, y por último, se entregarán a él por completo sin siquiera conscientes de su esclavitud”. El pasado por ello nos persigue y nos hace traicionar aquello a lo que aspiramos, como por ejemplo Mariana, que está al frente de un grupo de terapia.

Pero volvamos a la distorsión. Mariana está lejos de reflexionar sobre su entorno, sobre su pasado. La relación con su padre, por ejemplo, es idílica. Deja de serlo, cuando Zoe, su sobrina, le arranca la venda de los ojos. Por supuesto, también Zoe, en esa distorsión cognitiva es manipulada por Sebastián, muerto, muchos años antes y, por no decir mucho, el amor de su vida. Almeciga y Sanabria hacen una definición puntual del término “distorsión cognitiva”: “afectación de la interpretación que hacen las personas de los hechos o la percepción que puedan llegar a tener de lo que los rodea; desde un punto de vista cognitivo, los estímulos a los que estén expuestos los sujetos pueden generar distintas respuestas de acuerdo al sistema que esté activo: la respuesta cognitiva (distorsiones cognitivas o pensamientos automáticos), respuesta biológica y respuesta motora, siendo estas tres respuestas influyentes en lo que la persona hace, piensa o siente.”

“—Piénsalo. ¿Por qué intenta cegarnos? ¿Qué es lo que no quiere que veamos?”, pregunta Theo, el mismo Theo de La paciente, a Mariana cuando trazan un análisis sobre los escenarios del crimen. ¿Será que la mentira en que se basa la vida (porque mentira es la vida de Mariana, mentira es la vida de Alicia) es una especie de deslumbramiento? Sí, un deslumbramiento ¿para no mirar; para dejar pasar; para ocultar la imagen en los espejos? Y ¿los mitos? En las dos obras juegan un papel fundamental, tal vez, porque su origen está marcado por la violencia. No solamente su origen, sino la cronología de cada una de sus historias. Los mitos, también como la distorsión de la que hablo, tienen el propósito de conducir a los protagonistas al abismo “oscuro y profundo”.

Mariana tendrá que mirarse por primera vez; mirarse y reconocerse con heridas y cicatrices, porque finalmente eso somos, ese cúmulo que podemos colmar de luz o de sombra. Hacia el final de la novela, a Mariana se le planteará la posibilidad de reconciliarse con Zoe, quien es realmente la que hilvanó y ejecutó los asesinatos. Su decisión es ir hacia Zoe pero el desenlace no lo sabemos ¿será porque se acerca a otro desfiladero? Lo desconocemos, como también desconocemos si cada uno de nuestros pasos nos conducen a un camino seguro o justo al borde. Una pregunta final: ¿podremos en la complejidad que somos (vida, fuerza, violencia) mantener como hasta el día de hoy, una interacción sana con el medio social y natural? ¿O llegará el momento en que estallemos?

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