Fotografía tomada de Internet |
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Terminé de leer la novela Tus pasos en la escalera, de Antonio Muñoz Molina. Aunque me considero lectora indiscutible de Muñoz Molina, esta propuesta, publicada por Seix Barral en 2019, me había pasado desapercibida. Llegué a ella por mi deseo de conocer cada vez más sobre los entresijos de la memoria. Otro tema: la construcción propia de la imagen en el cerebro una vez que ha sido pulso electromagnético. Me gusta reflexionar sobre esto que nos sostiene, esta simulación, por llamarla de alguna manera.
El personaje Bruno (su nombre lo sabremos casi hasta el final), anticipa con ilusión el momento de reunirse con su esposa Cecilia, mientras ultima los preparativos de su nuevo hogar en Lisboa. Mientras avanzamos en la lectura, entendemos, que en la vida de los protagonistas (pienso solamente en Bruno), queda una etapa en Nueva York marcada por el indeleble recuerdo del 11-S. Bruno se adelanta con la mudanza mientras Cecilia organiza el traslado de su proyecto científico sobre los mecanismos neuronales que rigen la memoria y el miedo. Bruno se ha instalado en un barrio de Lisboa. Y ese barrio, ofrece la promesa de un futuro que él se esmera en preparar con minucioso detalle.
Y aquí me detengo en las siguientes palabras tomadas de lo escrito anteriormente: “ilusión”, “Cecilia”, “traslado”, “promesa”, “futuro”. Y agregaría: “humo negro”, “quiebre”, “devastación”, “desamparo”.
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Me duele el estómago, me siento devastada. Miro a mi alrededor y las cosas están en su sitio. También está el amor y también están mis tres gatas. Llegar a casa es llegar al amor y a ellas. La felicidad se vuelve tangible. Queremos ir a comer a un restaurante que nos gusta y minutos después vamos en camino. Nos hace falta salir, alejarnos de la rutina. Miro a mi alrededor y todo sigue un orden preciso. O cuando menos, esa es mi idea que, en el espacio de la novela, será la idea de Bruno. Quizá, por eso se esfuerza tanto junto con Alexis. Ambos emprenden la tarea de acondicionar la casa y dejarla tal como era en Nueva York. Si leemos de manera literal lo que acabo de escribir, no tiene impacto. El problema radica en lo que está de fondo: la memoria que para nada es fiable, lo que quiere decir que nuestra existencia es demasiado compleja: el mundo real y el mundo de la imaginación humana. Pero aquí, la palabra “imaginación”, parece benévola. En la novela, no lo es. Pero ¿sólo en la novela? No, definitivamente. Hay momentos de la vida, en los que, para darle un sentido, una fortaleza, acudimos a estos mundos inventados (por, supuesto, invisibles) y, en palabras de Bruno, bañados en claridades ultravioletas o infrarrojas. Señales, signos, soportes que, en la novela, sólo percibe Luria. ¿Cuántas veces, negando el verdadero mundo, el mundo que duele, lastima, maltrata, asesina… preferimos vivir en un estado de irrealidad y de euforia? O vivir anestesiadas, anestesiados.
Este es gran conflicto que nos plantea Tus pasos en la escalera. No, la novela no aborda la violencia; muy al contrario, aborda la evocación del amor, la insistencia de la espera. Sin embargo, aquí, también ese mundo fantasioso se derrumba, se convierte en “humo negro” (entre el humo negro se derrumbaron las torres en el 11-S). Bruno se aferra a una vida de fantasía, a una vida de promesas. Bruno quiere salvarse; quiere mantenerse “a flote”, quiere vivir (hay un “futuro” por delante), aunque el mundo no sea como lo imagina, ni de cerca, ni de lejos. Y la memoria eclipsada, sus afecciones ¿son otra forma de humo negro?
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¿Qué ten conscientes somos de que nos mentimos a nosotros mismos? Vivimos, la mayoría de las veces, en una especie de resignación. Le planteo a él, que conduce pausado por la hora pico y no pido en la ciudad, el argumento de la novela. Le hablo de Bruno; de las ratas de laboratorio que Cecilia estudia con el fin de descubrir cómo se instala el miedo en la memoria; le hablo de la fila ordenada de botes con cerebros congelados para seguir descubriendo huellas que nos llevarán a entender con mayor precisión nuestro funcionamiento.
Hay una relación profunda de amor entre Bruno y Cecilia. Coloco a Bruno primeramente, porque a través de él conocemos a Cecilia. Una relación fuerte, palpitante. Sin embargo, el gozo dura poco. Lentamente la obra de teatro (así llamaré a la vida de Bruno), comienza a caer en pedazos. Se cae el tiempo; se cae la historia de estos dos lugares, se cae su gran conocimiento sobre la humanidad. No hay fuerza ya para realizar las actividades diarias: llevar, por ejemplo, a Luria a pasear. No es la inexactitud física, sino mental. Y en esta inexactitud, se alteran ritmos, mecanismos, conexiones. Dentro de la memoria, la base bien plantada, comienza a moverse y se quiebra.
La cara de Cecilia y la cara de Ana Paula (la chica con la que Bruno, intercambió un fragmento de la noche), pierden nitidez. El humo, en efecto, comienza a llevarse de la memoria lo más significativo. Leamos: “«Vives encerrado en tu mundo y sin preguntarme a mí estás convencido de que yo quiero vivir en él tan encerrada como tú». Parece que es otra y que me habla de otro hombre. «Te quiero pero no quiero ahogarme de tristeza contigo», dice Cecilia, su voz desconocida, su presencia invisible desde una lejanía que no sé dónde está, desde un aeropuerto tal vez, un palacio de congresos, un lugar grande y lleno de ecos y rumores. «Me oyes y no dices nada —dice Cecilia—. Te conozco muy bien. Me estás oyendo ahora mismo y no levantas el teléfono. Es como cuando finges que estás dormido. Crees que si no me contestas puedes hacer como que no oyes lo que digo, como que no te lo estoy diciendo. No voy a volver. No voy a volver nunca»”.
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Ya les dije que cuando terminé de leer Tus pasos en
la escalera me sentí devastada. Y me sentí sola. Íbamos camino a uno de
nuestros restaurantes favoritos, pero me sentí sola, extraviada. Mi vida está
fuertemente cimentada, pero en algún momento, no lo estuvo. Ese pasado, con
esta novela se avivó, cobró una fuerza impresionante. Las figuraciones (esas
que pretenden darle estabilidad a los días, mañanas y noches aparentemente
iluminadas), cuando caen, no significan otra cosa, sólo “humo negro”,
“quiebre”, “devastación”, “desamparo”. De ahí que al inicio de este texto me
haya detenido en estas palabras. No hablo aquí de alteraciones mentales sino de
la peor carta que nos juega el destino. Miro la carretera llena de autos y le
digo: amor ¿somos reales? ¿nuestro amor es real como nuestro cuerpo, nuestro
corazón, nuestra alma? Definitivamente no quiero el final que nos propone
Antonio Muñoz Molina. ¿Podrá Bruno escuchar verdaderamente los pasos de Cecilia
en la escalera? ¡Qué triste, insisto, modelar una sonrisa, un gesto, una
ilusión, una casa, una espera… cuando nada de esto existe! ¿Qué nos queda, amor?
¿Mirar los reflejos?
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