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¿Cuáles son sus elementos desencadenantes? Es esta la pregunta que plantea Carlos Alejandro a José Kozer (La Habana, Cuba, 1940), retomando la idea central del libro de Richard Hugo The Triggering Town, que reúne ensayos y conferencias sobre poesía. No hay que olvidar que R. Hugo insiste en que el poeta debe escribir no sobre lo que sabe o conoce, sino sobre "Temas desencadenantes". Leamos la respuesta que da José Kozer:
En todo poema hay un primer momento, incluso un momento anterior al momento que consideramos el primer momento y detonador del poema, momento anterior que es prelingüístico, prelógico, más bien inasible y difícil si no imposible de captar, mucho menos capturar: a pocos pasos quizá de ese momento preprimario aparece un detonador, cada poeta ha de tener el suyo, y ese detonador no es uno e invariable sino que a través de los años y hasta de poema en poema varía, se modifica, recurre en cuanto recurso a otros instantes, instantáneas, detonaciones. Si de algo sirve, cosa que compruebo cada vez más, es de acicate, bagaje, de sopeso al poema en el que nos hemos embarcado.
Es hijo de emigrantes judíos de Polonia y Checoslovaquia. Reside en la ciudad de Nueva York desde 1960, y desde 1965 enseña lengua y literatura en Queens College. A pesar de haber tomado algunas clases en la Universidad de La Habana, inicia su actividad como escritor propiamente en Estados Unidos, al margen de sus coetáneos en Cuba o en la América Latina.
Kozer ha incursionado en diferentes géneros literarios: la traducción, en especial autores japoneses a partir de ediciones en inglés; el ensayo, sobre todo en cuanto digresión y reflexión, más que como disciplina académica; los diarios, en grandes carpetas, que viene escribiendo desde 1964; la profusa actividad epistolar que, muy bien, podría ser otro de sus géneros predilectos; y, sobre todo, la poesía. Ha escrito cerca de tres mil poemas, de los cuales sólo una mínima porción ha sido publicada. Sus libros son: Padres y otras profesiones (Nueva York: Ediciones Villamiseria, 1972), De Chepén a La Habana (en colaboración con Isaac Goldemberg, Nueva York: Bayú Menorah, 1973), Este judío de números y letras (Tenerife, Islas Canarias: Nuestro Arte, 1975), Y así tomaron posesión en las ciudades (Barcelona: Ámbito Literario, 1978; México: UNAM, 1979), La rueca de los semblantes (León, España: Provincia, 1980), Jarrón de las abreviaturas (México: Premia, 1980), Antología breve (Santo Domingo, República Dominicana: Luna Cabeza Caliente, 1981), Bajo este cien (antología, México: Fondo de Cultura Económica, 1983), La garza sin sombras (Barcelona: Llibres del Mall, 1985), El carillón de los muertos (Buenos Aires: Último Reino, 1988), De donde oscilan los seres en sus proporciones (La Laguna, Tenerife, Islas Canarias: H.A. Editor, 1990) y Trazas del lirondo (México: UAM, 1993).* También ha publicado varias plaquettes. La última, Prójimos. Intimates (Barcelona: Carrer Ausias, 1990), en edición bilingüe, fue traducida al inglés por Ammiel Alcalay. Además, Kozer es colaborador asiduo en un sinnúmero de revistas de España, Estados Unidos y Latinoamérica. Fue director de Enlace (1984-1985) y es miembro del consejo editorial de otras publicaciones periódicas.
En Material de lectura, UNAM Literatura,
podemos leer un recuento breve de su obra, con selección y nota
introductoria de Jacobo Sefamí. Comparto un par de poemas a manera de
invitación para continuar la lectura y el diálogo.
TE ACUERDAS, SYLVIA
Te acuerdas, Sylvia, cómo trabajaban las mujeres en
casa.
Parecía que papá no hacía nada.
Llevaba las manos a la espalda inclinándose como un
rabino fumando una cachimba corta de abedul, las
volutas de humo le daban un aire misterioso,
comienzo a sospechar que papá tendría algo de asiático.
Quizás fuera un señor de Besarabia que redimió a sus
siervos en épocas del Zar,
o quizás acostumbrara a reposar en los campos de
avena y somnoliento a la hora de la criba se
sentara encorvado bondadosamente en un sitio
húmedo entre los helechos con su antigua casaca
algo deshilachada.
Es probable que quedara absorto al descubrir en la
estepa una manzana.
Nada sabía del mar.
Seguro se afanaba con la imagen de la espuma y
confundía las anémonas y el cielo.
Creo que la llorosa muchedumbre de las hojas de los
eucaliptos lo asustaba.
Figúrate qué sintió cuando Rosa Luxemburgo se
presentó con un opúsculo entre las manos ante los
jueces del Zar.
Tendría que emigrar pobre papá de Odesa a Viena,
Roma, Estambul, Quebec, Ottawa, Nueva York.
Llegaría a La Habana como un documento y cinco
pasaportes, me lo imagino algo maltrecho del
viaje.
Recuerdas, Sylvia, cuando papá llegaba de los
almacenes de la calle Muralla y todas las mujeres
de la casa Uds. se alborotaban.
Juro que entraba por la puerta de la sala, zapatos de
dos tonos, el traje azul a rayas, la corbata de
óvalos finita
y parecía que papá no hacía nunca nada.
COMUNIÓN
He de entrar en las trojes: he de ver el incendio.
Un pan de agua cocinaré en esas trojes, una pizca de
sal apagará el incendio.
La línea viva, la vi.
No vaciló la llama: aire. En los trigales.
Mi hermano, por fin lo tomaré del brazo al salir de
las trojes: en el umbral de los trigales.
Vino del incendio, vino conmigo.
La ampolla en los callos rezuma a benjuí a hermosas
naftas rosáceas como llamaradas en el iris de mi
hermano.
Ambos, de pana y corbata.
Los dos con buenas botas de tafilete y buenos
cinturones de cuero.
Los dos, con ojales.
Hemos salido de las trojes, mi hermano: y tal parece
esta vejez que acabáramos de entrar.
Tan barbados.
En nombre de estas barbas la encarnación del agua.
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