Siempre he tenido serios problemas al momento de impartir una clase de literatura y más de poesía. Por un lado están los programas académicos, en la medida de lo posible, tan fríos como un congelador, y por otro, la apuesta a la espontaneidad, al descubrimiento, al riesgo mismo del destino y el azar.
De pronto, la poesía, parecen el plato con sopa de verduras que nadie quiere. Identificar figuras retóricas, diseccionar el poema en cada una de éstas, hasta que el alumno se aprenda su mecanismo (sobre todo en niveles de secundaria y preparatoria), acción necesaria para poder acreditar todo tipo de exámenes. Hay otro problema: docentes que no le entran ni siquiera a este juego absurdo. En fin, la poesía está perdida en las aulas de clase, claro, hay grandes excepciones.
Todo esto es una encrucijada. Los programas seguirán apuntando hacia lo mecánico, pero ¿por qué dejar de lado las emociones, los sentimientos, la felicidad, la presencia de la noche y de la luna; hacer de mundos cotidianos, realidades nuevas y soñadas, evocando las palabras de Borges. Y ¿quién no, después de leer su poema "A un gato", ve con otros ojos a esa pequeña fiera de lomo condesciende a la morosa caricia de la mano.
Hay muchas recetas que nos dan cierta pauta para enseñar poesía en el aula de clase. Por ejemplo, seleccionar poemas según su nivel de comprensión, avanzar poco a poco en su lectura hasta llegar a los poemas más difíciles. Leer de manera individual o colectiva, buscando no la mecanización en el estudio de las formas, sino el placer, la emoción y cómo el poema puede corresponder a nuestra propia historia y realidad. También se insiste en la relación que hay en la poesía, con otros géneros, la transversalidad con las Bellas Artes y ahora, por supuesto, la tecnología. El panorama en lo digital es inmenso y sería un error nuestros no utilizarlo. Y por último, compartir los hallazgos, las interpretaciones y por qué no, la escritura de nuevos poemas a partir de estos juegos, experimentos o acercamientos.
Me gustaría que ustedes me compartieran ¿cómo consideran se debe enseñar poesía en un salón de clase? ¿cuál es su propuesta? ¿cuáles sus autoras? ¿sus autores? Para cerrar estas reflexiones, les dejo un texto que tomo del libro La literatura explicada a los asnos, de José Ángel Mañas. Después de leerlo, hagan sus conjeturas.
UN RECUERDO ESCOLAR O CÓMO NO ENSEÑAR LA LITERATURA
—Y ahora, chicos, toca repasar la lección del siglo XVII y del Barroco. ¿Quién se la ha aprendido? ¿Quiere usted salir delante de la clase, Mañas? Venga, no se haga el remolón. ¿Cómo cambia la concepción de la vida, del Renacimiento al Barroco?
—Para el hombre renacentista la vida ya no es un valle de lágrimas. El hombre renacentista concibe la vida como algo que hay que disfrutar antes de morir. En cambio, para el hombre del Barroco la vida es pesimismo y desengaño; el mundo es un conjunto de ilusiones falsas, un escenario engañoso.
—Es exacto. ¿Y la política?
—España se hunde en un total fracaso tras la muerte de Felipe II. Su imperio entra en declive.
—¿Y cómo reacciona la literatura en este periodo de decadencia política y social?
—Es lo que se llama el Siglo de Oro. Es un momento de florecimiento artístico.
—¿Cuáles son las principales corrientes y cuál es su objetivo?
—Conceptismo y culteranismo. Las dos buscan romper el equilibrio clásico. Las dos son estéticas manieristas que proponen como valor principal la dificultad del lenguaje literario, que busca refinarse y distinguirse frente a la llaneza de la lengua del Renacimiento.
—¿Qué dice Gracián al respecto?
—«La verdad, cuanto más dificultosa, es más agradable, y el conomiento que cuesta es más estimado.»
—¿Y Antonio Machado?
—Que son dos expresiones de una misma oquedad.
—Se tiene usted bien aprendida la lección. ¿Los recursos?
—Los culteranos abusan del hipérbaton, la metáfora y los cultismos. Los conceptistas, de la ironía, la elipsis, el asíndeton, el ceugma, la antítesis, la anfibiología y la paradoja.
—¿Los máximos exponentes de uno y otro?
—Góngora y Quevedo.
—¿Me puede usted recitar un soneto de Quevedo?
—Por supuesto. «Érase un hombre a una nariz pegado / érase una nariz superlativa, / érase una nariz sayón y escriba, / érase un peje espada muy barbado. / Era un reloj de sol mal encarado, / érase una alquitara pensativa, / érase un elefante boca arriba, / era Ovidio Nasón más narizado. / Érase un espolón de una galera, / érase una pirámide de Egito, / las doce tribus de narices era. / Érase un naricísimo infinito, / muchísimo nariz, nariz tan fiera / que en la cara de Anás fue delito.»
—No le pregunto por el fragmento de las Soledades de Góngora, porque supongo que no ha entendido usted nada.
—No.[1]
—Es lo que pretende el autor. Muy bien, Mañas. Siéntese. Y dígale a su compañero de pupitre que salga a explicarnos el romanticismo. Quiero que se aprendan todos unos versos de Espronceda y, por lo menos, una de las rimas de Bécquer. Después de tanta oscuridad y artificio, necesitamos volver a la luz y a la ingenuidad poética.
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[1] «El fuego (cuyas lenguas ciento a ciento / desmintieron la noche algunas horas, cuyas horas, del Sol competidoras, / fingieron día en la tiniebla oscura) / murieron, y en sí mismo sepultados, / sus miembros, en cenizas desatados, / piedras son de su misma sepultura.» En realidad el fragmento es más inteligible de lo que entonces me parecía, y no es mala muestra del talento poético, tan centrado en las imágenes, de Góngora. Pero el propio docente era quevedista, antigongorista, y eso se notaba.
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